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jueves, 28 marzo, 2024
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Editorial Gualdreño

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

El artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño (entrada en vigor en septiembre de 1990), dice que los Estados Partes: “reconocen el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes”; asimismo, que se “respetarán y promoverán el derecho del niño a participar plenamente en la vida cultural y artística y propiciarán oportunidades apropiadas, en condiciones de igualdad, de participar en la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento”.

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Según la Encuesta Nacional de Empleo 2013, “en México 2.5 millones de niños y niñas menores de 18 años trabajan”. De acuerdo a esta misma información, “1 de cada 5 niños que trabajan en México, lo hace para pagar la escuela o sus propios gastos”.

Proporciono estos datos sólo para contextualizar la historia que les cuento a continuación. El viernes pasado me tocó estar cerca de una callejoneada en la que participaba un grupo de jóvenes que festejaban el cumpleaños de uno de ellos. Estaban en el callejón de la Caja, en pleno centro de la ciudad, donde suelen andar hasta ya entrada la noche varios niños huicholes vendiendo pulseras y artículos de chaquira; éste era en particular un grupo muy alegre de bailadores, quizá por eso, de pronto se incorporó Alejandra, una de las niñas huicholas, y comenzó a bailar alegremente junto con ellos hasta que la música paró. Nunca la había visto tan feliz como esa noche.

Un poco más tarde llegó Saúl, otro niño huichol, quien quizá es de ellos el que más conversa con la gente. Le comentamos que su hermana había estado bailando hacía un rato al ritmo de la tambora y eso bastó para que comenzara a platicarnos que sus hermanitas eran muy alegres, que cantaban y bailaban, y que la menor de ellas, Magaly, acostumbraba cambiarse el nombre frecuentemente: “Unas veces dice que se llama Estrella, otras que se llama Rapunzel… no se conforma con el nombre que tiene”. Es un niño vivaz, un gran contador de historias, pensé mientras le preguntaba que en qué año iba en la escuela; me dijo que tenía 12 años y que estaba cursando “otra vez” el quinto año. Me explicó que si estaba repitiendo año no era porque fuera “burro”, sino porque llegaba a casa muy tarde a dormir después de trabajar en la calle, que se dormía a la 1 y que tenía que levantarse muy temprano porque su escuela primaria no está en la ciudad, que tenía que tomar el camión y que llegaba tan cansado a clase que le era imposible no quedarse dormido, que por eso había reprobado. Me dijo también que no había podido ir a ver la exposición a la que lo había invitado porque de la escuela llegaba a Zacatecas tarde y que cuando llegaban al centro el museo ya estaba cerrado. Eran las 11 de la noche y Saúl estaba todavía en la calle con sus hermanas, esperando que fueran las 11:30, la hora en que se reúnen sus hermanos y su mamá para volver a casa, mejor dicho, al cuarto que “les prestaron”, el lugar donde duermen todos juntos.

Saúl, con esa inteligencia que tiene, con esa imaginación desbordada que lo caracteriza, podría ser un artista, podría escribir las magníficas historias que nos cuenta sobre su abuelo marakame -el que “cura de todos los males que ocasiona el veneno de alacrán”- o los relatos sobre las fiestas en “Santa Cachucha” (Santa Catarina)… pero le tocó nacer aquí, en un país en el que lo establecido en la Convención sobre los Derechos del Niño parece importar sólo en los discursos oficiales.

La historia de Saúl, desafortunadamente, no es tan poco común en un Estado como el nuestro, en el que la tasa de niños ocupados es de 11.9; de los cuales, el 31.3% no asiste a la escuela. ¿Cómo se puede promover el derecho de los niños a participar plenamente en la vida cultural y artística cuando éstos tienen la necesidad de trabajar? ¿Cómo se pueden promover para ellos las oportunidades apropiadas, en condiciones de igualdad, de participar en la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento? Ya que las campañas se avecinan, preguntemos esto a los candidatos, sobre todo a los que aparecerán próximamente en fotos rodeados de niños sonrientes.

Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín

http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_232

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