Al inicio de este año el mundo y México en particular, se adentran en un complejo contexto que a su vez tiene como elementos otras tantas dimensiones. Con el retorno de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el contexto europeo prevaleciente, y del que la guerra entre Ucrania y Rusia es tan solo una demostración plena, así como la efervescencia de fenómenos de carácter populista en otras tanas latitudes, la democracia liberal, tal como se le conoció sufre un embate del que no sobrevivirá sin una refundación completa. Sin embargo, no solo en la dimensión político-sistemática es que nos encontramos en tal deriva. El empoderamiento de actores con clarísimos intereses corporativos en el vecino norte, como ya sucede en la Rusia de Putín, consolida el más radical sueño del neoliberalismo: que el Estado sirva al mercado. Ello solo como dos apuntes generales en el ámbito internacional.
En el frente doméstico, no cabe duda alguna de que arribamos a otra etapa en nuestro sistema político, con la transformación y en algunos casos extinción de las instituciones que fueron símbolo del anterior período de transición política; mismo que inició con el agotamiento del sistema del partido posrevolucionario y hegemónico. El Estado mexicano, cuya fortaleza pretendió consolidarse con las reformas del Pacto por México, ha iniciado ya una reforma profunda inspirada en la recuperación del poder previamente distribuido, a través de la fórmula de la democracia plebiscitaria. El fracaso de la política del consenso que guio el modelo a partir del cuál se configuró el proyecto político a partir de 1977 ha dado paso a otra lógica que, en teoría se denomina “política del conflicto”, y que, sin embargo, sostiene muy altos niveles de respaldo popular. No podemos obviar que todo este proceso político tiene su desarrollo dentro de los márgenes institucionales del Estado de Derecho, por lo que, se trata pues de una transformación, tanto pacífica como constitucional.
Sería irresponsable, por otro lado, no destacar la crisis de civilidad (ya no solo de seguridad), a la que se enfrenta México, en medio de todos estos contextos. Me refiero a una crisis de civilidad y ya no solo de seguridad, dado el grado extremo al que han llegado los integrantes de grupos criminales, que sobrepasan toda expresión mínima de civilización. El problema va más allá de la ley, y no es exagerado suponer que ya conlleva serias consecuencias a nivel cultural.
Frente a estos escenarios la simplificación de los problemas y desafíos no causa sino confusión, por lo que, es de darse un prudente llamado a la seriedad, más aún de quienes, como quien esto escribe, tenemos la oportunidad del foro público para expresar nuestras reflexiones. En un diálogo de sordos, aquellos a quienes la oscuridad del ruido beneficia tendrán impunidad para sus actos. No hay causa más urgente que retornar a conquista de la seguridad, a través de una fórmula cuyos elementos inherentes sean la pacificación y la vía democrática para ello. Sin tal condición, ninguna otra podrá ser realidad.
Y en esa causa, sin duda, se verán involucrados todos los escenarios mencionados. Comencemos pues el año con este propósito que no puede ser más encomiable y sustancial.
@CarlosETorres_