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domingo, 8 junio, 2025
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • admin-zenda • Admin •

Que adalides gobiernen a mi estado

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Suelen llamarlos “líderes”, palabra tomada del inglés “leader”, del verbo “to lead”, encabezar, dirigir. Yo prefiero el arcaísmo “adalides”, de “adalid”, vocablo que nos vino del árabe en aquellos tiempos en que ocuparon España, y que se refiere a un caudillo militar o una guía o cabeza de movimiento social.

Suelen llamarlos “líderes” y yo les diré “adalides” cuando los reconozca en la vida sociopolítica de mi estado: son personas con iniciativa propia, títeres de nadie. No sumisos, no dependientes. Son personas que inspiran, a los que dan ganas de seguirlos. Son personas que no tienen necesidad de emitir órdenes. Frente a ellos uno adivina lo que hay que hacer. No han sido impuestos. No reciben órdenes “de más arriba”. Su capacidad de gestión es extraordinaria. Saben persuadir. Saben sacar lo mejor de cada uno con quien tienen contacto.

Deseo que adalides gobiernen a mi estado. Pero adalides de verdad, no tipos con finta o fachada o publicidad de adalides. Para que encabecen a mi entidad y sus municipios quiero personas de las que se hable bien por entusiasmo, no por encargo. Que al frente del gobierno del estado haya un adalid mayor, sí, pero que sea tan grande que no caiga en la tentación del caudillismo. Que bajo él nos gobierne un equipo de otros adalides y que los hechos sobrepasen a los discursos, a las palabras muy bien acomodadas en el texto.

Insistiré: el problema político de mi estado, como sucede con otros, no está en los partidos, sino en la ausencia de formación de adalides (o líderes, lo concedo). Repito que los mentados institutos de formación política en los partidos son todo menos eso, pues ni siquiera los encabezan los más capaces y ni siquiera hombres y mujeres con vocación de formadores. Además los partidos y demás organizaciones sociales tienen frente a sí la tentación de buscar adeptos aborregados, sumisos, siempre dispuestos a acatar la orden… y esto resulta irreconciliable con la formación de sujetos críticos, que todo lo cuestionen, que busquen ser más efectivos, que busquen hacer las cosas de modo distinto.

Los adalides, los verdaderos, no sólo tienen iniciativa, sino que también son profundamente diligentes. Se despiertan antes que los demás, se acuestan después que los demás. Nunca echan mano de pretextos. Ponen el ejemplo trabajando. Siempre dicen “Tenemos que”, “Debemos”, “Hagamos” y no “Tienen que”, “Deben”, “Hagan”. Los adalides viven despeinados, con las mangas arriba, con el vigor en la punta del contagio.

Los adalides no son ente ideal, sino parte de la nueva realidad que late en otras latitudes y debemos arrastrar a la nuestra. Los tuvimos hace mucho en México: fueron, por ejemplo, los monjes que desde el convento de Guadalupe llegaron a Sacramento o Santa Fe. O los otros monjes que supieron oponerse a los conquistadores para defender a los indígenas. O Pedro Tenamaxtle que supo tener en jaque a los que buscaban estabilidad en su nueva Guadalajara. O los que creyeron en una universidad nacional que, mexicana, fuera al tiempo orgullo de América. O Tata Pachito García Salinas enfrentándose al chaquetero Santa Anna en nombre del federalismo. O los que rodearon a Benito Pablo Juárez y se enfrentaron a los europeos, a la iglesia y a los conservadores. Son los que impulsaron una mejor nación por encima de todo interés personal. Son los que tomaron el reducto de Victoriano Huerta para hacer valer entonces los ideales del traicionado maderismo. Son los hombres y las mujeres que, muchas veces anónimos, en nombre de sus hijos, de sus familias, no miden peligros sino injusticias y por eso saben indignarse y no se quedan en eso sino que también actúan en consecuencia.

Los adalides son una raza extraña para nosotros, los habitantes de mi estado. No pierden el tiempo en la grilla y sí enaltecen el ejercicio de la política. Los adalides no gastan sus energías monitoreando a otros. No viven de títulos. No son soberbios ni atacan porque saben que pueden hacerlo. Saben escuchar. Buscan lo mejor de cada uno y hacen a un lado de su atención los defectos de los demás. No miden lealtades en función de halagos, sino de resultados.

Qué no diera por que realmente fuera un adalid el próximo gobernante de mi estado. Qué no diera por que realmente él o ella conforme un equipo con adalides: no necesariamente, exclusivamente, con integrantes de su partido o declinantes en favor de su campaña. Adiós a los pagos de favores, adiós a los compadrazgos, adiós a los intereses individuales o de camarilla, adiós a los chantajes sentimentales de otros.

Que adalides gobiernen a mi estado. A 470 años de su fundación, Zacatecas merece un adalid que venga con un equipo de adalides. A 102 años de que se le quebrara su espina dorsal para dar mejor futuro al país, la vieja ciudad minera que encabeza a los otros 57 municipios merece fungir como sede de un gobierno estatal decisivo, no aletargado. Un gobierno que actúe, no que sea testigo. Un gobierno liberador, no cautivo. Un gobierno gestor, no expectante. Un gobierno adalid que sepa formar a sus mujeres, jóvenes, obreros, comerciantes, mineros, estudiantes como adalides en sus entornos.

Que adalides gobiernen a mi estado. Pido mucho porque espero que logremos por lo menos la mitad de mucho. Porque eso merecemos. Porque para eso nos han formado nuestros padres y abuelos. Porque por eso luchamos y buscamos convertirnos también en adalides. ■

 

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