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domingo, 25 mayo, 2025
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‘La bella mentira y la triste realidad’

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Por: Admin •

En una moche solitaria bajo las estrellas, la Muerte, sentada en una butaca, admiraba las bellas rosas rojas que estaban frente a ella. Cada noche, esa elegante señora las miraba con ansias de poder tocarlas, olerlas y usarlas como broche, pero ella sabía que si las tocaba, las rosas morirían y su belleza junto con ella. Nada más de pensar en ello, le traía lagrimas a sus ojos, así que como siempre las admiraba y luego se iba a cumplir con su trabajo, de colectar las almas de aquellos que tenían que despedirse de su familia y ver cuál su destino sería.

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Después de varios años de admirar las rosas en silencio, una noche como cualquier otra, frente al rosal, estaba una joven MUY hermosa, de complexión delgada, enormes ojos cafés, labios delgados, piel color canela y su cabello tan negro como la noche; ella cantaba mientras acariciaba su melena. La Muerte no podía creer sus ojos. Esa joven, con su belleza, hizo que se le iluminara el alma, y su canto trajo un calor extraño a sus huesos; la, muerte, como la bella dama que era, tenía la curiosidad enorme de saber quién era esa bella joven, pero su timidez y seriedad no se lo permitían.

Después de esa noche, la Muerte iba a ese lugar más temprano de lo usual, nada más para apreciar la belleza de la joven. Así fue por varios años, hasta que un día lo joven no estaba como de costumbre en el rosal; la bella dama estaba inquieta y muy preocupada por esa joven que le robó el corazón, y se sentó bajo la lluvia para esperarla como de costumbre hasta el amanecer, pero la bella joven nunca apareció; nuestra bella dama regresó a las tinieblas con mucha melancolía, pero con un pico de fe de volver a ver a esa bella joven.

La noche regresó y nuestra bella dama se sentó en su respectivo lugar, como de costumbre, y ahí estaba la bella joven sentada en el rosal; la bella dama estaba tan alegre que no se pudo contener y se levantó para verla más de cerca. La joven la observó y admiró la belleza de la dama; la dama era alta, esbelta con hermosos ojos azules como el agua de un manantial, su piel era pálida como la nieve, y su cabello era plateado y brillaba como las estrellas a lo lejos. La joven le preguntó a la dama su nombre; la dama no sabía qué responder, y se sonrojó.

La joven le sonrió y le dijo: «mi nombre es Vida. No tengas pena; yo sé quién eres, mi distinguida dama». La Muerte se sorprendió y respondió: «si sabes quién soy, mi dulce joven, por qué no huyes como los demás?» La Vida sonrió, y con la delicadeza de un niño, la abrazó y la invitó a tomar asiento. Nuestra dama se sentó, y en cuanto su cuerpo tocó el rosal, las rosas se marchitaron por el suceso. Nuestra dama empezó a llorar.

La joven, al ver la tristeza de la dama, la abrazó y le preguntó: «¿porqué lloras?» La dama le respondió: «diario vengo a este lugar para ver la belleza de los rosales. Ahora están muertos y nunca los podré disfrutar, nunca sabré su aroma, ¡ni siquiera podré usar uno como el broche que traías tu en tu cabello!» La bella joven se levantó y le pidió a la dama que tomara una rosa entre sus manos. La dama, con lágrimas en los ojos, hizo exactamente lo que la joven le pidió.

Frente a frente, la Vida estaba mirando a los ojos a la muerte, y con una cálida sonrisa, la vida besó a la muerte, y con ese beso, la muerte paró de llorar, y frente a sus ojos, la vida desapareció. La muerte se quedó pasmada por el suceso y sintió un calor peculiar entre sus manos. Era la rosa más hermosa que ella en su larga vida había visto; era una rosa negra con el tallo plateado y estaba ahí viva, intacta en sus manos. La dama se levantó por la sorpresa y la dejó caer encima del rosal. En cuanto la rosa tocó el rosal, todas las rosas se volvieron negras, y las que habían muerto revivieron más bellas que antes. La dama estaba llena de alegría y comenzó a llorar. De repente, sintió el cálido toque de alguien en su mejilla; era un caballero de ojos cafés, piel morena y melena negra. Él le sonrió y secó las lágrimas en sus ojos, y le dijo: «querida, soy yo la Vida. Ésta es mi verdadera forma. Yo siempre te he buscado y siempre te he amado, pero nunca me atreví a hablarte”. La imagen de la bella joven que tú viste era el reflejo de tu alma. “Ése es mi trabajo, reflejar lo que a otros hace feliz, y mi felicidad eres tú». La dama no podía creer lo que estaba escuchando y sólo guardó silencio. La Vida la tomó entre sus brazos y la besó. Después de un largo beso, la muerte suspiró y se aferró a él con una necesidad inexplicable, y la Vida le sonrió. La Vida le preguntó a la Muerte: «¿por qué, si te gustaban tanto las rosas, nunca tomaste una?» La Muerte le respondió: «porque yo sabía que al tocarla y arrancarla moriría, y si amas algo tienes que dejarlo vivir». La Vida le sonrió y la besó. La Muerte, notando que estaba a punto de amanecer, le preguntó a la vida si algún día se volverían a ver. La vida le respondió: «nos veremos siempre. Yo no soy nada sin ti, y siempre estaremos juntos». La Muerte sonrió y le preguntó: «¿por qué todos te aman a ti y a mí me temen?»

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