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jueves, 28 marzo, 2024
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Por: EDGAR KHONDE •

La Gualdra 430 / Río de palabras

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La taza alemana

Llevo mucho queriéndote escribir para decirte que te extraño, ¿sabes? Por eso me detengo en cada relato que narraste. Recuerdo cuando me contaste sobre aquella taza alemana que te encontraste o que te encontró o que coincidió contigo y te cogió de la mano. Podría escuchar esa historia todas las mañanas mientras el café y el pan acompañan las palabras que articulas primero en alguna parte de tu cabeza y segundo, es decir luego, que en forma de sonidos recorren tu aparato fonador para asirse a un significado en el sistema de un lenguaje que nos dota de sentido y nos hace sabernos reales dentro de la fantasmagórica ironía del mundo. Recuerdo que caminabas en Munich. Puedo verte caminando, puedo saber cómo eran tus pasos y qué sonrisa llevabas en ese instante: la sonrisa de inquieta orquesta la más bella de todas las batallas. Puedo saber cómo olías. E incluso podría atreverme a describir cómo era tu mirada cuando encontraste la taza. La miraste y te causó un efecto no de sorpresa sino de simpatía. De repente la taza no era un objeto, era un guiño, un signo, una vivencia, por eso la tomaste; era como si te hubiera estado esperando desde siempre y tú lo entendiste. Lo entendiste porque entiendes los fragmentos que componen una escena. ¿Te acuerdas cuando te dije que soy tu hincha? Que todos los días asisto a mirarte y escudriñar qué advierten tus ojos. Miro la forma de tu cabello enmarañado y la tierra en tus manos cuando te conviertes en jardinera y cuidadora de plantas. Miro la estela que dejas tras de ti cuando te subes a la bicla y parece que nada te va a alcanzar porque corres más rápido que la luz. Podría establecerme como un monolito que atestiguara tu paso por la Tierra para contarle a la humanidad del futuro que yo te vi y que por eso quiero contar tu historia. Lo que quiero decir con esto es que también me encontraste como a la taza por un simple motivo: porque somos contadores de historias. Tú a tu modo y yo al mío. Y la gente que tiene algo que contar termina coincidiendo en un bar, en una calle, en una tremolina. Quizá no era inevitable, pero ha sido una suerte. Nos la hemos jugado a cara o cruz y hemos atinado. Ahora la taza alemana te acompaña en el café cotidiano, yo escribo desde no tan lejos de ti, con todas las ganas de abrazarte y morderte. Yo muerdo, soy un perro.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_430

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