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jueves, 25 abril, 2024
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‘Uno más Uno’ hasta llegar a la docena multiplicada [Para ‘La Gualdra’ en su duodécimo aniversario]

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 577 / Aniversario Gualdreño 12

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Existen los números como medición y estructura lógico-matemática-algebraica de las cosas, pero también como singularidades únicas e intransferibles. Sin confundirse con ningún extremo, la numerología oscila entre ambos bordes del número numerante y el número simbólico secreto.

La numerología es una narrativa ficcional que intuye la lógica secreta de las series y su intrincada madeja de relaciones. Ahí cada número tiene su especificidad única y absoluta, pero también su dimensión relacional, plástica, sincrónica.

Mi amigo HH me dijo alguna vez que numerología, cabalismo y oniromancia son tres poderosas hermenéuticas de subjetivación experimental. Toda su obra poética y sapiencial ha sido escrita bajo el dictado del Espíritu Universal. Miles de páginas escritas antes de la Inteligencia Artificial dan cuenta de ello.

Uno es principio y fin, dos es desdoblamiento especular y alteridad y siempre es un y… Tres es la santísima trinidad cristiana o la síntesis hegeliana (que es exactamente lo mismo con mayor esnobismo). Uno y dos son tres, pero también son mucho más que tres: devienen multiplicidad arborescente.

La numerología cabalista y la topología lacaniana buscan lo mismo por distintos medios.

Como todos los números, doce es un número sagrado.

Hemos olvidado los números y nombres sagrados porque nos hemos olvidado de la puerta hierofante que conduce a Dios. Podemos olvidar a Dios, pero Él nunca nos olvida. Su recuerdo es más grande que cualquier olvido, error y errancia humana. En realidad, el olvido de Dios no es sino el olvido de nosotros mismos.

En la numerología, la Virgen María se traduce en el doce. El doce simboliza la puerta del arcano sacro matricial. Pero para que la puerta devenga epifanía de lo sagrado, bucle de metamorfosis, es necesario el trabajo del Padre Creador a través de la mediación del Espíritu Santo. La santificación del nombre es el acto de creación misma como auto-realización de sí en el otro.

La docena es medida familiar, tribal, esotérica, cósmica.

En la antigua Biblioteca de Alejandría se encontraba un libro que aludía a las doce tribus que poblaron el mundo, el libro está perdido o destruido para ocultar secretas verdades e impedir el concilio ecuménico de los doce apóstoles que acabarían con todo litigio.

El Apostolado del Arcano del Tarot Egipcio de y desde la visión de la Cábala nos remite al Sacrificio como prueba y dolor. El Arcano doce es profundamente ambiguo, trae sufrimiento, ascesis, purificación, lucha interna y externa fuerte, pero también experiencia, crecimiento, cambio.

1 + 2 = 3 (uno más dos es igual a tres: símbolo de unión creadora, parto de sentido).

Cabalistas, maestros iniciados y chamanes saben que 1 y 2 son mucho más, pero también mucho menos, que simples números, son piedra arquetípica de un multiverso en expansión.

Antiguos sufíes hablan de doce danzas de acoplamiento bajo las doce lunas justo a las doce de la noche cuando el aquelarre de brujas y sátiros estarían dispuestos y predispuestos para transgredir el principio de individuación.

Hay una prueba hermética de viejos alquimistas que buscan los doce elementos que configuran los componentes del caleidoscopio de las doce constelaciones; clave de todos los arcanos del universo.

La ciencia esotérica nos habla de doce planetas, el maestro Jesús tenía doce discípulos y una antigua escuela gnóstica aludía a doce salvadores.

Una tribu extinta de una isla ya también desaparecida bajo el mar nos habla de los rituales que hay que ofrendar a doce deidades justo a los doce años, se cree que justo a esa edad se experimenta un ser de transmutaciones donde el niño deviene adulto y viceversa.

En el duodécimo archipiélago vikingo hubo un pueblo formado por seres hermosos y robustos que no podía emprender ninguna expedición sin que el viejo brujo consultara las doce runas cada doce horas. La pérdida, mutilación o robo de una runa, así como la adición de una extra simbolizaban catástrofe, ruina o tempestad. Las runas nunca se equivocan, el hombre sí.

Después de doce días, doce meses, doce años, doce siglos operan cambios irreversibles, algunas veces son casi imperceptibles, en el casi se juega el todo por nada.

El amor, el desamor y la inocencia del olvido encuentran en el doce la respuesta al enigma de la Esfinge Interior.

Hemos escuchado doce campanadas, bien pudieron haber sido dos o tres o cuatro o más, también haber sido menos. El efecto de adicción siempre está operando. También es correcto decir que el efecto de sustracción siempre está operando.

La tercera es la vencida, después del doce intentos fallidos.

Si ponemos suficiente atención podemos ver el número doce en todas partes, así como los cristianos, psicoanalistas y marxistas hegelianos ven donde sea el número tres o los cuaternarios que ven, de manera redundante, al cuatro por doquier.

Una vieja leyenda de la estepa africana nos habla del origen del mundo a partir de la reunión de once seres mitológicos que dieron forma y horma a todo lo existente, eran en realidad once más uno, porque por alguna extraña razón se coló al banquete celestial un dios maligno no invitado que llegó a poner el desorden, es decir, el comienzo del principio de la historia. Las leyendas tienen un sabor y un saber arquetípico que hacen de la ficción un juego de verdades. La verdad de la ficción mitológica reside en la fuerza simbólica para pro-crear el parto de sentido. El mito es la verdad en escena.

[Todo esto es un hermosos y trágico cuento que bien podría ser real y/o lo real bien podría ser meramente ficcional. Quizá sea como la narrativa de la profundidad que no es sino un efecto de superficie. Justo a las doce de la noche acabo de terminar el presente texto.]

 

 

 

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