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lunes, 12 mayo, 2025
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Del libro Tierras altas de Mato Grosso 

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Por: Armando Salgado •

La Gualdra 355 / A 50 Años del 2 de Octubre del 68

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Escribir es de maricones, Refugio, no sientes otra necedad más que hundirte en la parcela y esconder el respiro porque atrás nos alcanzan. Tú ya estás muerto, querido amigo, descansa en paz. Lo que dices es el envés del aire, lo que se siente por dentro como una mentira delgada. Tienes razón, sólo era una broma. Recordaba, sólo recordaba. Y me llegó el dolor en el estómago. Así los recuerdos. Sentí cómo el cólera nos persiguió al tomar aquellos camiones, ¿te acuerdas?, le rompieron la nariz a Manuel, Tonatiuh le zampó un madero a aquel comandante y el 300 ancló sus dientes a la ropa cuando lo quisieron desnudar. Después arribamos a la normal de Tenería, en el Estado de México y la base estudiantil nos recibió con aplausos y nos convidaron el pan más sabroso. Me acuerdo de Rosa Isela, tu primera novia. Bien supiste que bajo la lluvia no es posible amar ni creer en la distancia. De ahí nos fuimos a Cañada Honda en Aguascalientes y regresamos a México bajo el sopor y la falta de apetito. Tú te fuiste a Tamazulapan y descubriste el aguardiente. Ese mezcal como un relámpago ebrio dentro de la voz. No dejes de escribir, Refugio, es la memoria de los que ya no estamos. Es la memoria de la noche. ¿Les digo que tú creías en el amor? La Huacana era el punto de encuentro con tus padres, los amabas. La mujer de aquel rumbo aún te sueña. Diles que los migrantes siempre han existido, que yo quiero estar entre los vivos y cruzar su frontera para sentir el piso y su calor. Compárteles que los respiros apagan las tormentas en estos rumbos, por eso uno suspira entre sus hombros. ¿Has visto a mis abuelos? El mar tiene muchos caminos y cuando hallas a alguien la ola vuelve para movernos de lugar. He visto a mucha gente. En una de ésas espero ver a tus abuelos y los abrazaré por ti. Es bueno saber si alguien descansa en paz. A quien vi hace poco fue al chofer de la normal de Tenería, el que mataron en el cierre del internado en Mactumactzá. Bebía mezcal de Etúcuaro y entonaba a José Alfredo. Lo saludé y siguió manejando sus pasos. No entiendo por qué me lo encontré. Habiendo tantos de nuestros muertos y lo vine a hallar. Quizá fue porque el otro día al dormir entre helechos escuché en mi cabeza: “Bajen hijos de puta, los vamos a matar, pinches morritos pendejos. Las casas no los taparán toda la noche”. Me desperté como un relámpago dirías tú, es decir, en madriza; ves que mi hermano también entró a la normal. Decidí buscarlo en la meseta de los desfiladeros. Hasta ofrecí uno de mis ojos como protección. En ese sitio nace el mar. Entonces, cerré mis párpados y me ahogué por vez segunda. El agua poco a poco llenó mis pulmones y fue sepultando mis creencias. Supe que podría sumarme al flujo eterno de las olas. Y justo cuando me iban a cubrir quise despedirme de todos. Por eso te hablo, para decirte que no dejes de escribir, Refugio, porque así mantienes despierto el fuego de los que ya no estamos. Si no te lo digo en este momento no hubiera tenido otra oportunidad. Sé que mi hermano estará bien y me voy tranquilo, me hundo en la serenidad de la gran ola […] Me dejas sin aliento y amarras mi corazón al árbol de limones en casa de mis abuelos. Es como un puntapié desbocado en mi estómago, dejándote el color de la huerta y su vista cuando se mira claridad y sombras entre las ramas de los aguacates. Qué bueno que no olvides a tu hermano, que te despidas de mí y que aún recuerdes nuestra escuela. A Rosa Isela la vi por última vez en la Ciudad de México; me murmuró que aún podíamos soñar. No quise cerrar mis párpados junto a los de ella y regresé al Zócalo con los ojos entumidos porque si los cerraba sentía que la iba a olvidar. Hoy no recuerdo su rostro. En ese entonces no estaba listo para el amor. Ella era de la Normal de Panotla, Tlaxcala. También recuerdo la Normal del Mexe, Hidalgo, y a Lety: verla llorar porque nadie hizo nada cuando quemaron sus autobuses. Montaje de silencio, dijeron que los estudiantes los habían quemado. Supe de la angustia primitiva que llevamos en el cuello y que el llanto, la mayoría de las veces, no permite engullir saliva y recuerdos al mismo tiempo. Cuando sucede es común que la lluvia nos desmorone. Piezas entumidas. Figuras de arcilla sin doblez. Somos la tierra agreste que espera el dardo certero de la tristeza. Los recuerdos son troncos que el río se lleva a un sitio oscuro donde todos los ríos duermen. Cicatrices que flotan moribundas en la corriente sin brújula. Querido Mario, tantas cosas que remueves; sólo queda decirte que descanses en el fondo de ese mar, donde los difuntos además de transparentes, reposan y respiran. Nos vemos, Refugio.

“Ve con Dios, hermano, respira un aire menos torvo”.

El miedo es un respiro curvo; animal líquido que muerde nuestro hígado como si fuera alcohol. Fantasma que duerme a tu lado; cada soplido alimenta pesadillas. Bestia nómada que hurga —persona tras persona— las huellas del hambre.

“Ve con Él, respira aire menos curvo”.

El origen de la maldad es vientre donde crece almizcle ciego. Telaraña y viudas negras. Se podría oler el espasmo sin intuir la autopista o el par de senos arrollándote dentro de la nariz. Ni la bofetada ni el disparo ni un martillo sobre los meñiques. Esa sensación de ahogarte mientras se sueña.

“Ve, respira aire menos agrio”.

Es fácil. Todos nos acostumbramos a todo. A sentir vacía la nariz. A decir un río para asir la cabeza del tiempo —dejarla— y ahogarnos en él. Un libro cerebro. Habla —no habla— sobre los castigos, tratamientos crueles y degradantes aplicados a reses en peligro de extinción.

“Ve, respira menos mierda”.

Repetición austera. Nombrar islas, cualquier oasis. No debajo de la varilla que hurga en el piso hasta hallar olores fétidos. Señal amarga de la esperanza sin latidos.

“Ve, respira”.

Repetición que astilla. Perforación de brazo, el quiebre y su dolor. Cementerio de ojos. Un autobús quemándose al fondo de este libro mientras los muchachos corren. Una explosión de lágrimas. Regresión constante al punto del quiebre. Tan letal, tan volátil.  

Justo donde el desencanto

se vuela los sesos.

Respira.

* Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017.

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