La constelación de intereses es el juego frontal del mercado y la política que cierra un año complicado para el Estado y para el país, en un escenario que pareciera caótico por la confrontación del Poder Judicial con los poderes Ejecutivo y Legislativo a nivel de la federación, con consecuencias que van más allá de la disminución de salarios de los altos funcionarios, en una fiera lucha por el poder que peligrosamente en el tiempo que se vive, dejan de lado su función esencial de regular y equilibrar el orden social que los mexicanos exigen.
En la víspera de que concluya 2018, donde se va de prisa a todos lados, en medio de luminarias y luces festivas de navidad, fiestas patronales, encuentros y desencuentros; familias rotas y partidas por la pobreza y la delincuencia con un gravísimo pendiente de 50 millones de coterráneos en la miseria, miles de homicidios de hombres, mujeres y niños sin rostro visible en la aplicación de la Ley, donde la autoridad no aplica el rigor de su responsabilidad porque la ve como un boleto de promoción hacia otro cargo, los mexicanos de a pie, aquellos que pisan firme esperan que el nuevo Gobierno Federal cumpla lo prometido.
Un clima de paz, mejores salarios, oportunidades más justas para todos, particularmente para los desposeídos, niños, jóvenes y mujeres; estas últimas que tengan mayor acceso y salarios dignos en cualquier ámbito laboral. Equilibrio en los precios de la canasta básica y los precios del combustible; incremento justo a las percepciones del profesorado de educación primaria y otros niveles educativos que son susceptibles, presupuestos dignos para la educación superior, un nuevo tabulador para el salario mínimo, y un cambio verdadero en la forma de hacer política en una incipiente democracia como la de México.
Una democracia que exige de una vez por todas, la desaparición del egocentrismo y la soberbia que han sido el común denominador de la política contemporánea, hoy contaminada por la corrupción y la ignorancia, a causa de la falta de perfiles y de una planeación adecuada de abajo hacia arriba que permita entender al territorio mexicano, como una construcción histórica y social marcada por la diversidad y por distintas identidades que lo contrastan y lo enriquecen.
Un nuevo escenario que facilite el entendimiento de la instrumentación de políticas públicas que propicien un nuevo orden social, más vinculado a las virtudes que a los vicios que por muchos años ha caracterizado la política.
Que permita recuperar el sentido de la sociedad civil como concepto fundamental de la democracia y que ésta sea vista como un método genuino para enfrentar los problemas, como una inminente condición para afrontar los retos en una pluralidad de voces, mediante el uso de la razón, que sólo existe si está ligada a esta multiplicidad, precisamente porque las voces se expresan.
Que en este parteaguas aflore el México profundo y su multiculturalidad en su lenguaje, religiones, etnias, fiestas, costumbres, grupos sociales, familias, paisajes, regiones y todos aquellos códigos que definen una identidad y una cultura por la paz y el buen gobierno.
Se tiene derecho a soñar, hacerlo a partir de que todos somos iguales porque somos racionales y porque la razón es un principio común a todos, que en forma permanente plantea cómo se debe actuar… y qué imaginar en pos de un ideal, un objetivo, un bien común, una utopía.
Para lograrlo, la sociedad civil tendrá que responder con nuevas actitudes, sin que olvide que la libertad está condicionada a la responsabilidad y a la lucha constante sin diatriba, con el propósito de construir puentes que son diálogos en espacios de convivencia y calidad con mayor bienestar.
Que se tenga presente que la responsabilidad es el resultado de una íntima relación entre memoria y promesa, entre acreedor y deudor y que llevarla a la acción permitirá erradicar el mal de la pasividad que tanto daño ha hecho a esta nación, urgida de cambio y de una sincera cruzada a favor del bienestar colectivo.
La mejor herramienta es la cultura, es la única que da sentido a cualquier plan de desarrollo, sea municipal, estatal o federal; sólo a través de ella se mostrará no sólo la riqueza del patrimonio y su posibilidad sustentable de gestión, sino su espiritualidad y sensibilidad, valor y eticidad para afrontar los desafíos de la modernidad.
Y como bien se sabe, el principio del escepticismo es el comienzo de la modernidad, y el sostenimiento de la tradición, como aquello que sin purismos debe prevalecer, promoverá una conciencia de pertenencia y la transformación social a la que se aspira. Este es un derecho irrenunciable.
Ánimo y fortaleza para todos. ■