Con la solemnidad requerida por la trascendencia del acto, don Enrique Peña Nieto promulgó la Ley de Transparencia, compartiendo el presídium con personajes como Miguel Ángel Osorio Chong, Manlio Fabio Beltrones, Miguel Barbosa, Alberto Anaya y otras personalidades cuyos nombres resultan referencia obligada cuando de transparencia se trata; si bien fue sensible la ausencia, por lo menos en el presídium, del hombre quizá más transparente de México, el senador Carlos Romero Deschamps, mismo que hojeaba en su escaño la última edición de un catálogo de yates, en tanto en el pleno del senado se debatían los intríngulis de la ley contra la corrupción.
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Parece mentira que periodistas como Carmen Aristegui y publicaciones como Proceso, traten con tanta desconsideración al licenciado Peña Nieto, su equipo de trabajo y su círculo íntimo; porque si bien es cierto para quienes como ellos ejercen un periodismo de investigación y denuncia resulta nuestro país un campo generosamente abonado; también lo es que la presente administración federal, junto con su matriz y extensión del Estado de México, es una verdadera cornucopia; pues pareciera ser que en beneficio de los informadores aludidos están decididos a protagonizar el reality show más largo de la historia, ya que data por lo menos del sexenio de Arturo Montiel, cuyo último capítulo (un fraude por 6’ 000’ 000000 de pesos), estelarizado por el secretario de transportes del Edomex y los contratistas de megaboras de las administraciones peñistas, está en curso; y augura, para los investigadores mencionados, un filón de dimensiones incalculables.
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Y hablando de transparencia, con la bendición episcopal se iniciaron los trabajos de remodelación de la Plaza de Armas, labores que según el más alto pastor de la diócesis eran de suma urgencia, esto así en atención a razones que se reserva en su augusto pecho; pues no creyó Su Eminencia aconsejable enterar al vulgo de lo que seguramente constituye una lista muy larga. ■
