MÉXICO, D.F. (apro).- Las monarquías han inspirado fábulas emocionantes, cantares, religiones y sus abusos dieron lugar a revoluciones tan violentas como la francesa o la rusa. La épica y la tragedia, desde Sófocles hasta Shakespeare, se inspiraron en las intrigas del poder, en la humanización de los soberanos, en la disputa por el trono.
La fascinación por los monarcas no ha culminado ni en la realidad ni en la ficción. Más bien se empalmaron de una forma inesperada en la galaxia mediática. En tiempos de “Games of Thrones”, la teleserie estadunidense de HBO, considerada una de las mejores de los tiempos recientes, la disputa por el Trono de Hierro en su cuarta temporada coincidió con la abdicación del rey Juan Carlos I de España.
Los fanáticos de la serie encontraron similitudes y metáforas inevitables. El monarca español no es el señor de Invernalia, pero su mandato entró a un inevitable desgaste después de casi 4 décadas de ser un símbolo de unidad.
El Juego de Tronos en España inicia ahora con tres variables importantes:
1.- La falta de legitimidad de la Corona española. Designado el 22 de noviembre de 1975 como sucesor del jefe de Estado a dos días de la muerte del dictador Francisco Franco, “el Generalísimo”, Juan Carlos de Borbón llegó como parte de un arreglo con legalidad dudosa y legitimidad inexistente.
El fallido intento de golpe de Estado en febrero de 1981 le dio la oportunidad de oro a Juan Carlos para convertirse en un símbolo de unidad y no sólo en una herencia del franquismo.
A partir de ese episodio, el Rey se convirtió en un activo de la difícil y dura transición a la democracia española. Este proceso se construyó sin una investigación sobre los excesos del franquismo durante y después de la Guerra Civil. Los peninsulares decidieron mirar hacia delante, sin curar las heridas del pasado.
La legitimidad de la Corona española comenzó a desgastarse en 1996, al inicio del aznarismo. La aventura bélica de España en Irak y luego los atentados de 11-M de 2004, colocaron al Rey en una posición incómoda. Su habilidad le permitió no jugar un papel protagónico durante esa crisis político-electoral que derivó en el retorno del PSOE al poder.
Sin embargo, la crisis económica detonada en 2008 y agudizada en 2012 colocó a la monarquía en el centro del debate sobre los excesos, la corrupción y la fatuidad de la Zarzuela. El episodio de la cacería del elefante transformó a Juan Carlos de invulnerable en blanco de todas las críticas, incluyendo a los propios simpatizantes de la monarquía.
Al escándalo de la cacería le siguió el de corrupción de su yerno Iñaki Urdangarín, la investigación sobre su hija, la infanta Cristina, y las crecientes sospechas de que el Rey no pudo estar al margen de la trama.
La legitimidad llegó a su punto más bajo. La propia encuesta de Metrocopía, de El País, registró que en 1996 la ventaja de la Monarquía sobre la República era de 53% y acabó en 16% en 2012.
Otra medición que da una idea de la crisis de legitimidad la aportó el Centro de Investigación Sociológica: De tener una calificación de 5.19 en octubre de 2006 bajó hasta 3.68 en abril de 2013.
La abdicación es el resultado inevitable de una crisis cada vez más aguda. Su heredero, Felipe VI, es carismático entre los monarquistas y durante los últimos meses ha protagonizado una operación mediática para distanciarse de su padre y presentarse como un “rey plebeyo” y hasta moderado ante la causa independentista de catalanes y vascos.
La última edición de la revista Hola!, promotora de la Corona, publica a Felipe y su esposa Letizia como protagonistas de una pareja ideal, preparada para estar al frente de la “gran familia” española.
Sin embargo, la crisis lo rebasa. No es un asunto personal sino institucional. El desgaste ha sido tan acelerado que sólo un proceso tan ambicioso y profundo como el que dio origen a la transición a la democracia al final del franquismo puede darle aire al final del juancarlismo.
2.- La crisis del bipartidismo. Los especialistas más agudos señalaron que el momento de la abdicación de Juan Carlos I fue el peor no sólo para la monarquía sino para los dos grandes aparatos partidistas que se construyeron al amparo de su reinado: el PP y el PSOE.
Ambos partidos perdieron posiciones importantes en las elecciones recientes y en las calles de España ha crecido un movimiento cívico que está en contra no sólo de la Corona sino de la partidocracia.
El bipartidismo español formó parte del “acuerdo” que dio origen a la transición y permitió el ingreso de España al modelo de la Unión Europea.
La principal crítica a los barones de uno y otro partido y al propio Rey es un punto fundamental que ha ganado consenso entre los ciudadanos españoles: La red de complicidades en los casos de corrupción que se han desatado.
Junto con la corrupción, el bipartidismo hegemónico no ha podido responder al desafío soberanista que plantean los catalanes, vascos y otras comunidades autonómicas que se quieren deslindar del centralismo madrileño para lograr sus propios objetivos. La crisis del bipartidismo y de la Corona es un divorcio anunciado.
3.- La crisis económica. Cruzada por un desempleo galopante, una salida masiva de jóvenes españoles en búsqueda de presente y de futuro laboral a otras naciones europeas, la crisis económica se ha convertido en el verdadero sisma del régimen español.
No fueron sus aventuras extramatrimoniales, sus exabruptos antinacionalistas o su incontinencia verbal para regañar a políticos y mandatarios de otros países lo que generó la crisis de legitimidad de Juan Carlos. Fue la foto del monarca presumiendo su safari en Botsuana, en el momento más agudo de la crisis económica, lo que desencadenó la crisis reciente.
La incapacidad del presidente Mariano Rajoy para responder de una forma distinta a la criminalización de las protestas, ha generado una nueva ola de movilizaciones en las calles.
Hoy, en España, el Juego de Tronos se definirá en las calles y ya no sólo en La Zarzuela o en el Congreso. ■
@JenaroVillamil