«¿A caso sólo hay justicia para desapariciones masivas?”, se lee en el cartel que portaban la hija y la madre de Tomás Vergara Hernández, taxista de Huitzuco, Guerrero, desaparecido el 5 de Julio de 2012, ellas se incorporaron el pasado 22 de octubre a la marcha que recorrió la misma ruta que los normalistas, de la normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, en la ciudad de Iguala, Guerrero.
Ese cartel apunta al núcleo de la tragedia que vivimos, recordándonos cómo el dolor/indecible de las víctimas, sufrido por los padres de los jóvenes normalistas, es el dolor padecido por miles y miles de personas afectadas por las desapariciones, los crímenes, tantos otros actos, en esta espiral de barbarie sin fin, donde -desde hace años- nos encontramos inmersos.
La exigencia de los padres de los normalistas de Ayotzinapa…“vivos se los llevaron, vivos los queremos”, reiterada por millones de personas en todo México, y en otros países, y su firme convicción de que pueden -aún- recuperarlos con vida, es un sentimiento compartido por la inmensa mayoría de los padres, que tienen hijos o hijas desaparecidas, incluso años después del día en que la desaparición sucedió.
Esa esperanza, en su radical persistencia, la vemos de nuevo -una y otra vez- en la mayoría de los casos que hemos llegado a conocer personalmente, tanto en Zacatecas, como en otras partes de México, mezclándose con la desesperación, la ira, la ternura y empatía hacia otras familias-víctimas, y con otros diversos y encontrados sentimientos, que en su conjunto, forman un cuadro emocional, que los mantiene vivos, en medio de una zozobra/incertidumbre/dolor, que ellos mismos describen… “estar muertos en vida”.
Asociado, también, no en todos, a la idea de “haber perdido el miedo”, volcados en esa búsqueda para la que no existe el sentido de otro final posible que no sea el de encontrarlos con vida.
El crimen de Estado de Ayotzinapa ha mostrado, con toda la crueldad de la barbarie cometida por los perpetradores, lo que todos sospechamos, y que señalamos en una reunión con responsables de la Oficina del Alto Comisionado en Desapariciones Forzadas de la ONU-México, en Monterrey N.L., a saber, que la distinción entre ambos “tipos ideales” (desapariciones forzadas e involuntarias), en los hechos es muy difícil de determinar. Toda vez, que la “aquiescencia” por parte de los agentes del Estado, o funcionarios, respecto a la acción de terceras personas, es posible que no pueda ser comprobada. Por eso, este enunciado (o, hipótesis de atribución), nos introduce en una “lógica borrosa”, obligándonos a reanalizar la manera en que en las estadísticas criminológicas, y en nuestras mentes y corazones, se plantean las distinciones entre la violencia cometida por la delincuencia organizada, y la perpetrada por violaciones de los derechos humanos.
Y esa es la revelación, de una fuerza –y, crueldad- atroces, que el crimen masivo perpetrado en Iguala, Guerrero, nos plantea. Presente en la raíz de las exigencias ahora desplegadas por una energía ciudadana acumulada por años de protestas, movimientos, y digna rabia. Hoy, podemos ir más allá, apuntar directamente a generar un cambio de régimen, a través de la única vía realmente emancipatoria que para mí es visible: la reinvención de la democracia.
En este contexto, el Congreso local, acaba de aprobar por unanimidad la Ley de Atención a Víctimas del Estado de Zacatecas. Una herramienta forjada por las propias víctimas, legislada en este caso, sin la participación -efectiva- de las propias víctimas. El foro fue un muy mal síntoma. Debemos evitar que el sentido profundo de la Ley: justicia, verdad, reparación integral del daño, sea convertida por los “efectos perversos” de la lógica burocrática -estatal y partidista- en un “castillo kafkiano”, ideal para la captura, cooptación y clientelismo, fracturando las solidaridades imaginantes, que pueden irse tejiendo entre víctimas y otros sectores sociales, exacerbando el individualismo.
La ruptura democrática es aquí, también, un paso indispensable y urgente. ¿Cómo podríamos convertirla la Ley de Víctimas, en herramienta de “empoderamiento” (real)? Imposible lograrlo, sin acompañar a las víctimas, a lo largo de ese difícil recorrido. Necesitamos, caminando juntos, enseñarnos y aprender –unos de otros- mediante el ejemplo. Abriendo –procesualmente-, en ese campo “el sistema de administración de justicia”, nuevas veredas a la radicalización democrática.
En Zacatecas, en las marchas, cuyos protagonistas principales han sido los estudiantes ¿no podrían participar como protagonistas -también- centrales, al menos algunas de las víctimas que aquí padecen lo que se denuncia y exige para los compañeros de Ayotzinapa?
Dejemos que las resonancias de ese cartel por el taxista desparecido nos interpelen: “¿Acaso sólo hay justicia para desapariciones masivas?” Y volvamos -con lucidez- a ocupar nuestro lugar en esta lucha.
¿Cómo podemos, entonces, construir una narrativa de derechos humanos donde encajen también aquellas otras víctimas? ■
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