La Gualdra 670 / Festival de Cannes 2025
En un festival de cine, viendo tres o cuatro películas al día, llega un momento en que empiezan a aparecer ecos y conexiones, recurrencias temáticas y formales a veces esperadas, pero otras veces imprevistas. Después de comprobar la consolidación más o menos previsible de una estética de la agresión en varias de las películas que les hemos contado, o la ampliación de las perspectivas feministas, nos ha sorprendido que varias películas volvieran sobre la epidemia del consumo de heroína que asoló los años 1980, y la consiguiente oleada de muertes por SIDA que acabó diezmando a una generación de jóvenes. Sin embargo, cuesta imaginar coordenadas más opuestas para tratar este periodo que las utilizadas por Julia Ducournau en Alpha y las de Carla Simón en Romería, si dejamos de lado a Fuori, de Mario Martone, en la que su presencia es más marginal.

En busca del padre
Los tres largometrajes de la realizadora catalana tienen una base autobiográfica. Alcarrás, su anterior película, era un retrato de una familia que cultivaba duraznos, inspirada por su familia materna. Verano 93, su primer largometraje, se basaba en su propia historia, cuando era niña, después de la muerte de sus padres por culpa del SIDA. Romería es la continuación de esa historia, cuando Marina, al cumplir dieciocho años, vuelve a la ciudad portuaria gallega de Vigo para recomponer la historia de su padre, al que nunca llegó a ver.
La película empieza significativamente en la oficina de registro civil. La funcionaria le tiende una copia del certificado de su padre, en el cual no se menciona que éste tuviera hijos. La ausencia del padre dejó un vacío en la niña, que intenta completar con su búsqueda.
Durante una estancia de cinco días, los cinco capítulos de la cinta, Marina interroga a la familia de su padre. Cada uno de sus miembros lo cuenta a su manera, estableciendo relatos distintos e incluso contradictorios, tras los cuales se perciben algunos secretos que muestran hasta qué punto la adicción de su padre y la enfermedad que causó su muerte se convirtieron en una fuente de vergüenza y de incomprensión en sus familias. La película de Simón intenta al contrario restablecer la complejidad de la época para mostrar cómo la heroína fue la última y más mortal encarnación de las utopías contraculturales y tóxicas de la segunda mitad del siglo XX.
Para ello cuenta con los diarios dejados por la madre de Marina, basados en los propios diarios de la madre de la directora, que cuentan la experiencia personal de la droga en primera persona. Cada capítulo empieza con la lectura de un fragmento de esos diarios, acompañados por las imágenes que Marina filma con su cámara de video, y que se convertirán en la matriz visual del cuarto episodio, en el que la protagonista conseguirá ponerse en la piel de sus padres, quizás la parte más sorprendente y conseguida de la película.