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viernes, 29 marzo, 2024
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Entre carreteras de cuotas

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

El pasado fin de semana tuve la oportunidad de hacer un viaje relativamente corto en kilómetros y por cuestiones de tiempo y comodidad decidí tomar el rumbo que marca la moderna red de carreteras de buen nivel en el territorio nacional. Tuve que asistir a un evento importante en el estado de Michoacán. Quinientos quilómetros de ida y quinientos kilómetros de regreso. Me emocioné con la posibilidad de hacer un viaje con calma, paciencia y prudencia en las tan cacaraqueadas autopistas de México.

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Por razones que no viene al caso mencionar, el viaje inició con el error táctico de posponer una carga de gasolina adecuada necesaria para todo el recorrido, pero se supone que no hay problema con el suministro de combustible.

En efecto, el recorrido fue muy grato hasta Aguascalientes y luego, sin pensarlo, la Maxipista a León, a Salamanca, Cuitzeo y ya para que le sigo, una tras otra, plaza de cobro tras plaza de cobro hasta llegar a una suma erogada de ochocientos veinte pesos. Hasta ahí, el recorrido arrojaba un costo de uso de carretera por la escandalosa suma de un peso con sesenta y cuatro centavos.

En cuanto a su funcionamiento, nada que decir, todos los tramos en buenas condiciones, señalamientos oportunos, más limpias que de costumbre, vigilancia regular y los retenes muy correctos y con actitudes del personal de buena forma. Por regla general se puede avanzar rápido, sin contratiempos. El costo excesivo no deja de ser una contrariedad y piensa uno que debieran ser tan honestos como en Zacatecas y razonando, el coraje aumenta más, puesto que si se considera que antes de llegar a la atracción fatal de las maxipistas de cuota, se han recorrido ciento cuarenta kilómetros por treinta y ocho pesos; entonces quiere decir que los siguientes trescientos sesenta kilómetros costaron alrededor de setecientos ochenta pesos, el costo por kilómetro en las maxipistas supera los dos pesos.

A lo mejor hay por ahí algunos pudientes que digan que ese precio es una bicoca y pueden hasta con más, pero la mayoría de pobretones con los que convive un servidor piensan que es un precio excesivo si no es que abusivo. Y lo que más irrita es que las carreteras se construyen con recursos públicos por lo general y suelen concesionarse a no sé quién ni por qué razón ni bajo qué procedimientos. Lo mismo ocurre en todos los rumbos del país donde se han construido sin consideraciones y restricciones que prevengan el daño ambiental que proteja entre otras cosas las rutas de las migraciones de las especies terrestres. Y por más que le busco una explicación a esos costos, no le encuentro mas que una, la del lucro desmedido de los concesionarios.

Lo que sí aniquila a los viajeros es este tipo de erogaciones que deben considerarse en los preparativos de viaje igual que el costo de la gasolina que, pues, todos sabemos que está inflado bajo las argucias de los expertos en la construcción de retóricas pre legislativas que atentan contra el patrimonio de cada mexicano que tiene la mala pata y buena mano para pagar impuestos.

Todas estas elucubraciones se han realizado sin anestesia y sin considerar el mazazo final: que los ochocientos veinte pesos de aquí para allá son los mismos ochocientos veinte pesos de allá para acá. Digno de una de las máximas elucubraciones del Filósofo de Güemez.

Pero la otra contrariedad vino cuando el tanque de gasolina comenzó a agotarse y descubro que desde León en adelante no hay ninguna gasolinera en el camino y, pues ni modo a salirse a pueblear y buscar el codiciado combustible, incrementando el tiempo de traslado los gastos. Pero, después de todo, conocer el país y disfrutar de sus bellezas y su cultura no tiene desperdicio. Como México no hay dos.

Pero ya entrados en materia surgen las reflexiones, primero y al grito de saz, ¿no sería fabuloso que nuestros representantes populares, sobre todo los de las cámaras tomaran cartas en el asunto?, después de todo y antes que nada, los pobres primero. No es posible que viajar se vuelva prohibitivo para los que hemos nacido en este país sin tener el privilegio de los grandes salarios o las grandes transas. Además, es un derecho constitucional. Otro buen punto sería reaprender a viajar las vacaciones por caminos vecinales, sin prisas, descubriendo la magia de los lugares modestos y la gente simple en lugar de los complejos turísticos que, para variar cuestan un ojo de la cara.

Y la otra, pues, quedarse tranquilo en casa y convivir con el vecindario y conocer los lugares que por tanto mencionarlos se olvida la gente de visitar o conocer, como por ejemplo los museos de Zacatecas, sus fuentes, lugares de reunión, plazas, iglesias o participar en las actividades que en estos días ofrece en nuestro estado el Festival Cultural Zacatecas 2019. Lo mejor de esta última opción es que el capital se queda en casa. ■

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