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viernes, 9 mayo, 2025
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Noche Docena

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Por: DAVID PÉREZ–BECERRA •

La Gualdra 577 / Aniversario Gualdreño 12

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Poco después de las doce de la medianoche, con un tiempo sereno y claro, la luna creciente se oscureció por completo. Durante doce minutos la oscuridad se hizo tan pesada que ninguna estrella irrumpió en ese vacío profundo. Nadie recordaba haber visto semejante evento en otro tiempo. Era la noche docena.

Solamente los ojos del anciano parecían no inquietarse. Para él, aquella oscuridad tremenda no hacía más que anunciar el resplandor dorado de la conciencia. Aquel anciano de luengas ropas blancas, numerario apocalíptico, había pasado doce años sin alimento, ayuno ritual durante el cual dividió el mediodía en doce horas, el año en doce meses y el cielo en doce casas, creando un orden palmar, una constitución dodecanaria que incluso imitaron los Caballeros de la Mesa redonda y los Pares de Francia. Esta lógica se correspondía a una sencilla práctica que el anciano había fundamentado al utilizar su mano izquierda como un ábaco, contando con el pulgar, las doce falanges del meñique al índice.

Pero aquella noche, el anciano necesitaba someter su voluntad a la férrea condición de los cronopios, lo que le implicaría más que los doce trabajos obrados por Heracles. Debía conjurar la memoria de los hombres que habían sobrevivido a la pestilencia y al devenir del imperio decimal en que se sumergía el mundo.

Encendió una hoguera y mientras el fuego avivaba, sacó de entre sus ropas el dodecaedro que le había regalado Dédalo antes de su muerte en Sicilia y en cuyas caras pentagonales estaban escritos los doce nombres de Dios. El curioso sólido guardaba en su interior los últimos gramos de mercurio bermejo del reino del Preste Juan, sustancia que poseía la virtud de desvanecer la memoria de todas las cosas pasadas. Entonces dijo: el que tenga oídos, que oiga, aunque el que oye, no escucha, ni entiende. ¡Emociones! ¡Acciones! Es menester reencontrar, reconocer y reconciliar el milagro de la vida. Apenas había dicho esto, el anciano cayó de rodillas y arrojó al fuego aquel raro elemento, que una vez vaporizado, empañó aquella traslúcida prisión que mantenía aislados a los hombres, descubriendo que la esclavitud a la que eran sometidos no era más que aquella destructiva coerción de tener que superarse constantemente a sí mismos.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/577

 

 

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