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sábado, 5 julio, 2025
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Capitalismo, “fascismo blando generalizado” que causa injusticia y barbarie: Esquivel Marín

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Por: ALMA RÍOS •

■ El teatro puede generar “otras estrategias de construcción del tejido social”, señala el docente

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■ Sistema, en riesgo de “llevarse entre las patas entre 60 y 80 por ciento de la humanidad entera”

¿Qué puede hacer el arte, y concretamente el teatro, ante los problemas que expresa la fase terminal del sistema-mundo-capitalista? Ante un capitalismo “ecocida, suicida, que genera injusticia y barbarie”, y que bien podría definirse como una especie de “fascismo blando generalizado” que está en riesgo de “llevarse entre las patas entre 60 y 80 por ciento de la humanidad entera”; el arte y una de sus aristas, el teatro, pueden generar otras formas de subjetivación, “otras estrategias de construcción del tejido social”, que sin ser teatro panfletario (mismo que ya se ha integrado al sistema de pensamiento hegemónico), “te agarre de los cabellos y te cimbre la cabeza, te sacuda y te despierte”, dijo Sigifredo Esquivel Marín.

El académico de la Universidad Autónoma de Zacatecas obtuvo recientemente el Premio Internacional de Ensayo Teatral 2016 que otorga el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli (Citru), por su trabajo De cuerpo presente, en los umbrales de la finitud (29 tesis sobre teatro, política e inmanencia), en que aborda éste y otros temas.

Dijo que el sistema capitalista como muchos moribundos antes del deceso, presenta signos de gran vitalidad, por lo que es urgente generar alternativas, que encuentra tanto en el arte, la política y la educación, “espacios directamente relacionados”.

En ellos agregó, “se están generando discretas propuestas frente al orden establecido”, concretamente se refirió al teatro y la literatura, entre otras actividades que están comenzando a propiciar “espacios de renovación”.

Este último concepto, alude al término inmanencia del título de su trabajo, mismo que retoma desde dos grandes pensadores: Baruch Spinoza y Federico Nietzsche, “como la vida sin más, lo que somos, lo que nos constituye, lo que hacemos, pensar la política en el encuentro con el arte y particularmente con las artes escénicas nos da esa posibilidad de la idea de renovación, de transfiguración de la condición humana”.

La que vivimos, dijo, es una época extrema donde nos hemos vuelto “sobrevivientes de nuestra propia existencia en todos los ámbitos”;  ejemplificó con el laboral, donde ahora el trabajo es “un premio”, algo que hay que celebrar y donde el jefe en turno se encarga siempre de hacer ver “que si no te gustan las condiciones laborales que tienes, hay ‘n’ número de personas esperando”.

En este contexto de intensa precariedad laboral, las artes escénicas pueden ser un laboratorio para reconfigurar la memoria histórica y proveerse o abrirse, hacia posibilidades inéditas, o que permanecían adormecidas bajo el discurso hegemónico, dijo.

El elemento central de De cuerpo presente… son las luchas, que asevera Sigifredo Esquivel Marín se libran en la dimensión corporal y no en la realidad virtual que hoy ofrecen las redes sociales, pues advierte, que en caso de que hubiera “una revolución significativa” o una revolución social de cierta relevancia, tendrá que atravesar por la mediación de los cuerpos como sucede en el teatro.

El teatro siempre ha tenido la “capacidad de expresar tanto la fugacidad del instante” pero también la apertura hacia espacios “donde reinventar la condición humana”, no genérica o universal, sino como una situada “en el bucle del espacio específico que nos corta y delimita en este momento”.

En el contexto de lo artístico, cosas que otrora fueron subversivas hoy “están perfectamente integradas al orden establecido” y viceversa. Por tanto la dimensión estética, crítica y creativa del pensamiento es estratégica, performativa, histórica, pues tiene que ver con el tiempo y el espacio, con la coyuntura presente.

De esta manera las artes escénicas son espacios donde se dilucida lo que somos y hacemos pero también se plantea, dijo en cita a Michael Foucault, “lo que podemos llegar a ser, lo que podemos dejar de hacer para devenir otra cosa”.

El teatro es también un arte público que no puede ser sin implicar directamente “al otro”, pues sin los espectadores simplemente no puede existir. Esta idea no es nueva, ya la expuso Werner-Wilheim Jaeger en su obra fundamental La Paideia, al señalar la función cívico-política, de conformar ciudadanía, que ya tenía desde la antigüedad.

Esquivel Marín no obstante, precisó que el teatro es sí una poderosa herramienta, pero ni la única ni la solución como otrora los vanguardistas consideraban y buscaban, “que una expresión artística fuera la respuesta a todos los problemas. No, no existe esa llave mágica”, aseveró, pero sí los que denominó “pequeños artefactos que nos pueden ayudar a constituir la lucha del día a día, a resignificar nuestra propia vida”.

Así desde la práctica docente, política, comunitaria, familiar o societal, puede generarse lo que denominó como “una micropolítica horizontal” que si no revierte el estado de cosas, sí tienda a generar la reflexión en torno de él.

Refirió al respecto el pensamiento de Gilles Deleuze, quien consideraba una falsa oposición el planteamiento entre “cambio estructural o dejar las cosas como están”, en que se debatían algunos sectores izquierdistas en los años 70.

Es un círculo vicioso el “si no podemos cambiar el sistema, no podemos hacer nada”, pues el sistema no es una totalidad absoluta y siempre tiene múltiples fisuras como evidencia tanto lo que ocurre con el Gobierno estatal como el de la República.

“En estos momentos están atravesados por múltiples fisuras, coyunturas, luchas palaciegas internas, intestinas, extremas”; jamás han funcionado como totalidad, reiteró, aunque así quieran exhibir su imagen, tal cual si pasara por un proceso de Photoshop.

“Esa es una invención-reinvención del poder que nos quieren generar, de que hay una imagen acabada”.

Ante ello debe considerarse al ejercicio de la creatividad “como una lucha, un forcejeo”, frente al límite que representa el pensamiento hegemónico, y que propiamente es un “no-pensamiento”, un cerrarse a las alternativas de cuestionar críticamente.

“A partir de que tenemos limites radicales es donde empieza la creatividad no antes. Es el juego de lo posible-imposible, es ahí donde comienza verdaderamente la creación crítica, la dimensión creativa que nos constituye como seres humanos”.

Este es el distanciamiento crítico de las cosas que permite el teatro, y al que aludía otro pensador presente en el ensayo de Sigifredo Esquivel Marín, Berthold Brecht.

“En una época de anestesia generalizada donde vemos tantas imágenes, miles de imágenes, la sobreposición de imágenes” que han construido una “naturalización” de la violencia, deben prevalecer a contracorriente las artes, “pequeños dispositivos de interrogación, de cuestionamiento que nos permitan repensarnos y replantearnos”.

Frente a la idea del desencanto, el pesimismo o el “escepticismo de corte irónico” postmodernista que permea el pensamiento contemporáneo y que “encaja perfectamente con el orden establecido, con la idea de que no hay horizonte”, está justo, la posibilidad de replantearse y hallar salidas.

Hay siempre que cuestionarse de qué manera “las ideas embonan con las acciones”, pues este ánimo nihilista se vuelve cómplice con el orden establecido. Por ello dijo, “son lo primero a denunciar”, ya que “la cancelación del futuro” obedece a la lógica de un sistema hegemónico que ha transitado de un capitalismo integrado a uno extractivo, que “vive y pervive de sus propias muertes y resurrecciones”.

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