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lunes, 12 mayo, 2025
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La realidad política envenena la economía: Parasitosis autoinmune de la clase política en México

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Según el último informe económico de la Cepal, no son buenas noticias para México. Antes de 2011, la década anterior, fue un tiempo de expansión económica donde hubo países que crecieron arriba de 7 por ciento anual (como Chile y Argentina), pero el promedio general en América Latina fue de 4 por ciento, porque había países como México que tuvieron crecimientos promedio del escuálido 1 por ciento. Con el factor del crecimiento (no tanto redistribución) fue posible abatir de manera importante la pobreza, pero otra vez, en México eso no ocurrió. En términos relativos hasta Ecuador y Bolivia tuvieron movimientos importantes en sus indicadores económicos, pero nuestro país siguió estancado en el pantano de la pobreza y una desigualdad atroz. Sudamérica se vio beneficiada por el aumento del precio de las materias primas y el crecimiento apoteósico de la economía china, paro pudieron aprovechar estos dos factores porque hubo una intervención decisiva del poder público en la conducción de la economía de estos países. En México no ocurrió así.

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Pues bien, la mala noticia es que esas ventajas que hicieron crecer a los países latinoamericanos están retrocediendo: el menor crecimiento tanto de Europa como de la propia China y la recesión norteamericana ha provocado una reducción de los volúmenes comerciales, por lo que se ven afectadas las exportaciones de AL. También se han moderado los precios de las materias primas, que han traído como consecuencia que los flujos financieros estén francamente reducidos. Si con las ventajas que había, México no se pudo enganchar en la ola de crecimiento de los países latinoamericanos, ahora con la contracción de dichas ventajas, se pone al país en un escenario más complicado. Porque ante la desaceleración de la demanda externa de los productos primarios de AL, se impone la necesidad de recurrir al mercado interno. Esta tarea en países como Chile es menos complicada porque durante la década precedente construyeron una clase media emergente que les va a ayudar a dinamizar su mercado interno: una población menos polarizada y más educada tiene mejores posibilidades de sostener un consumo (demanda agregada) que le ayude a  fortalecer su economía interna. También están en mayores ventajas, porque así como exige más servicios, también se convierten en una oportunidad de emprendimiento económico por vía de crecimiento de su pequeña y mediana empresa.

Como podemos observar, el reto para México es más grande: con 60 por ciento de la población económica viviendo en la informalidad y más de la mitad de su población total sumida en la pobreza, es muy difícil dinamizar el mercado interno. También es lejano poder aprovechar el crecimiento de las economías asiáticas porque requerimos tener productos con mayor agregación de valor que sean intercambiables con dichas economías. A menos que sólo nos ofertemos como el paraíso de la tierra de mano de obra barata con grandes ventajas fiscales y sin exigencias ambientales, como hasta ahora se ha hecho. Pero sucede que para salirle al toro en esta situación urgen dos cambios esenciales: diversificar la estructura productiva y reconvertirla en lo que se llama “economía del conocimiento”. La diversificación debe ser de tal manera que también esa diversificación sea integrable, esto es, que genere encadenamientos productivos. Pero esto no va a ser posible si el sector público no interviene para inducir estos cambios económicos-en-esta-dirección. Porque además, el encadenamiento productivo se requiere que se genere en las llamadas Pymes. Por el contrario, hasta ahora se ha impulsado la Inversión Extranjera Directa de grandes capitales sin dichos encadenamientos, así que el nivel de compras (en el extranjero) que se requiere hacer para proveer a las empresas que se insertan en el país son tan altas que meten en déficit la balanza comercial. NO sólo, algo más grave aún: el llamado “sector público” está lleno de una clase política mega-parasitaria que actúa en el sector para sacar ventajas inmediatas por la venta o entrega de las que son, justamente, las ventajas comparativas de México. Tampoco se está fortaleciendo la base para la competitividad: la innovación. Hacerlo significa invertir grandes cantidades de recursos en la investigación vinculada al dinamismo económico, lo cual no ocurre. Las universidades pasan preocupadas por sus pasivos en lugar de estar detonando las diferentes regiones económicas con la inyección localizada de conocimiento. Amén de sus burocracias inútiles y parasitarias. Para que el sector público pueda hacer este tipo de inversiones y otras (como el gasto en los costos logísticos), se necesita una estructura hacendaria equilibrada, justo lo cual México no tiene. Tenemos un fisco que grava a las clases medias y desacelera el consumo, y con ello apoca al mercado interno; y grandes capitales no-contributivos.

Si el país no se sacude esta capa de mega-parásitos que producen una suerte de efecto autoinmune, no vamos a salir del pozo. Y ese sacudimiento es político. Por tanto, sin cambios políticos sustanciales, la economía no tiene solución. ■

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