El filósofo José Ortega y Gasset en su libro: «El Tema de Nuestro Tiempo», al hablar del ocaso de las revoluciones, señala con agudeza: «no se puede decir que el pueblo inglés sea muy inteligente. Y no es que le falte inteligencia; es que no le sobra». Y por ello, tiene la estrictamente necesaria para vivir y para moderar sus revoluciones.
De los antiguos romanos dice dicho filósofo: personas «sanas y fuertes, con gran apetito de vivir y de mandar, pero poco inteligentes». Tal cosa evidenciada, según él, por su «tardío despertar intelectual», surgido del contacto con el genio griego, con su filosofía, dialéctica y cultura formidables.
La esmerada educación de la niñez y juventud de la antigua Grecia, la «paideia» como formación integral de la personalidad, como aprendizaje del dominio de sí mismo a través de la virtud, hicieron que el pueblo griego fuera uno de los más inteligentes y pujantes de la historia. Sin duda, hay una correlación estrecha entre educación, inteligencia y fortaleza institucional de un pueblo.
La educación y la inteligencia de un pueblo son factores determinantes de la cualidad democrática de las instituciones, según señalamientos del prestigiado sociólogo Seymour Lipset. Y para Aristóteles, la educación es un presupuesto esencial en la construcción de la cultura cívica de la ciudad. Sin educación sólida, sin formación integral de la personalidad de la niñez y juventud, no hay posibilidad real de una conciencia histórica y crítica de una nación.
Por otro lado, el colapso de las civilizaciones está ligado entre otras cosas, según el historiador Arnold Toynbee, al cisma en el alma personal y colectiva de una nación, a la falta de espíritu creador de las clases dirigentes convertidas en minorías dominantes y estériles, a la vulgarización de las costumbres y del idioma, a la debacle en la educación.
Desde un punto de vista empírico, se ha demostrado que, a mayor inteligencia, a mayor comprensión de los datos del entorno, a mayor capacidad cognitiva y crítica de un pueblo, mayor es entonces la fortaleza institucional y democrática de ese pueblo.
Un pueblo con un sistema educativo sin referencia a la nación, a su identidad, valores esenciales y unidad, está condenado a ser «tecla de piano», juguete de intereses facciosos. Una nación con un sistema educativo fomentador de resentimientos y odios, carente de sentido pedagógico al trastocar autoritariamente los fines y medios de la enseñanza y aprendizaje, conduce, como dice Gilberto Guevara Niebla, a un «crimen de lesa humanidad» contra la niñez. Guevara Niebla, preso político de 1968 a 1971, conocedor profundo de los problemas educativos de México, es garantía de autenticidad, de afecto por México y su niñez.
Un sistema educativo que inocula en la entraña del pueblo el aborto y la ideología de género basada en caprichos fantasiosos, en una «insaciable sed de irrealidad», traiciona su finalidad intrínseca: la formación de la personalidad integral de la niñez y juventud, frustrando el destino providencial de la nación.
Ojalá que se saquen lecciones de la historia propia y ajena, se aquilate la trascendencia de la educación integral y de la conciencia democrática y crítica, y se tenga el coraje de defender los grandes valores de la nacionalidad, sintetizados en el milagro del Tepeyac.
P.D. México entrará en 2024 a una dimensión donde se juega su destino por mucho tiempo. No es exagerado decirlo por lo insólito de lo que acontece. Cada mexicano decidirá si quiere ser tecla de un piano o ciudadano libre y consciente. Al margen del método, solamente la precandidata presidencial hidalguense puede, por su historia y testimonios, emocionar, sacudir el alma del pueblo todo con miras a la concordia, al porvenir providencial de la patria.
Dedico este artículo con admiración a todos los maestros y maestras de Zacatecas, en cuyas manos, valiente iniciativa y amor a México, está la formación integral de la entrañable niñez zacatecana.