En la introducción a su compilación de ensayos “La sabiduría sin promesa” (Joaquín Mortiz, 2001) Christopher Domínguez Michael recuerda que “la exaltación del siglo como clave temporal de la historia es reciente”. Según él, se consolida apenas en 1751 con la publicación de “El siglo de Luis XIV”, de Voltaire. Ya como editor de la revista “Letras Libres”, en el número de enero de 2022, festeja la aparición, en 1922, de la novela “Ulises” de James Joyce, del largo poema “La tierra baldía” de Thomas Stearns Eliot, el poemario de Cesar Vallejo “Trilce” y una recóndita cita de Virginia Woolf: “alrededor de 1910 el carácter humano cambió”. Enumera a algunos otros críticos que también notaron, o postularon, esa transformación: Ezra Pound y Willa Cather. El primero creyó verla en octubre de 1921, la segunda en 1922. La señal de ello, el “signum demonstrativum”, es que se escriban obras como las de Joyce y Eliot. Para tratar de explicar esto, en controversia con Arnold Bennett, Virginia Woolf pronunció una conferencia en la sociedad “The Heretics”, en mayo 18 de 1924. Ese mismo año, bajo el sello editorial Hogarth Press, financiado por Leonard y Virginia Woolf, se publicó aquella intervención en el libro “Mr. Bennett and Mrs. Brown” que es también el título del primer ensayo. Ahí aparece la afirmación que cita Domínguez Michael. Lo extraño es que este crítico, en la primera nota de su ensayo, señala que, si bien la hipótesis de Woolf suele ser referida al ensayo titulado “Mr. Bennett and Mrs. Brown” se encuentra, más bien, en “Character in fiction”. Aquí cabe la siguiente aclaración: con el título “Character in fiction” el ensayo de Woolf fue publicado, primero, en julio de 1924, en la revista dirigida por T. S. Eliot “The Criterion”, y de nuevo, en octubre del mismo año, en el libro ya citado de la editorial Hogarth Press con el título original. Lo relevante es la defensa que monta Woolf para defender su novela “La habitación de Jacob” de las objeciones que le lanzó el crítico Arnold Bennett. Con esta acción argumentaba a favor de un nuevo tipo de novela, una acorde a la renovada sociedad que estaba en ciernes. Según Bennett, una obra como la de Woolf, Joyce, Eliot, Forster o Strachey estaba condenada a desaparecer porque no producía caracteres memorables (“El fundamento de la buena ficción es la creación de caracteres, y de nada más”). Crear personajes memorables es lo que garantiza la continuidad de la ficción. Woolf se opone a esto, por dos razones. Una de estas, la primera, es simple y aceptable: todos los seres humanos son jueces del carácter porque necesitan serlo. Conseguir un buen negocio, una esposa o un empleo depende de esa habilidad social. Más controvertible es la segunda: el carácter del ser humano cambió en diciembre de 1910. Von Lukacs, por razones hoy perimidas, no se opondría a tal idea, aunque hubiera colocado la fecha en el Romanticismo alemán. Señales ilustrativas de ese cambio fueron, según Woolf, la novela “The way of all flesh” de Samuel Butler y la posición de las cocinas en las casas. Para relacionar las dos razones que aduce, la autora de “Las olas”, invoca un argumento no extraño a Ortega y Gasset: después de la juventud el aprendizaje en el reconocimiento de los caracteres de las personas cesa, se instalan hábitos invariables en la conducta y se pierden los “signos de los tiempos”. Esto acontece con todos los seres humanos, pero se nota más en los escritores porque ellos lo escriben. Sus obras son, de acuerdo al argumento de Woolf, realizaciones de sus prejuicios. Así, los tiempos inaugurados en 1910 no caben en las utopías de Wells, las fábricas de Galsworthy o las exquisitas descripciones de Bennett. Su negocio, su estilo, sus hábitos de pensamiento no son ya los que practican y predican Joyce, Eliot, Forster, Pound o Wyndham Lewis. ¿Cuáles son los de estos? Debido a que carecieron de modelos, todo lo inventaron. Sus instrumentos deben dar cuenta de la vida fragmentada, las derrotas, lo oscuro. Describen caracteres extraños, ausentes, desesperanzados, relaciones humanas fluidas, sociedades incoherentes. Se inaugura una nueva literatura porque la sociedad cambió. Contrario a los muchos que siempre alaban la “permanente vigencia” de los movimientos literarios, las ideas de Woolf argumentan la caducidad de todos los escritores. En 1922 no sólo la literatura se renovó, también la física lo hizo, o continuo con un movimiento inaugurado en 1900 cuando el físico danés Niels Bohr recibe el premio Nobel de física por sus trabajos en la estructura del átomo. Contribuyó a concebirlo como un sistema físico aleatorio, indeterminista. Hacia 1925 Werner Heisenberg construye la “mecánica de matrices” y en 1926 Erwin Schrodinger la “mecánica de ondas”. Ambas con la particularidad de dar cabida a lo impreciso, aleatorio, caótico. ¿Es una coincidencia que el carácter humano cambie a la vez que la visión científica del mundo? Tal vez no si se recuerda que las relaciones humanas se transforman debido a los nuevos artefactos y procesos provistos por la ciencia. De hecho, el mundo cambió hace 5 minutos, debido a un invento desarrollado en algún laboratorio. De sus consecuencias ya no nos enteraremos.