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viernes, 19 abril, 2024
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El poder y la corrupción, ayer y hoy

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

El conocido y reconocido intelectual Gabriel Zaid ha reunido varios de sus más interesantes ensayos, sobre corrupción (29 para ser exactos), escritos de 1978 a 2019 en el libro El poder corrompe (Debate). Para complementar su lectura, sobre un tema que, a pesar de las declaraciones y decretos mañaneros, sigue ahí, recomiendo acompañarla con el número del mes pasado de la revista Letras Libres.

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Zaid nos recuerda que, aunque todos somos corruptibles, no todos somos corruptos y nos retorna a las bondades, negadas y temidas por el poder público en México, desde siempre, de la transparencia. Adelantado a su tiempo, en el ensayo La propiedad privada de las funciones privadas, acerca una idea de la ya conocida tres de tres, al proponer una declaración patrimonial y de ingresos (misma que presente ante Hacienda) y corroborada por una comisión de legisladores de oposición, en un tiempo en el que el debate mismo se encontraba en la recepción que tendría de esta iniciativa el candidato oficial. También nos lleva, en ese mismo ensayo, a la comprensión de lo que ahora públicamente reconocemos como conflictos de intereses y la imposibilidad real de separar éstos de la persona humana que encarga a la persona jurídica: despojar al funcionario o servidor público de afectos, filias, fobias e iniciativas materiales. Nos recuerda Zaid: El progreso moral de las sociedades modernas no consiste en que hayan suprimido la flaqueza humana, o estén constituidas por personas más valiosas. Consiste en que aceptan con sentido crítico las ambigüedades del poder, lo someten a la luz pública y lo aprueban o lo revocan, pacíficamente (página 40). Negar que los intereses privados son legítimos sirve para que se muevan en la sombra, en lugar de manifestarse abiertamente: para que haya simulación, en vez de transparencia (página 38).

Quizá es ésta la cara más borrosa, pero también la más clara de nuestra corrupción: la simulación que durante siglos aceptamos con cierto cinismo y que hoy, una cada vez más amplia capa de la sociedad, repudia y que, incluso en la clase política, ya avergüenza.

Porque, aunque “la corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema” (página 40), este sistema cada vez más exhibe sus limitaciones, incompetencias y desastrosas consecuencias. La simulación nos ha hartado, al grado que no es sostenible, y dejó de ser cómica. La nueva élite que pretende no serlo, sino ser todo un régimen de transformación no haría mal en tomar nota de las reflexiones del poeta regiomontano. La narrativa de una honestidad que se sostiene en la repetición de un mensaje, no se sostendrá indefinidamente, quizá ni para los seis años alcance. La honestidad en el poder es inconcebible sin transparencia. La discrecionalidad permite pasar de la tentación (humanamente inevitable) a la acción, la transparencia nos permite visualizar la frontera entre corrompible y corrupto.

Es necesario insistir: nuestra mayor corrupción es el aferramiento a la simulación, la imposibilidad que como sociedad mantenemos para aceptar la falibilidad de quiénes no pueden trasmutar de personas con intereses e inclinaciones propias a agentes del Estado, al servicio del interés público. Progresar en una conversación pública más seria y madura que comprenda esto y deje de lado las simplezas maniqueas, contribuirá a vencer el virus más mortal de nuestro Leviatán, que juega a engañarnos y al que jugamos a engañar, sabiendo todos qué hay detrás.

@CarlosETorres_

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