Pensé por un momento en Juan Rulfo. Cuenta la leyenda (y no me importa si es cierta o no) que Rulfo solía buscar los nombres de sus personajes en los cementerios. Es decir, hacía un lento recorrido y ahí, entre la gran población de lápidas, ahí donde las fechas dejan de ser tiempo en movimiento, Rulfo tomaba los nombres que más le llamaban la atención. Si tenía algún método para hacerlo o si los elegía al azar lo ignoro, pero sé que este libro, “La tumba de Dios (y otras tumbas vacías)”, Turner Noema, 2022, de José María Herrera le hubiese gustado, estoy seguro, pues habla, nada más y nada menos, que de tumbas, muchas tumbas, y la mayoría de ellas, tumbas que ni siquiera existen, pero, a ver, ¿un libro que habla de tumbas que ni siquiera existen?
Hay que agregar algunos puntos de la editorial. Qué buen catálogo tiene Turner. Uno se puede acercar a la lista de sus publicaciones y dar con títulos que realmente llaman la atención. Se trata de una editorial que no le apuesta por autores tan sonados sino por temáticas muy bien exploradas, expuestas y que no son tan comunes por lo menos dentro de las editoriales nacionales. Para que ustedes tengan un ejemplo, en la solapa del libro del que estamos hablando vienen cuatro títulos que a mí se me antojan como lecturas imprescindibles más allá de que no conozco a Carlos García Dual, quien es el autor de tres de esos títulos. Van al hilo: “Historia mínima de la Biblia” de Julio Trebolle; “La muerte de los héroes” de Carlos García Dual; “Sirenas. Seducciones y metamorfosis” del mismo Carlos García Dual; y un infaltable en toda biblioteca: “Diccionario de mitos”, otra vez de Carlos García Dual. ¿Verdad que se antojan los títulos? Y claro que no suenan para nada comerciales. En fin, pasemos al libro que nos trae hoy aquí, y en su momento, si la editorial así me lo permite, les daré detalle de los otros títulos.
“La tumba de Dios (y otras tumbas vacías)” es un texto ingenioso que de entrada hace de la imaginación su mejor parte. El autor supone la localización de algunas de las tumbas más entrañables y nos explica, con argumentos tanto históricos como literarios, por qué merecen tanta importancia para la cultura y para la humanidad. Y una vez que nos ha situado en el plano que él quiere (un plano que literario e histórico, pero que se desenvuelve en otro plano, uno ficticio) nos muestra dónde se encuentra la tumba según sus averiguaciones, las cuales no son sino meros ejercicios de creación literaria (y aquí es donde entra la ficción).
Hay muchos puntos a favor de la lectura y me parece que el de la brevedad es uno de los más atinados. Con un poco de paciencia, “La tumba de Dios (y otras tumbas vacías)” se lee en una muy buena tarde y parte de la noche y la mayoría de sus “tumbas” son breves, lo que las vuelve, a su vez, entretenidas y alejadas de cualquier rigor académico y anodino. José María Herrera sabe narrar y posee la capacidad de valerse de otras disciplinas, como la teología o la mitología, para bien incorporarlas a los procesos narrativos.
De entre las tantas tumbas que vamos a encontrar en el libro yo marqué mis favoritas y se las comparto a continuación: ‘La tumba de las sirenas’; ‘La tumba de la sibila’ (un agasajo); ‘La tumba de la vestal’ (de mis favoritas del libro); ‘La tumba de la papisa Juana’; ‘La tumba del gólem’; y, obviamente, ‘La tumba de Dios’.
Supongo que el autor tuvo que descartar muchas otras tumbas una vez que concibió su proyecto editorial, porque como lector, se te van ocurriendo otras conforme vas adentrándote en sus páginas. Y entonces piensas: “a mí me hubiera gustado la tumba de…” o bien “la tumba de tal… hubiese estado genial”, y precisamente estos son los libros que realmente se disfrutan y lo que vale la pena recomendar: aquellos que sostienen un diálogo con el lector, aquellos que durante su lectura motivan la capacidad de reflexión del lector y lo llevan más allá de las palabras escritas que tiene enfrente; ese momento cuando el lector consigue desprenderse, así sea durante unos cuantos segundos, de la lectura, pero motivado por la misma, y es capaz de transformar o modificar su entorno a través de una idea, de un generoso pensamiento.
Y esto que acabo de escribir, y que ocurre con la lectura de “La tumba de Dios (y otras tumbas vacías)” debe ocurrir (y lo hago para sumarme a la discusión) con los tan mentados libros de texto: debemos de fijarnos, más allá del contenido, que es importante, que sean capaces de conducir a la reflexión y a la generación de pensamientos autónomos, porque es a partir de este luminoso punto que los cambios se generan, y por eso hay autores como José María Herrera que aún le apuestan a la imaginación y a descubrir las tumbas que acaso en esa misión imposible de no existir, realmente existan porque en la imaginación de los libros y la lectura todo es posible, hasta resucitar a los muertos, hasta matar al que no existe.
Sin duda “La tumba de Dios (y otras tumbas vacías)” es una lectura que vale mucho la pena, y si me preguntan por qué, les contestaría: porque el autor se lanza al abismo de la imaginación, porque el autor le apuesta a la creatividad, porque el autor nos está entregando un texto literario honesto y auténtico, porque más allá de etapas comerciales, el autor le apostó a su propuesta editorial y lo consiguió, al menos para mí lo consiguió, y eso, créanme, vale mucho en el panorama de la literatura.