Un ser muy querido, una maestra de muchas generaciones, su acto en la entrega de la banda presidencial la encumbró como una de las mujeres mexicanas de todos los tiempos, 94 años, cosido su sentimiento al de un pueblo que supo arroparla y darle una carrera sin inconvenientes afectuosos, total entrega, memorable hasta los siglos, promesa cumplida del embrujo chilanguero.
Ifigenia Martínez Hernández se prefigura como una aliada para mantener la calma en la ruta de un país que va en la dirección correcta, después de muchísimos tropiezos, huelgas desbaratadas, tomas de tierras reprimidas, estudiantes masacrados, lideres sindicales encarcelados y todo ese dislate con que la oligarquía mexicana traicionera adrede dijo: te jodo porque así me enseñaron, esa es el derecho de herencia, quítame el poder si acaso puedes, y entonces, se erigió un movimiento capaz de cimbrar al país y a generaciones enteras.
Entonces todas las voces se levantaron entre los murmullos y pasadizos de la actividad humana, loco el mundo, había que desafiarlo para que la codicia, el hurto y el pillaje, fuesen poco a poco desterrados de la faz mexicana, el estado represor convertido ahora en uno de benefacciones y de hitos mundiales en repartir la riqueza y hacer obras enfáticas y sin endeudarse, revisar cada renglón del bienestar y doña Ifigenia fue líder indiscutible, panacea, portal de las obreras, las maquiladoras y amas de casa, las estudiantes y las humanistas, explicitas, enteritas, repartidas en la cúspide.
Un día la conocí en la Facultad de Economía de la UASLP y platicamos lo necesario, le dije: gracias por ser mexicana y no dejaba de reir mientras nos encaminábamos a la entrada principal.
Habíamos estado en una asamblea icónica para esa facultad y de donde habían egresado auténticos personajes, Juan Noyola Blanc, figura entrañable en la revolución cubana y principal economista invitado por el Che Guevara y que sentó las bases de la economía socialista y un sinfín de indiscutibles lideres en el proceso chileno, chino, guatemalteco.
El país la despide con toda la entereza de su estatura.
El mundo la recordará como a una mujer universal, comprometida, bautizando con mucha honra y mucho honor, la llegada de la primera presidenta de nuestro país, en siglos y siglos de batallas y victorias novedosas.
Que hermoso reconocimiento, fuera de machísmos, a esta mujer notable, que honra a la mexicanas.