Eran tiempos de domino del régimen neoliberal capitalista. Los exponentes de esa ideología y modelo, atrincherados en la cima del poder político, ofrecían incorporar a México en el círculo selecto de los países desarrollados. Uno de ellos, alto funcionario del gabinete salinista, expresó lo que poco después se convertiría en una política de Estado: “En esta época de globalización es más barato importar alimentos que producirlos”.
Lo que siguió después es bastante conocido: el progreso del campo y de los campesinos dejó de ser objetivo prioritario de los planes y programas gubernamentales; las instituciones financieras y las empresas públicas que habían sido creadas para impulsar el desarrollo del mundo rural, desaparecieron; se legalizó la entrega de las tierras ejidales y comunales al capital privado y la emigración hacia las ciudades y el extranjero se convirtió en el único medio de subsistencia para miles y miles de trabajadores del campo y de sus familias.
Si antes de que se entronizara el régimen neoliberal, nuestro país había alcanzado la autosuficiencia en maíz, frijol, carne, leche y huevos, en pocos años se convirtió en uno de los principales importadores de alimentos.
El caso más dramático es el del maíz. Se siembra cada vez menos superficie, se redujo la producción y aumentó desmesuradamente la importación, en la actualidad uno de cada dos kilogramos de maíz que se consume en México procede del extranjero, de Estados Unidos principalmente, el mayor productor del grano en el mundo, cuya cosecha alcanzará más de 385 millones de toneladas en el ciclo 2024-2025, el equivalente a la tercera parte de la producción mundial, le seguirá China con un centenar menos, y luego Brasil.
El vecino del norte exporta 57 millones de toneladas y México es el país que más consume su maíz: 24.5 millones de toneladas solo en el año 2024, el 40 por ciento de sus exportaciones totales (Hernández Navarro).
Expertos aseguran que más de la cuarta parte de las semillas y harinas que se exportan de los Estados Unidos y se consume en México tiene contenido transgénico (su manejo se considera nocivo para la salud). Ante la negativa de nuestro país de continuar consumiendo maíz genéticamente modificado, el gobierno norteamericano llevó el diferendo ante el panel del TMEC, el cual, como era de esperarse, falló a su favor.
En respuesta, la presidenta Claudia Sheinbaum llamó a los mexicanos a defender el maíz criollo y el maíz hibrido e impedir la siembra del maíz genéticamente modificado en territorio nacional y ofreció promover la incorporación de estos enunciados a nivel constitucional.
Añádase a lo descrito en los párrafos precedentes, que el precio de la tortilla aumentó 50 por ciento en apenas 4 años: pasó de 15.54 a 23.17 por kilogramo, una variación de 7.63.
Hacer frente a tantas calamidades, requiere, entre otras medidas, llevar a sus últimas consecuencias el Plan Nacional de Soberanía Alimentaria, propuesto por la Presidenta de México, con la finalidad de que el campo, como lo demandaba el dirigente obrero Rafael Galván, deje de ser la Cenicienta del sistema económico y contribuya a la construcción de las condiciones materiales y políticas que generen una nueva economía y, con ello, una vida digna para los productores rurales y sus familias.
Como parte destacada de ese Plan se requeriría, asimismo, de un Programa Nacional encaminado a la recuperación y desarrollo del cultivo del maíz, su industrialización, adecuada comercialización y abasto eficiente; un programa que debe considerar, en primer lugar, fijar un precio de garantía que corresponda cabalmente a la importancia del cereal, valore justamente el trabajo realizado por el productor, reincorpore el extensionismo e incentive la investigación.
¿Acaso olvidamos que dos destacadísimos mexicanos realizaron valiosas investigaciones relacionadas con este emblemático cereal? Uno de ellos, el ingeniero Gilberto Palacios de la Rosa (1913-1973), dos veces director general de la Escuela Nacional de Agricultura y fundador de la emérita Universidad Autónoma de Chapingo, produjo la semilla de maíz mejorado, creó su carácter amarillo, generó híbridos resistentes a la sequía, así como variedades sintéticas que evitarían la compra de semilla cada año a los agricultores. Y, otro, el ilustre jalisciense Ernesto Cruz González, ingeniero agrónomo de profesión, formado en la Universidad de Guadalajara, cuyo talento ha sido internacionalmente reconocido, ya que logró producir hasta 40.04 toneladas de maíz por hectárea.
Aprovéchense las enseñanzas y el ingenio de los aludidos pues la opción que los mexicanos tenemos a la vista no puede ser otra que la de reorganizar la actividad agropecuaria, pesquera y forestal, hasta asegurar que estas importantes actividades avancen al mismo ritmo alcanzado por los otros componentes del desarrollo nacional.