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viernes, 19 abril, 2024
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Entre la exhibición y la justicia

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

En un país como este, en el que las instituciones encargadas de buscar y procurar justicia carecen de credibilidad, y donde los índices de impunidad son de 99%, el castigo social es prácticamente el único consuelo. Parece que la exhibición es la única justicia.
Los juicios sociales condenan en lo mediático lo que no podía hacerse en lo jurídico.

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Hoy, por ejemplo, René Bejarano carga el estigma que le dejó aparecer en un video recibiendo maletines de billetes, aunque quien le ordenó hacerlo fue secretaria de Estado sin ningún problema. A 15 años de los hechos, y después de haber salido exonerado por las instancias locales y federales, el político todavía es recordado por esa escena, aunque pocos recuerdan los delitos que ese video presuntamente implicaban.

Antes de pasar a las catacumbas políticas, Ricardo Anaya puso en el mapa de la política mexicana al ingeniero José Maria Rioboo acusándolo de ser el contratista favorito del ahora presidente Lopez Obrador por haber recibido cuatro adjudicaciones directas para distintas obras, que sumadas, dan un total de 170 millones de pesos, más o menos el 13% de lo que costó la Estela de Luz construida por Felipe Calderón, o el 40% de lo que costó la vialidad Manuel Felguérez.

No es difícil darse cuenta que en términos de construcción de obra pública, considerando el tamaño de la Ciudad de México, y el periodo en cuestión (cuatro años) los contratos que recibió Rioboo son insignificantes para lo que varias constructoras zacatecanas se llevan en un sexenio.
Eso, y el no tener ninguna sanción de los órganos de control en tiempos en los que ser franca oposición hacia deseable encontrar “prietitos en el arroz” dejan claro que es difícil sostener alguna acusación de corrupción sería. No obstante el daño está hecho y el mote “contratista favorito” parece sobrevivir a la vida pública más de lo que hizo Ricardo Anaya, a quien por cierto se le condenó por difamación por este asunto.

Estos hechos que cuando menos tuvieron denunciantes con nombre y apellido, tuvieron también como protagonistas a gente con relativa oportunidad de defenderse porque se les otorgaron espacios mediáticos para dar su versión y contrarrestar la ofensiva, sin embargo, esto pasa también a los simples mortales que no siempre tienen la oportunidad de defenderse.

Estamos pues ante un terreno fértil para las fake news que pueden ser utilizadas para desprestigiar marcas competidoras o para modificar tendencias policías.

Recientemente una investigación del medio Eje Central que dirige Raymundo Riva Palacio desnudó cómo “intelectuales de alto rendimiento” fueron contratados para maquinar información de este tipo que presentada con la suficiente ambigüedad puede eludir controles de verificación y pasar los filtros de credibilidad.

En el ejemplo particular la Campaña no funcionó y sin importar las historias del Oro ruso, o Venezuela del Norte, hoy López Obrador es presidente.

Esto sucedió muy probablemente porque tantas veces de recorrer ese camino lo ha vaciado de interés. López Obrador estaba en su tercer campaña presidencial y había ya una predisposición al escepticismo de lo que de él se dijera.

¿Puede pasar esto en otros contextos?
Exhibir en lo mediático lo que es difícil de castigar judicialmente, a primera vista ha sido una estrategia efectiva para denunciar la violencia sexual.

Empezó en Estados Unidos con el movimiento #MeToo y poco a poco se ha extendido y tropicalizado incluso con particularidades como #MeTooEscritoresMexicanos, #MeTooPeriodistasMexicanos y #MeTooAcademicosMexicanos.

En ellos, mujeres presuntamente (el rigor obliga a esta palabra) violentadas denunciaban el acoso que habían sufrido de parte de escritores, periodistas y académicos varios de ellos de renombre.

Algunas lo hicieron con sus nombres, y el de sus victimarios aportando datos concretos de la situación de abuso como la narración de los hechos, contexto, etcétera.

Hubo también casos en los que el único referente era el nombre del acosador, el de su centro de trabajo o la ciudad en la que vivían.

El caso de un universitario zacatecano estuvo sustentado -al menos en lo que pude percatarme- en una cuenta de Twitter creada en el mes de marzo, sin seguidores, nombre o imagen real, y con un único tuit: el de la acusación. Lo cual no significa necesariamente que sea injustificada, pero al menos nos deja con pocos elementos de juicio.

Otro caso ampliamente difundido es el del fotógrafo cuyas acusaciones se cuentan por montones, y donde además varias de sus acusadoras han tenido el valor de hacerlo con nombre y apellido, y además aportando evidencias.

Los dos casos no pueden meterse en la misma bolsa. Hacerlo conllevaría un doble riesgo: por un lado el de dejar abierta la puerta de manchar con la duda la reputación de personas íntegras y decentes, y por el otro y quizá todavía peor, el de permitir que la duda exonere a quienes deben ser sancionados y dejar las denuncias muchas de ellas reales, vacías de toda credibilidad o importancia. ■

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