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domingo, 20 abril, 2025
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¡Viva México!

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Por: ÓSCAR ANTONIO JOSÉ GARDUÑO NÁJERA •

Odio a los mariachis. Su música me es insoportable. No puedo con ella. No sé si es ese estruendo de trompetas o sus incesantes guitarrazos. En cuanto a las letras de las canciones mejor me callo: daría para un libro completo. Son excesivamente repetitivas. Dos estrofas, un coro, y este coro repetido mil veces en la misma canción. Qué fortuna que existan los audífonos con cancelación de ruido. En la CDMX por estas fechas ponen a los malditos mariachis en el Metro, por lo que si no llevas unos buenos audífonos, te obligan a nacionalizarte como mexicano, a la de fuerzas, con la repetición de las mismas canciones. No sé a qué listo se le ocurrió asociar al mariachi con la patria y con la mexicanidad. Hay otro fenómeno que se da por estos días: los ridículos bailes folclóricos, o lo que sea que esa dichosa palabra quiera decir, a mí, por ejemplo, me da por pensar en los concheros que bailan, como psicópatas drogados, y casi desnudos, por los rumbos del Zócalo de la CDMX. 

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Pero el horror de los bailes folclóricos debería catalogarse como maltrato infantil. Como si no fuese suficiente colgar miles de banderitas y retratos horribles de Miguel Hidalgo, a los niños y niñas se les obliga a bailar, si es que eso es baile, lo que no desean bailar, o al menos un espectáculo acerca del cual los infantes no tienen la voluntad de poder decidir. O bailas o bailas. Y si es en medio del patio, bajo el sol a rajatabla, mucho mejor. Y si se trata de un tradicional baile que represente las emociones y el nacimiento de tal comunidad, más aplausos. Y crueles como son, los padres gastan dinerales en disfraces que solo servirán para ese maldito bailable y para presumir al niño o a la niña, como si se tratase de una mascota amaestrada, con los amigos cuando los padres, mamá y papá, ya están hasta la madre por el sacrosanto tequila y rellenos, como pavos, de pozole y tostadas de tinga y pata. Nadie consulta a los niños y las niñas porque seguramente no aceptarían tal exhibición. 

En la parte literaria la cosa se pone peor en estas fechas. Para los que apenas tienen algunas lecturas y algunas nociones literarias, no saber que existe un poema como “La Suave Patria” de López Velarde es casi traición a la patria letrada. Hay quienes ni siquiera lo han leído, es más: ni siquiera saben quién carajos fue López Velarde, pero saben, y lo aprenden como se aprende el himno nacional, que ese poema es importante por estas fechas. Luego está el otro poema, el de José Emilio Pacheco, donde él describe su amor a la patria como si se tratase de un discurso a los soldados antes de mandarlos a la matazón del campo de guerra. Lo que es peor: muchos de los patrióticos letrados se saben de memoria versos de López Velarde y los recitan lo mismo que los ebrios recitan el Brindis del Bohemio a moco tendido. Literatura, música y simbolismos se conjuntan para hacer del mes de septiembre uno de los más odiosos al menos para mí. 

Tengo algunas nociones que sustentan mi odio. Hace unos años acudí a la casa de la que entonces era mi novia a una cena de esas que se organizan con mucho entusiasmo el mero 15 de septiembre. 

Cuando se me invitó a pasar al comedor lo primero que me sorprendió, y de temerosa manera, fue que, en la mesa, como invitado especial, estaba nada más y nada menos que la cabeza del cerdo cuya carne ahora nadaba en un grasoso pozole. Hasta ahora tengo una duda: no recuerdo si los ojos del cerdo estaban abiertos o cerrados, si su moribunda mirada nos vio comer el pozole o si, por el contrario, sus ojitos estaban ya eternamente cerrados. No lo sé. Y a la mujer, mi novia de ese entonces, le ha ido tan mal en la vida con un hombre que la llenó de hijos y la maltrata psicológicamente, que no creo adecuado preguntarle algo que quizás ni siquiera ella recuerda. Lo que sí recuerdo con toda claridad es lo siguiente: como en todos los hogares la noche del 15 de septiembre, la televisión estaba encendida, sintonizando los minutos previos al grito del presidente en turno (no me pregunten qué presidente, creo que Salinas). 

