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domingo, 20 abril, 2025
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‘Los sonámbulos’, de Arthur Koestler

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Por: Miguel Ángel De Ávila González •

La Gualdra 582 / Libros

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El título revela la concepción del autor sobre el camino que tomaron los investigadores en el ámbito de la cosmología. Se trata de un ensayo profundo y notable, bien documentado. El autor pone de relieve la forma en que cada científico logró su objetivo dando tumbos, y recoge muchos cabos sueltos a numerosas ramificaciones inesperadas al observar no sólo los logros científicos, sino también los métodos de trabajo que se ocultan tras ellos.

Parte del amanecer del pensamiento cosmológico en la Babilonia de 3,000 años antes de nuestra era y continúa con Pitágoras y la armonía de las esferas. Aborda después a Heráclito y el universo heliocéntrico, a los pensadores griegos, Platón y Aristóteles, y de Ptolomeo hasta los escolásticos.

Los sonámbulos son los científicos que empujaron el progreso un poco a tientas, caminando en la oscuridad, con mapas errados y diseños que hoy consideramos absurdos, aferrados a ideas fijas y, con frecuencia, a través de métodos muy poco fiables. Sin embargo, de ese modo conquistaron nuevos terrenos para el conocimiento, aun cuando no siempre dimensionaron siempre sus nuevas conquistas.

El 24 de mayo de 1543 Nicolás Copérnico, moribundo, vio el primer ejemplar de su obra Sobre las resoluciones de las esferas celestes… La principal novedad de su teoría se sintetiza en lo siguiente: en medio de todo está el Sol… Sus ideas no eran nuevas: 300 años antes de Cristo, Aristarco de Samos planteó que el Sol es el centro del universo.

La correcta hipótesis de Aristarco fue soslayada en favor de un sistema monstruoso de astronomía, caracterizado por su irracionalidad y porque constituye una ofensa a la inteligencia humana: predominó durante 1,500 años, me refiero al Almagesto de Ptolomeo que fue la Biblia de la Astronomía hasta principio del siglo XVII.

Desde la Grecia de Tales de Mileto y Pitágoras hasta la formulación de las leyes de Isaac Newton, se traza el curioso, sorprendente y ondulante camino de la cosmología. Un camino cruzado por aventuras inesperadas, algunas provenientes del ejercicio de la razón y el estado metódico, pero también de la imaginación o e misticismo, incluso del error.

El caso de Kepler es ejemplar. Miope de nacimiento, perseguido por la miseria física como por las penurias económicas, era un genio matemático y al mismo tiempo un ferviente místico, un estudioso metódico y un devoto de la astrología. En su búsqueda, concibió la idea de que el universo se basa en figuras geométricas que forman un esqueleto invisible. Una idea poéticamente bella y científicamente desacertada y, sin embargo, lo condujo al desarrollo de las leyes de Kepler, esenciales para la astronomía moderna.

Si hasta entonces los hombres que miraban al cielo se abocaban a su descripción Kepler se pregunta por el movimiento de los planetas. Descubre que éstos se mueven en órbitas elípticas, con el Sol en uno de los focos. Y ésa sería la primera de sus leyes.

Para explicar la excentricidad de las órbitas, dedujo que los planetas estaban sometidos a fuerzas contradictorias, procedentes del Sol y de sí mismos. Naturalmente, era una idea estrafalaria, pero las leyes de Kepler constituyeron un hito, apartaron astronomía de la teología y la asociaron a la física.

Luego de los enormes aportes de Galileo en torno al movimiento de los cuerpos y su querella con la Iglesia católica, Newton tomaría el relevo para elaborar la teoría de la gravitación universal.

El libro tiene el mérito inobjetable de humanizar a los genios, aterrizar sus exploraciones, sus logros y fallas. Para leerlo no se necesita que el lector sea una persona culta ni que posea un conocimiento previo de la ciencia moderna. Está escrito para lectores que no estamos a la altura en materia de ciencia.

Este libro nos invita a revisar la forma en que se explicaban antes, de manera muy ingeniosa y elaborada. Los fenómenos naturales. Un ejemplo es el de la redondez de la tierra y la imposibilidad de que hubiese habitantes en las antípodas. Se conjeturaba que no podía existir seres del otro lado del mundo porque la lluvia no caería hacia la tierra sino hacia el cielo, donde dios había separado las aguas hasta crear un universo con forma de paralelepípedo.

 

 

 

* * *

Arthur Koestler, Los sonámbulos, Consejo Nacional de ciencia y Tecnología, Ciencia y Desarrollo, México, 1985.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra582

 

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