Otra vez se siguen escuchando los clamores de la sociedad lamentándose de la decadencia manifestada en lo que se ha dado por llamar la descomposición del tejido social. Se habla de infinidad de situaciones que nos hablan de esta circunstancia: la casi nula expresión de cultura o de plano las muestras de lo contrario en todas las interacciones de tipo social en la que el ser humano, en este caso la población que vive en el país y particularmente la que vive de mal modo o sobrevive apenas en este estado, su hermosa capital y las diferentes regiones que lo conforman. Entre las muchas formas de este deterioro, se puede mencionar el alto índice de acciones de terror social y delictivas que día a día “engalanan” los encabezados y hechos protagónicos de los noticieros locales; la corrupción que ha caracterizado a los gobiernos que ha tenido el estado desde tiempos inmemoriales; los pésimos modelos de enseñanza de las instituciones educativas de las que parece que ninguna se salva, puesto que se pone más énfasis en la forma que en el fondo y se manejan desde las cúpulas de los diversos feudos que conforman este servicio; la muy pobre calidad de vida de los ciudadanos del estado y la pobreza congénita que se acarrea para el grueso de la población desde la llegada de los conquistadores con su codicia y discriminación sin límite; el fenómeno de la migración forzado por la pobreza inusitada de la mayoría de los pobladores del estado que han vivido y viven en la miseria crónica a pesar del paliativo de las remesas recibidas de los desplazados sociales; la irresponsabilidad de los nuevos jefes de familia, más interesados en sus magros logros económicos y en la convivencia social que en su auto educación y en la educación de sus hijos, quienes viven al garete y se educan en la cultura callejera y en las formas derivadas de las escuelas paralelas que aportan los medios de comunicación, las tecnologías digitales y las mal llamadas redes sociales que producen fenómenos tan degradantes como el pandillerismo, el chismorreo indiscriminado, el vandalismo escolar y callejero (para no aceptar la ignorancia y la prevención del mismo es que ha dado por llamarlo bulling, término anglo para denominar la bravuconería sin límite), la sexualidad irresponsable, el tabaquismo, el alcoholismo y el consumo de sustancias prohibidas; los embarazos prematuros y la consiguiente paternidad irresponsable y la explosión demográfica que muestra su peor rostro al sobrepoblar el estado de seres no deseados sin una brújula que los oriente hacia derroteros que permitan vislumbrar para la población un futuro promisorio. Hay otros fenómenos que no vale la pena mencionar para no caer en el amarillismo periodístico, en la lágrima fácil o la venta cómoda de críticas vanas como suele hacerse en la mayoría de los medios y en las notas que todos los días atiborran las redes sociales sin que nadie aporte siquiera un tímido intento de solución a través de un análisis serio y holístico. Se dice, para eludir las responsabilidades particulares, que para eso están las instituciones, pero los que las rigen parece que han perdido el rumbo o, lo que es peor, no saben o no pueden o no quieren enderezarlo, prefiriendo la comodidad irresponsable de no rifársela para encontrar soluciones tangibles y procedimientos que ayuden a prevenir los fenómenos antes referidos y dan la espalda, o peor aún, transforman en sujetos de persecución y descrédito social a quien se atreve a sugerir algunas formulas para enfrentar exitosamente alguna de las expresiones antes mencionados.
Todos estos fenómenos pintan de cuerpo entero no solo al estado sino al resto del país que ha visto degradar paulatinamente su papel de potencia educativa y cultural en los países afiliados a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), hasta llegar a la deshonrosa disputa con otros dos o tres países por el penúltimo y último lugar. Esos son los resultados que arroja el neoliberalismo a lo bestia (literal y metafóricamente) que se ejerce en nuestro país desde ya hace cerca de cuarenta años.
En fin, una vez superado el rasgado de las vestiduras de quien esto escribe, se cree que es necesario voltear hacia algunas posibles soluciones con una visión amplia del problema y considerar que todo lo anterior representa los síntomas de algunos componentes de corte social e institucional que no están funcionando de manera correcta. En este análisis se observará el comportamiento particular de algunos de sus componentes y que son a quienes va dirigido: las instituciones educativas, los maestros, los padres de familia, los estudiantes y los niveles de gobierno responsables de que estas instancias tengan las bases que les permitan desempeñarse adaptativamente ejerciendo su liderazgo y la facultad que les da el poder para lograr que las cosas funcionen mejor. Si la propuesta tiene un eco, puede intentarse y ver sus resultados; si no, pues será como las campanadas de la catedral que llaman a misa y atienda quien quiera, pero que alguna vez fueron escuchadas por el Papa en su histórica visita a la ciudad.
De otra manera, será como otro de tantos ejercicios de onanismo virtual tan socorridos en el oficio del análisis periodístico.
Continuará.