En cuanto apareció la escolta militar, con el abanderado que entrega la bandera al presidente de México, la madre de mi novia ordenó, porque lo ordenó, que todos los de la mesa nos pusiéramos de pie. Se trata de una broma, pensé, y permanecí sentado, preparando ya los aditamentos para mi gran plato de pozole. La madre me gritó que me pusiera de pie. Los demás ya lo habían hecho, y con mucha seriedad, mientras que yo casi soltaba una carcajada. Y la madre hizo el saludo a la bandera, que inmediatamente hicimos todos, y empezó a cantar de manera terriblemente desafinada el himno nacional. No lo podía creer: la cabeza de un marrano que no recuerdo si tenía los ojos abiertos o cerrados, la televisión encendida, nosotros de pie alrededor de la mesa, nuestro saludo a la bandera y todos desafinados cantando, orgullosos, al menos esa familia, del dichoso 15 de septiembre. 

Los tiempos han cambiado mucho desde entonces: ahora te subes al Metro de la CDMX o entras al Walmart y escuchas “Bohemian Rhapsody” al más puro de un seguramente subestimado mariachi. El horror. Luego están las famosas noches mexicanas: auténticas briagas donde al día siguiente lo que menos deseas es pensar en la bandera o, lo que es aún peor, salir en bermudas y chanclas a la azotea de tu edificio en compañía de un emocionado hijo por el vuelo de los aviones militares durante el desfile del 16 de septiembre. Para eso se hizo el 15 de septiembre: para que los que no alcanzan a entender lo que es la patria, lo hagan, lo de entender, a través de caguamas, el infaltable tequila, que anuncian en las tiendas como artículo de primera necesidad, y un ¡viva México!, con estridentes gritos y ya calentados por las drogas o el alcohol o las dos. También hay otras formas de celebrar: acudir a la alcaldía de tu agrado, convivir con el pueblo y esperar el triste espectáculo que te ofrece una dirección de cultura, que ya se encargará de aumentar el presupuesto en honor de una muy buena celebración del 15 de septiembre. 

No hay patria ya. No queda nada de ella. Yo he sido testigo de algunos sucesos que por lo regular ocurren el 15 de septiembre. He estado en auténticas bacanales donde gente que debería ser expulsada inmediatamente del país adornan patrióticamente sus casas e intentan dar lecciones de una historia que desconocen a sus ridículos hijos ataviados con moños, de a mariachitos, con cobijitas tricolores, cuando no del cura Hidalgo o de Emiliano Zapata, porque ni siquiera conocen la diferencia entre una independencia y una revolución. Personas corruptas y sin principios que festejan una patria y un país que les ha dejado grandes ganancias a costa de solventar sus turbios negocios desde dependencias gubernamentales. Personas que dicen amar a su patria, mientras por la espalda le clavan el cuchillo junto con su equipo de trabajo, al cual tienen que embrutecer de alcohol para que consigan creer en sus palabras cuando se les dice que México es un país hermoso, que es todo un honor ser mexicanos y que, al otro día, cuando la resaca arrecie con su embestida, hay que lanzarse envueltos en la bandera desde el balcón que se tenga más a la mano. La patria es un festejo y es un me vale madres donde toda expresión antipatriótica está mal vista. Y hay que acudir al zócalo. Y hay que aplaudir al presidente cuando salga al balcón. Y esperar que no nos quede mal con las citas históricas (quiera Dios que grite ¡Viva el Che!) y con los nombres de los supuestos héroes que nos dieron patria. 

Ya llegará el 17 de septiembre y la patria morirá en el campo de una inútil batalla. Nos vemos para la siguiente noche mexicana, amigos y amigas, así sea con un país que se desmorona gracias a una patriótica clase política corrupta e impune, y gracias a la vida que ustedes tienen solo porque no le echan ganas en la chamba, mientras vuelven a mentir los mismos de siempre, vuelven a ganar los mismos de siempre y aquella cabeza de marrano de la cena con esa novia, quien seguramente se sigue poniendo de pie y desafinando el himno nacional, de aquella cabeza de marrano que ahora mismo nos confunde y llega un momento en que ignoramos qué es realmente lo que nos sirven: una clase política patriótica o al pobrecito marrano que murió por la patria, y esto sí es real, esa mañana del 15 de septiembre.   

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