En las películas, la fiebre por el oro (metal o hidrocarburo), enloquece a la gente y la motiva a enfrentar todo tipo de riesgos para apropiárselo. En la realidad, las poderosas organizaciones mineras, trasnacionales o nacionales, a diario disputan con los lugareños “sus derechos” a hacerlo, hasta mediante condiciones equiparables al despojo o al sojuzgamiento. Zacatecas no es excepción, grandes empresas mineras aquí operan e igual lo hacen en otros lugares de la República mexicana, del Continente o en otros continentes; sin salvarse de ellas, regiones de la “vieja” Europa, ni sus habitantes.
Zacatecas y los zacatecanos conservan en su patrimonio y memoria la explotación minera colonial española y la realizada por otros países “modernos”, americanos o europeos, que derivó en saqueo de su hábitat o desaparición, y en erosión de la salud de los zacatecanos. En la actualidad, la minería cada vez menos necesita personas y los metales preciosos ya no se llevan a ultramar para hacer monumentos o partes de edificios; más bien, se les “reserva” o atesora para generar sofisticados productos industriales de todo tipo, con fuerte valor agregado específico. Hoy, de las comunidades rurales asentadas en las cercanías de los antiguos fundos mineros muchas están contaminadas, abandonadas y sus habitantes en el desamparo no tienen de otra que negociar con las empresas mineras su subsistencia y las condiciones que la hagan posible, cuando llegan. Hacerlo pasa por “mil trabas”, tantas como haya sido el procesamiento histórico de esas experiencias por parte de la comunidad y de la empresa nacional o trasnacional que hoy desea activar la explotación.
Varios son los problemas derivados de eso para oriundos o avecindados. Para unos es obvia su relación con la tierra, susceptible de explotación minera a una escala técnica y humana diferente. Mientras en las actuales explotaciones mineras las enormes máquinas e instalaciones las manejan unos cuantos técnicos, mujeres u hombres preparados lo suficiente para hacerlo con eficacia, sin necesitar más gente o personal: adiós al empleo. ¿Cómo se hará eso hoy en San Pantaleón y cómo se obtendrá utilidad de los residuos arenosos que conforman un paisaje peculiar de semidesierto? Como tal, el semidesierto anuncia la siguiente etapa en México: su desterritorialización mediante la creciente privatización de su territorio, el que sea y con cualesquier pretexto, a favor de nacionales o trasnacionales. En ese proceso los lugareños no tratan los asuntos de sus tierras con particulares sino con coyotes de grandes compañías extranjeras, las más. Les espera la desposesión, a secas, si nada se interpone entre ellos y la empresa minera. ¿Ni el Estado interpondrá para ellos: auxilio, protección o algún proyecto de futuro? Aún resuena la palabra de MAR: llévense todo. Exhorto cumplido por las mineras, al pie de la letra. Sin embargo, ¿cómo ha actuado en eso el Estado mexicano y el de Zacatecas, con los oriundos y los derechos que les asisten, respecto a sus modestas posesiones territoriales, hoy fuente última de riqueza natural para ellos y de codicia para las empresas mineras, trasnacionales o no?
Bajo condiciones de desamparo institucional hay casos en que por múltiples motivos se aceptan “espejitos por el oro”, procedan de quien procedan. No obstante, largos años de olvido y de soportar los embates de la naturaleza, ¿harán posible soportar los embates empresariales mineros y de sus mediadores profesionales? Se habrá de confiar en que aún hay resistencia en algunas regiones mineras, donde sus habitantes han aprendido de la vida y la historia de la minería para organizarse y pervivir cuando los placeres mineros se acaben. Según reportaje de La Jornada, hoy ante la inminente reactivación minera en La Noria de San Pantaleón, municipio de Sombrerete, los 50 habitantes que ahí quedan se inquietan por defender sus bienes comunales, amenazados por un proyecto minero. Esos bienes comprenden naturaleza y paisaje de jales. Su demanda de respeto a la flora y fauna se fundamenta en la historia reciente: El haber transitado del poderío minero que a inicios del siglo sostenía a 11 mil habitantes en ese pueblo, hoy sólo quedan 50 personas. La minera los abandonó. Hoy que otra minera inicia a explotar los jales, su principal activo y atractivo, los habitantes saludan la creación de empleo, pero lo quieren sostenido y procuran encontrar la cuadratura para embonar todas las piezas en la realización de un proyecto, cuyos incrementos de complejidad les permita disfrutar de un futuro con menos problemas: procuran instalar como un eje de futuro, la sostenibilidad de su medio ambiente y no atenerse sólo a que una empresa activa la minería.
De entrada: les ocupa definir bajo qué condiciones reiniciar el beneficio de los jales, a los que ven como patrimonio a utilizar en los demás proyectos: complejidad y sostenibilidad y viceversa. No se niegan a que una trasnacional dé trabajo a los contados jóvenes que quedan, pero saben que si no imponen en tiempo algunas condiciones antes de iniciar el proyecto, ya no se podrá hacer nada. ■