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domingo, 20 abril, 2025
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De corrosiones y otras pesadillas

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Por: ROLANDO CORDERA CAMPOS •

En su entrega del martes, José Woldenberg (Sinvergüenzas, El Universal, 2/7/24) habló de unos sinvergüenzas cuya conducta hace tapioca no sólo la ley, sino al sentido común. Se trata, según entiendo, de una vulgar triquiñuela destinada a aumentarle a Morena, el partido triunfador en las elecciones, más diputados plurinominales de los que tiene derecho.

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Escribe: El Instituto Electoral de la Ciudad de México, una vez reconocidos los diferentes triunfos en los distritos uninominales (33), elaboró un primer proyecto de reparto de los diputados plurinominales (33) conforme a las reglas. Pero, oh, sorpresa, un día antes de la distribución por el Consejo del IECM, siete candidatos de Morena renunciaron a su adscripción. De esa manera, según los que diseñaron la maniobra, Morena no había logrado 22 triunfos, sino sólo 15, y por ello podía recibir más diputaciones plurinominales (pasaría de dos a nueve). La triquiñuela era obvia y elemental, pero cinco de los siete consejeros del instituto la convalidaron y acabaron distorsionando la representación.

Estamos de nuevo ante un claro abuso del poder por el poder que, de concretarse, comprometerá la legalidad de la elección y, desde luego, anularía el principio de representación concebido por la Constitución. En una palabra, más que de unos sinvergüenzas, como titula su artículo Woldenberg, estamos ante un rompimiento de la legalidad electoral que pone en abierto entredicho al propio partido mayoritario y sus aliados.

Una vez más, el gobierno nos pone frente a la evidencia de que, de principio a fin, un fin se acerca, pero no llega, hemos sido gobernados por un grupo carente de todo sentido de las proporciones.

Más que de una fechoría típica del hampa electoral, se trata de una práctica de gobierno que al repetirse pone en riesgo todo el edificio de la legalidad democrática que tanto esfuerzo de muchos, tiempo y recursos ha implicado.

Woldenberg, y yo con él, esperamos que el Tribunal corrija tanto despropósito, pero aquella hora de la confianza y la esperanza en las convicciones cívicas de los poderosos ha pasado; no funciona más y lo que nos queda por delante es una ingrata tarea de reconstrucción cívica para defender lo que de democracia nos va a quedar después de tanto desaguisado.

No es esta tarea menor. Hablar de reconstrucciones o de democracia en peligro mortal se convirtió en lingua franca de la contienda y las oposiciones llegaron al regodeo en sus lúgubres profecías sobre el fin inminente de la política democrática tal y como la hemos conocido. Este mensaje no se revirtió en votos, pero lo peor es que parece haberle dado nuevos ánimos a Morena y seguidores para seguir explorando senderos nada luminosos rumbo a lo que ufanos algunos de sus corifeos insisten en llamar un nuevo régimen.

Puede imaginarse un régimen diferente, pero de nuevo no tiene nada; de cierta manera son mañas heredadas de la época de partido único, con su cauda de la desconfianza ciudadana en nuestras instituciones, en el Estado, los partidos y las leyes. Nada que ver con un régimen democrático y representativo, federal y laico como establece la Constitución.

Un régimen así, sometido a la anomia más corrosiva, estaría dominado indefectiblemente por grupos de interés cuyos desempeños estarían siempre o casi al borde de la ilegalidad más flagrante. El predominio de la criminalidad se abriría paso entre la niebla de nuestra desconfianza y desazón y la República tendría que vivir horas de angustia. Nada qué ver con la idea y esperanza en una democracia avanzada e ilustrada.

Unos panoramas y escenarios impensables, pero sobre todo indeseables por y para todos. Aunque cercanos, mientras tengamos a oportunistas y cínicos al frente cuyas trapacerías deberían estar ya arrumbadas.

¿Creerán los candidatos de Morena, y los consejeros electorales que los siguen, que los resultados del 2 de junio les permiten chapucerías e ilegalidades? Flaco favor se hace al principio elemental de respeto al otro y la observancia de reglas y normas; lamentable abono a la descomposición de nuestra vida pública.

No es ilusión vana proponernos retornar al camino mayor que empezamos a abrir en el 68: las ganas de vivir en paz y cada día mejor, cooperando y ayudando a los más vulnerables y reaprendiendo a soñar, que buena falta que nos hace.

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