El tema de política de drogas no es un tema menor, como algunos políticos lo han expresado. La negativa a pronunciar su opinión es sólo una manera de no comprometerse con una solución que les arrastre cuestionamientos de posibles votantes. Pero la realidad es que el tema de política de drogas se vincula con los temas de seguridad, que son los que más preocupan a la sociedad, y por ello es muy importante encontrar una salida a este asunto.
La conducta del Estado respecto al consumo y venta de las sustancias tipificadas como drogas, ha sido muy parecida al resto de los países de América Latina: fuertemente influida por los mandatos norteamericanos sobre el tema. Esta política podemos observarla en cuatro etapas: la estigmatización moral sobe su consumo, la prohibición legal de su venta, la persecución policiaca, y al final, la militarización en su combate. Lo importante es distinguir las diferentes posibilidades que hay para enfocar este problema: se puede creer que en realidad no es un problema real, sino una invención artificial de mentalidades puritanas con graves consecuencias; se puede afirmar que sí es un problema pero que se debe atacar con estrategias psicosociales, es decir, tener una visión negativa respecto al consumo de estas sustancias, pero estar contra su penalización; también se puede penalizar sin militarizar su ataque; o creer de plano que la única manera de enfrentarlo es con las fuerzas armadas y “toda el poder del Estado”. Optar por una de estas posibilidades es “definir” el problema de las drogas, y construir la base para una política eficaz sobre el tema. Contamos ya con la evaluación de 45 años de práctica de una visión específica que ha prohibido, penalizado y declarado la guerra a las drogas. Tiempo suficiente para tener claridad sobre lo que no funciona. Además de intentos renovadores en Uruguay y en dos estados de la unión americana, que aunque muy recientes, pueden decirnos mucho al respecto.
¿Por qué el consumo de ciertas sustancias que alteran el estado de la conciencia es malo? ¿Y por qué de varias de estas sustancias, unas si son marcadas como negativas, y otras son toleradas sin problema? En la historia de la humanidad no conocemos ninguna cultura que no las use, sobre todo las prácticas religiosas están envueltas en ellas: pitonisas, chamanes, sacerdotes, ritos de paso, iniciaciones, y un largo etcétera. También está el consumo lúdico no ritual, desde cananeos, mesopotámicos, mesoamericanos, egipcios o griegos; hasta los neoyorkinos o zacatecanos contemporáneos: las actividades estéticas o de fruición amistosa se acompañan de algún tipo de sustancia que excita o inhibe los ánimos. Y dicho consumo no tiene por qué asociarse a adicciones que destruyen la personalidad o la biología de las personas. Sin duda esa posibilidad siempre existe, pero su frecuencia era muy pequeña respecto al universo total de consumidores. Así las cosas, cualquier consumo de sustancias alteradoras es declarado “problema” desde una mentalidad heredera del puritanismo protestante y su moral del trabajo, la austeridad y la continencia; pero al mismo tiempo conductas racistas y xenofóbicas. Se asocia al consumo de las sustancias referidas “el envenenamiento de los individuos” y “la degradación de la raza” traídos por culturas exóticas. Con esta visión se construyó el Estado terapéutico. Pero este cuidado de la salud está llena moralismo, porque de otra manera, perseguirían a los productores de panadería de harinas blancas y encarcelarían a los consumidores de refrescos o de comida chatarra. La obesidad ahora mismo es un problema de salud pública gigantesco, pero no se penaliza a los obesos. Se observa cómo la droga es tipificada como “problema de salud” pero con fuertes tintes morales.
A principios de los 70’s en Estados Unidos, las asociaciones conservadoras alarmadas por las manifestaciones de los jóvenes en los 60’s armaron una cruzada contra los psicotrópicos, y Nixon declara “la guerra a las drogas”. Pero también estos mismos conservadores puritanos defendían su “derecho a las armas”. Y esta combinación se hizo especialmente perniciosa: la prohibición del mercado de las drogas junto a la venta masiva de armas de alto poder, crearon un problema que antes no existía. Ahora prosperaron bandas de traficantes de drogas fuertemente armados, con un imperio económico e intimidatorio tan grande, que podemos afirmar que las políticas prohibicionistas crearon un monstruo nuevo: el infinito poder corruptor de las bandas de narcotraficantes. Y la capacidad económica de estas bandas transnacionales es tan grande que no hay solución policiaca-militar posible para erradicarla.
Así las cosas, tenemos un fracaso evidente en los intentos de disminuir el consumo de droga con la política prohibicionista, y en cambio, se ha generado un fenómeno mucho peor del que pretendía atacar. Estar contra la prohibición no significa en automático estar a favor del consumo, como lo vimos arriba. Por tanto, cuando agentes del gobierno (entre los que está el propio Peña) insisten que debe continuar la prohibición “para proteger a los jóvenes del consumo”, no deja de desesperar por la insensata tozudez del argumento que ya tiene 45 años de fracaso: la penalización evita el consumo. Luego entonces, la solución es despenalizar el uso y producción de todas las drogas, desmantelar todo el corrompido aparato policiaco asociado a este tema y construir una estrategia psicosocial inteligente para que los jóvenes no caigan en adicciones. Y relajar el puritanismo moral que genera más problemas que los que señala. Las personas pueden tomar un poco de vino al comer o al convivir y eso no es problema alguno. Exactamente igual con la mariguana. En suma: la despenalización elimina el problema del narcotráfico, el de la posibilidad de adicciones no, esas deben enfrentarse con medidas específicas de naturaleza psicológica y social. ■