Cimbrada estaba la memoria por tantos sucesos tan incontrolables y que escapan a nuestra comprensión racional pero que como pueblo hemos logrado contener y explicarnos.
Ha fallecido la poetisa nacional Dolores Castro Varela y no sólo se conmociona el mundo de las letras, sino los amplios sectores de un país que supo de ella desde niña y la lucha de sus ancestros zacatecanos – Villanueva, esa zona milenaria-por poner orden y cubrir las ausencias y las faltas con nuevas estampas que nos dieran paz y quietud ante el desastre.
Fina y querida en su quehacer literario, amada por colegas y respetada por los públicos, Dolores Castro llegó a ser un ícono en el firmamento de la literatura nacional y latinoamericana por la riqueza espiritual de sus libros, a donde iba reunía a los públicos deseosos de saber de ella por su intensidad verbal, su mensaje fraternal, su orgullo encaminado en perfilarse como una de las mejores escritoras que empujó a los otros y otras a realizarse y ponerse de frente ante la vida y sus retos.
Ídola en las mesas y tertulias literarias, su vertiginosa vida tiene mucho que ver con sus señores padres y abuelos y ese tronco familiar no exentos de sufrimientos y batallas que le dieran fe y motivo de que valió la pena vivir y ser parte del firmamento nacional y ahí quedan sus libros, su legado inmenso, su paso por el planeta tierra.
Abrazos a su sobrino Bernardo del Hoyo Calzada y también a todos sus familiares en este trance, esta despedida y esta fuerza que nos deja como resultado de su amor a la poesía, sus aventuras increíbles, su portento y finura como mujer del pueblo mexicano.
Dolores Castro Varela, un adiós que duele, que estremece, que nos recuerda a todos que la vida es un ciclo interminable y veraz e insólito en el camino de la ventura, la entrega y la perseverancia.