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martes, 13 mayo, 2025
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Grecia: ¿el fracaso de la civilización?

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Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA •

■ Zona de Naufragios

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Los recientes sucesos ocurridos en Grecia, cuna de la civilización moderna, han abierto la posibilidad a una serie de reflexiones que gravitan en torno a la continuidad o ruptura de ciertas formas en el arreglo económico, social y político de nuestros tiempos.

Por principio de cuentas está el tema de la participación política de los griegos en el referendo que aceptaba/rechazaba la imposición de las medidas draconianas sugeridas por los organismos de la Unión Europea y el F.M.I. Este tipo de instrumentos son sumamente útiles en el ejercicio democrático, mas deben ser utilizadas con tiento. Gobiernos autocráticos por un lado, o débiles por el otro, pueden recurrir a estos para legitimar decisiones riesgosas y/o escurrir el bulto de las decisiones cuando la situación lo amerite. Esa tendencia a consultar tanto cuanto es posible es quizá la expresión más acabada de la democracia llevada a lo trivial e irrisorio. Gobernar, parece habérsenos olvidado, no es un ejercicio de plazas atiborradas y votación a mano alzada. En el caso concreto de Grecia, fue fundamental que su pueblo pudiese hacer notar ese hartazgo a la sujeción de una élite ajena a sus penurias cotidianas.

Sin embargo, el primer ministro Tsipras, actuó con astucia política (no hay que soslayar el hecho de que la coalición gobernante, aunque nominalmente de izquierda, incluye lo más reaccionario del espectro griego: fascistas, xenófobos y antisemitas): el referéndum convocado fue posterior a la fecha en que el país entrara en moratoria, con lo que el resultado de tal ejercicio en la práctica, era más o menos irrelevante. Lo que el resultado le da es la posibilidad de mantener cierta postura en las negociaciones que habrán de venir.

El ‘No’ victorioso es tan engañoso como lo hubiese sido el caso opuesto. Ni gana Grecia ni pierde Europa: no es un juego de absolutos, ganan los griegos en un juego simbólico pero pierden en uno muy real; Europa gana y pierde, al sentar un precedente negativo en la conformación de su Unión. Las bases de la convivencia común son socavadas castigando y hostilizando al infractor, antes que mantener la solidaridad con uno de sus miembros. Piketty lo ha señalado despiadadamente: la hipocresía e ignorancia histórica de Alemania es el ejemplo más preclaro que existe en torno al incumplimiento de pago de deuda externa en los periodos posteriores a las Guerras Mundiales. Los alemanes tienen autoridad moral nula en el tema. Voces influyentes como las de Sachs, Rodrik y el mismo Piketty se han pronunciado por un giro en torno a las políticas de austeridad impuesta sobre los eslabones más débiles de la cadena que lo único que hacen, han hecho y seguirán haciendo, es el ensañamiento sobre estos mismos y la perpetuación de un sistema rapaz, extractivo y desigual en cargas y beneficios.

Por contraparte, un reflejo de esta triste época es la opinión popular que se inclina por condenar, moral y prácticamente, a los irresponsables. Estamos ante la perversa tesis del individualismo a ultranza que preconiza la responsabilidad y autocontención en contra de cualquier tipo de solidaridad (cuando no sea caso de altruismo o caridad), sea entre individuos o entre naciones. Olvidan, estos apologistas de la hoguera, que individuos y naciones por igual viven etapas de desigualdad, asimetría y establecen relaciones de dependencia a lo largo de su existencia por una u otra razón, y que la solidaridad, esa vieja incómoda, es una de las características esenciales de eso a lo que alguna vez llamamos ‘civilización’. Como lo ha sugerido Julio Boltvinik en estas mismas páginas, quizá sean estas señales que anuncian el fin del capitalismo como lo conocemos.

Grecia, hay que decirlo, es un país corrupto e irresponsable, pecadillos ambos de los que no se escapan ni la misma Alemania o E.E.U.U o México. Evidentemente los griegos incurrieron en graves irresponsabilidades, pero ni Bruselas ni Berlín pusieron un alto a la supuesta francachela que estos llevaban: prestarle a un país deudor e insolvente para que haga frente a las responsabilidades financieras contraídas con uno mismo implica riesgos y cierta ductilidad moral; ambas posturas deben ser consideradas igualmente irresponsables.

La salida de Varoufakis del Ministerio de Finanzas griego merece mención aparte. Éste se ha destacado por su pensamiento crítico del statu quo: no piensa como un político, piensa como un científico social, quizá de ahí su renuncia posterior a la victoria del “no”. Es posible que, a confesión de parte, su salida del gabinete no sea por no ser del agrado de los acreedores, sino que constató que la reedificación del edificio griego en torno a un arreglo económico/social distinto difícilmente cristalizaría dado lo irreconciliable de una posición progresista vis-à-vis el conservadurismo de la austeridad y la invocación de la responsabilidad y prudencia fiscal. Se pierde un actor fundamental en la deseable recuperación griega y la exploración de vías alternas al pensamiento dominante.

Son épocas que ameritan reflexión. La humanidad no puede darse el lujo de experimentar un retroceso civilizatorio a la época de la sobrevivencia del más fuerte: por más que sea merecido, no lo merecemos. ■

 

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