El canto del Fénix
Algunos estudiosos de la literatura mexicana atribuyen a Juan Rulfo el comentario de que la herencia más pesada que los conquistadores nos legaron a los mexicanos no es la religión sino la retórica. A diferencia de los anglosajones, concisos aun en la formulación de su idioma plagado de monosílabos, los habitantes de este país somos rolleros, complicados, abigarrados. El barroco sigue vivo, sobre todo en nuestros constantes y lucidores discursos generalmente buenos para nada.
Retomo dos elementos para reforzar mi tesis: el primero es el cuento escrito por el propio Rulfo “El día del derrumbe”, donde el autor huraño pone a dos compadres de un pueblo jodido a recordar no sólo la visita del gobernador sino el absurdo discurso oficial que para el lector raya entre el ridículo y la pena ajena. El volumen en que se publica esta historia, “El llano en llamas”, data de 1953, cuando ya teníamos este sistema político anquilosado, pleno en discursos y corto en acciones.
El segundo elemento es similar, aunque más vasto: el cantinflismo o cantinfleo. Me refiero a este modo de hablar con que el cómico Mario Moreno Reyes también se burló de los políticos mexicanos, sobre todo en las décadas de 1940 y 1950. Si la pluma es más poderosa que la espada, y que me perdonen los adoradores de tal cliché, los de este país esgrimimos la bic para dibujar papagayos y delfines en el aire antes de propinar la estocada fallida. Más de 70 años después continuamos hablando mucho y haciendo poco o nada.
Por todo esto me llama poderosamente la atención que a la mitad de la segunda década del siglo 21 existan en México campañas políticas que aún exaltan tanto la incontinencia verbal como las “buenas ideas”. Ningún partido político se salva de la primera y el Partido Acción Nacional exalta además las segundas. No comprenden todos estos políticos que los mexicanos estamos hartos de sus discursos y sus ritos estériles: mítines largos y tediosos como misa de obispo, presídium con una veintena de personajes mediocres, puros dirigentes y ningún adalid, aplausos y aplausos ad nauseam, mínimo tres oradores soltando su aburridora.
Todos estos políticos responsables, junto con nosotros ciudadanos tontos, de la ruina del país no comprenden todavía que sus “buenas ideas” no se reflejan en sus acciones. Por el contrario, en sus espacios de lucha lo único que fluye es lodo: no debaten ideas sino dentro de su chiquero intentan delatar cuál de entre ellos es más trompudo, cuál tiene la cola retorcida más retorcida. Los mochos de los moches se escandalizan por relojes costosos y los de enfrente por una presa privada. Para eso utilizan el altísimo financiamiento que se les regala del dinero de todos. No hay propuestas concretas, no hay cómos, no hay diálogo con la ciudadanía… sólo monólogos, videos y “selfies” que retratan pulgares hacia arriba, como para ver cuál gallo tiene más gallinas seguidoras.
Las “buenas ideas” son inútiles y sirven sólo para adornar los discursos en los que ahora pocos creen. No veo a ningún partido político luchar contra el abstencionismo, la campaña de los votos nulos, ni la apatía que históricamente ellos han generado. No veo a ningún partido político luchar de modo efectivo contra la pobreza, sobre todo cuando no hay campañas electorales. No veo a ningún partido político aliado de la gente, sobre todo la desposeída. Sólo veo a orondos personajes que se dicen líderes y exigen ser presentados con porras estúpidas. Sólo escucho hartantes parodias de cumbias y canciones de banda que defienden lo indefendible. Sólo veo a activistas orgullosos de una triste camiseta, un triste logotipo y un triste nombre o apodo de su candidote (candidote candidato, pues). Si este país es una mierda, como aducen muchos pesimistas realistas o a la inversa, se debe en gran parte a la terrible diarrea verbal que sigue siendo parte de las “buenas ideas” de los políticos que sólo piensan y permanecen sentados en su maldita y lujosa curul. ■