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domingo, 28 abril, 2024
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Cuba, un drama sin fin

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Por: OLGA PELLICER •

Las movilizaciones callejeras que recorrieron las principales ciudades de Cuba en fechas recientes quedarán en la memoria colectiva por mucho tiempo. Sus dimensiones, la determinación de sus participantes, el cambio generacional que representan y su rápida penetración en las redes sociales, pusieron de manifiesto el grado de descontento que existe en la isla. Un malestar muy profundo, producto de circunstancias simultáneas internas y externas, ha provocado un verdadero alarido de desesperación, cuyos orígenes y manifestaciones describió de manera magistral el gran escritor cubano Leonardo Padura.

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Sin embargo, a pesar de la intensidad de ese alarido, es poco probable que ocurran a corto plazo cambios significativos en la dramática situación que se vive en Cuba. Hay circunstancias que dificultan el cambio de gran calado que ahí se requiere: las características de los grupos sociales que encabezan el movimiento; la resistencia a dicho cambio proveniente de poderosos intereses internos decididos a mantener el statu quo; y la posición del gobierno estadunidense, responsable junto con dichos intereses, del dramático deterioro económico y la falta de esperanzas del pueblo cubano.

Los jóvenes que han conquistado la imaginación de miles cantando “Patria y vida” han sido un ejemplo muy vívido del paso del tiempo y el agotamiento de la narrativa castrista. Tienen, sin embargo, limitaciones. De una parte, carecen de organización, liderazgos y estrategias que les permitan encabezar y negociar como representantes legítimos de un movimiento nacional; de la otra, hay un problema con los creadores de la canción que se ha convertido en himno: viven y producen en Miami, lo que no evita las sospechas de que puedan ser manipulados por los conocidos grupos anticastristas residentes en Florida.

Dentro de Cuba, la inercia de los mecanismos de control fuertemente organizados en torno a los informantes de barrio, así como por los cuadros del ejército, han hecho sentir su presencia. La represión está en marcha: cientos de detenidos, miles que se saben observados, un llamado del gobierno que pide con urgencia la entrada en acción de las “fuerzas revolucionarias”. Sin duda, se trata de llamamientos caducos, de valores pertenecientes al pasado, de mitos que ya no son creíbles. Lo anterior no significa que se haya debilitado una vieja guardia que tiene enormes privilegios e importantes intereses económicos que defender.

El cambio necesario se debe dar, ante todo, en el ámbito de la economía. Las manifestaciones recientes podrían acelerar las reformas que se iniciaron hace varios años, desde que el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, bajo el gobierno de Obama, permitió tener esperanzas en la transición pacífica cubana hacia un modelo de socialismo de mercado sustentado por el turismo, las remesas, la inversión extranjera estadunidense, europea y hasta mexicana. Mucho se habló entonces de las oportunidades que ofrecía, por ejemplo, el parque industrial de El Mariel.

Aquellos momentos de esperanza duraron poco tiempo, apenas un par de años. De una parte, las ansiadas reformas económicas han prosperado muy lentamente. La salida de Raúl Castro y su sustitución por Miguel Díaz-Canel no ha acelerado sino, por lo contrario, acentuado la narrativa que exalta la conveniencia de la “continuidad”.

De otra parte, las medidas adoptadas por Donald Trump fueron devastadoras. Aprobó más de 130 acciones destinadas a endurecer las políticas contra el pueblo cubano y a, literalmente, destruir la poderosa influencia política que Obama construyó dentro de la isla.

Si a la situación anterior sumamos los efectos de la pandemia, que paralizó el turismo proveniente de Europa y Estados Unidos, es comprensible el grado de carencias de todo tipo que obliga a hacer largas colas para adquirir cualquier bien necesario para sobrevivir: la alimentación o la salud.

El conocido sistema de salud cubano se ha visto superado por la demanda, manteniéndose, sin embargo, como uno de los países de América Latina con uno de los índices más bajos de letalidad, y por la capacidad de fabricar una vacuna propia que requiere, no obstante, de insumos que no pueden obtenerse por el bloqueo.

Desafortunadamente, la política de Joe Biden no parece orientarse hacia el tipo de acciones que favorezca el fin del bloqueo y una transición pacífica en Cuba. Cierto que el asunto del bloqueo requiere de la participación del Congreso, tarea difícil dada la previsible oposición republicana. Pero, en todo caso, lejos de hablar como el vicepresidente de quien reestableció relaciones y construyó importantes medidas de cooperación con Cuba, Biden habla como el continuador de las políticas de Trump.

Al igual que en otros aspectos de su política hacia América Latina, sus posiciones están determinadas por las necesidades de la política interna, cuyo objetivo prioritario, desde la perspectiva demócrata, es evitar que los republicanos puedan arrebatar a su partido la frágil mayoría que tienen en el Congreso.

Con esos antecedentes, la política hacia Cuba se ve desde la perspectiva de la importancia que tiene recuperar Florida (que se perdió en las elecciones de noviembre de 2020), propiciando, entre otros puntos, una relación amable con la importante minoría cubana que ahí habita, poderosa desde el punto de vista económico y político.

El objetivo de tener un buen entendimiento con el gobierno de Cuba, a partir de una evolución favorable de su dirigencia y medidas que contribuyan a aliviar las enormes necesidades de su pueblo, no forma parte de las preocupaciones de Biden.

Aunque toda predicción es peligrosa (lo inesperado siempre puede ocurrir), bajo la dinámica de un gobierno que se resiste a reformar la economía, una sociedad mal organizada para sacudirse del régimen autoritario que la agobia y un bloqueo económico que profundiza carencias de todo tipo, el drama de Cuba no tendrá fin en el corto plazo. ■

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