Tanto en el debate sobre la reforma electoral, que abunda estos días en nuestra agenda pública, como en las causas y el contexto de la misma discusión, hay detrás una constante, que, sin embargo, tiene un enfoque muy pobre, atendiendo a su protagonismo intrínseco: nuestro problema de representación política. Este problema, que no solo no es nuevo, sino que se encuentra detrás de otros tantos fenómenos que hoy acompañan a la democracia liberal, nos tiene buscándole soluciones secundarias a una circunstancia que fue consecuente (quizá inesperado o no suficientemente explorado previamente) de nuestro proceso de alternancia y pluralidad política: el ejercicio del poder y de la función representativa de los partidos políticos, antes de oposición, y la pérdida de un liderazgo arbitral superior en el partido anteriormente hegemónico. Ello contrajo la conflictividad dentro de los partidos políticos, pero también la lógica del poder en un sistema subdesarrollado democráticamente. La captura de estas instituciones que nuestra propia Constitución define como “de interés público”, ha traído consigo que nuestro sistema de representación sufra de decepción, lejanía, cuestionamiento permanente y desgaste, en una democracia compleja, como la ha denominado atinadamente el filósofo Daniel Innerarity, cuya principal característica es justamente esa: su complejidad. Frente a esa complejidad, simplificar la problemática de la democracia mexicana, en un concepto como lo es su costo, no solo palidece, sino que, nos condenará a dar vueltas en el círculo vicioso, dado que el vicio de origen se encuentra justamente en quienes hoy toman la decisión de qué debe hacerse y cómo: los partidos políticos y sus actores en las posiciones de poder y representación.
Es por esto que se vuelve importante reiterar una posición que hemos venido asumiendo desde este espacio editorial: si lo que nos interesa es rescatar el sistema político en clave democrática en México, hay que presionar por la reforma de los partidos, de su vida interna, de sus mecanismos, de sus formas y de sus instrumentos para funcionar como verdaderas vías de representación de una sociedad y democracia complejas, en proceso de transición (inacabada e inacabable con tanta reforma electoral). Esta causa y lucha no vendrá del interior de los partidos, aunque cada vez se visualizan más el descontento y la natural pugna por el poder entre los grupos que los conforman. Esta batalla tendrá que venir desde la sociedad civil, y seguramente pronto encontrará eco en la militancia de no pocos institutos.
Antes de discutir el Plan B que hoy nos distrae de otros tantos pendientes (seguridad pública, combate a la corrupción, desigualdad, los más urgentes), hay que enfocar las fuerzas: la solución está en (reformar) los partidos.
Posdata: En 2021, convocados por Carlos Alfonso del Real, varias zacatecanas y zacatecanos, aportamos nuestra perspectiva, opinión y propuestas, desde las áreas de nuestro interés, para una recopilación, que hoy ha cobrado forma con el título Ensayos para Zacatecas, de la Editorial Texere (un esfuerzo, además, valiosísimo en nuestra tierra). Desde ahí, una pluralidad de personas hacemos un esfuerzo por aportar ideas, contextos y finalmente, textos que pueden ser de su interés. Además de hacer de su conocimiento de dicha publicación, amable público lector, vaya desde aquí, de nueva cuenta, mi gratitud y aprecio al esfuerzo de Alfonso y del equipo de Texere por considerar a quien esto escribe para el capítulo titulado: Nuevos tiempos para la democracia: rendición de cuentas, participación e incidencia ciudadana.
@CarlosETorres_