Como en la vida, en política es un error fatal asumir sin evidencia que la opinión propia es la de la mayoría.
Cada vez es más difícil discernir y las encuestas son uno de los pocos instrumentos que sí se hacen con rigurosidad y honestidad, pueden resultar útiles para ello.
En estos momentos las encuestas demuestran que no hay lugar para los tibios. La de Enkoll publicada el día 1 de septiembre, afirma que solo el 15% de las personas se asume apartidista, 47% se calificaban así en noviembre de 2020, y en tanto 51% manifiesta identificación con Morena.
Las encuestas de la contienda interna para liderar la cuarta transformación confirmaron estos resultados, aunque se hicieron a población abierta.
En éstas salieron “mejor parados” aquellos a quienes se les percibe como “radicales” o “puros” a relación de 2 a 1 con los de imagen pragmática.
Adán Augusto López tuvo un honroso resultado a pesar de ser el recién llegado al escenario nacional y colarse de última hora entre los presidenciables, con tanta prisa y premura que difícilmente podía alcanzar a sus rivales cuyos nombres tienen años barajándose.
A Gerardo Fernández Noroña le fue de lujo. Años de trabajo constante en redes sociales, y de oratoria elocuente y directa le rindieron frutos. Sin recursos, sin más material que su palabra y sin experiencia gubernativa y militando en un partido secundario de la cuarta transformación, disputó el tercer lugar con un ex secretario de Gobernación. Nada mal.
Cierra ese núcleo la ganadora de la contienda, Claudia Sheinbaum Pardo con un triunfo definitivo como preveían todas las encuestas, como arrojó la principal, la encargada por Morena, y como mostraron las cuatro encuestas espejo con el mismo resultado.
La victoria de Claudia es contundente resultado de ganarse la confianza de una base social gracias a toda una vida de lucha social y trabajo político sin zigzagueos ni tibiezas.
Es la hija de universitarios de izquierda que supo desde la infancia de presos políticos en Lecumberri; es la adolescente que acompañó la huelga de hambre de Rosario Ibarra de Piedra y otras madres de desaparecidos, la que creció entre conversaciones de líderes del 68, y cerca de líder ferrocarrilero Valentín Campa.
Solidaria con cuanta causa social se cruzó, la academia y la vida familiar nunca la alejaron de la política entendida como terreno de lucha. Hasta que, no podía ser distinto, eso, más su solvencia académica y técnica la llevaron al gabinete de López Obrador como jefe de Gobierno, donde destacó en el desarrollo urbano y el cuidado ambiental y ganó la confianza para encargarse de otros temas de importancia.
Cuando vinieron las vacas flacas permaneció del mismo lado. En 2006 construyó el gobierno legítimo y luego del 2012 repartió periódicos y construyó partido y movimiento.
Su historia es la de una mujer de causas, no de conveniencias; de encargos, más que de cargos.
Cuando fue necesario gobernar, gobernó, cuando hubo que luchar, luchó, como queda claro en su defensa del petróleo y la soberanía energética donde lo mismo participaba en diálogos parlamentarios un día, que enfrentaba a granaderos al siguiente.
No es el caso de su más cercano adversario, Marcelo Ebrard, encumbrado hasta los presidenciables por su indiscutible eficiencia burocrática, pero visto con desconfianza por sus coqueteos con Movimiento Ciudadano partido por el que ya se postuló hace algunos años a pesar de la existencia de Morena.
Sus posiciones económicas y políticas centristas, socialdemócratas y moderadas, representan poco a la cuarta transformación y sus posiciones liberales en temas como el aborto, el feminismo o la diversidad sexual son insuficientes porque son también las de Claudia Sheinbaum y quizá hasta las de Xóchitl Gálvez que encabezará al bloque opositor.
El movimiento de la cuarta transformación está hecho de unos y de otros. Y eso hacia posible hasta hace tiempo que cualquiera de los dos fuera el triunfador. Pero el escenario cambió.
El pueblo de hace quince años, el que asustaban con “el peligro para México” y los temores de convertirse en Venezuela quizá hubiera preferido a Ebrard.
Pero estamos ante otro muy distinto, un país politizado, que se asume en lucha de clases permanente, que no acepta la explotación bajo el pretexto de “ponerse la camiseta”, y que hoy responde a quienes dicen merecer todo porque crean empleo, gritando que son los obreros los que mueven a México.
Ese pueblo hoy deja el discurso de la reconciliación en último lugar con apenas 6 por ciento
Hoy ese México se siente en el camino correcto, y ven en Claudia Sheinbaum la mayor garantía de seguir en él. Sin dudas, sin temor, sin lugar para los tibios.