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jueves, 25 abril, 2024
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Breve historia inventada de la reacción en México

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En su artículo del 08/09/19 en “El Universal”, titulado “Es como el sol”, Jean Meyer recuerda las esperanzas que la prensa comprometida colocaba en la constitución política que, en 1824, estaba en proceso de elaboración. Hay tres puntos en el texto citado por Meyer, tomado del #357 del periódico “El Águila Mexicana”, que merecen ser reiterados: “En esta constitución están perfectamente bien conciliados los intereses de todos los individuos de la sociedad”, “Esta constitución contiene medios seguros e infalibles de enriquecer a los pobres”, “tiene igualmente medios seguros e infalibles de pacificar la patria”. Los problemas enumerados,intereses partidarios en conflicto, pobreza de las mayorías, guerra, cuya solución parecía inminente, no fueron resueltos en lo que Andrés Manuel López Obrador denomina primera transformación, tampoco en 1857 o 1917. Pero pese a ello se notan las enormes esperanzas suscitadas por el advenimiento de un nuevo orden social en el que, bajo los auspicios de la razón, se podrían eliminar las desigualdades, carencias e infelicidades. Una utopía, sin duda, en la que no podía faltar el anuncio del “hombre providencial”: “parece que no se puede esperar más de un legislador que bajase de los cielos, encargado de la misión de constituirnos”. Enfaticemos que el molde de construcción de las constituciones mexicanas se basaba en la razón, en la búsqueda y, según creían, encuentro de los verdaderos e infalibles principios de asociación entre los seres humanos. Por tanto, en la medida del liberalismo profesado por los hacedores de la patria, el problema era político individual, como lo señala Guillermo Hurtado en “La teología política del lopezobradorismo” (07/09/19 “La Razón”). Sin embargo, la alusión al legislador venido de los cielos simboliza algo más profundo que trataremos de elucidar. Cuando un territorio se declara independiente de las potencias existentes lo que hace de manera práctica es ejercer su poder soberano, su capacidad de libre decisiónque, al momento de formalizarla en el documento denominado “constitución”, lo primero que debe definir es al sujeto que posee la soberanía y puede ejercerla con legitimidad. Es bien sabido que las constituciones liberales declaran que todo el poder de decisión reside en el pueblo, aunque la práctica histórica contradiga esta fantasía. Una teoría “realista” de la constitución, de corte reaccionario, es la del jurista alemán Carl Schmitt, quien en su “Teología política I” argumenta dos tesis: por un lado, el concepto fundamental de toda teoría de la constitución es el de soberanía, por el otro soberano es aquel que puede suspender el orden jurídico. En la constitución mexicana vigente el artículo 29 declara, si creemos en la teoría de Schmitt, que el soberano es el presidente de la república, en las constituciones previas existió un artículo similar, así que, si contemplamos desde el escorzo del viejo nazi la imagen del legislador venido de los cielos, que nos legó la prensa beligerante del XIX, podremos notar que no es incidental o alegórica sino literal porque, dada la constitución, se requería de alguien que la pusiera en práctica y, en casos extremos, suspendiera su vigencia para salvaguardar la integridad de la nación. Tal legislador fue Hidalgo al alzarse contra el poder divino de los reyes para afirmar el poder del pueblo, Benito Juárez en la “Guerra de Reforma” cuando suspendió al Congreso de la Unión, fue Francisco I. Madero al declarar la decadencia del régimen de Porfirio Díazincitando al pueblo a las armas. Sin duda, en medio de la retórica de la cuarta transformación, esa figura legendaria es Andrés Manuel López Obrador cuando pone fin al neoliberalismo, asume la radical independencia de la política respecto de la economía o lucha incansablemente contra la corrupción. Tal es la teología política del obradorismo de acuerdo a la formulación de Schmitt: el soberano es el presidente de la república, ni más, ni menos. A partir de ello podría trazarse la ruta de gobierno de la cuarta transformación: lograr imponer el poder del ejecutivo a los otros poderes para que la destrucción de la corrupción, la pobreza y la mentira pueda llevarse a buen puerto. Hurtado, en el artículo aludido, sostiene que para el obradorismo la historia es una cuestión metafísico-moral de inspiración agustiniana, de conflicto entre el bien y el mal. También indica que López Obrador no vindica más iglesia ni más papa que el pueblo porque él se hinca donde se hincan las masas. Si a esto le añadimos que recorrió tres veces el país, y que los libros publicados a lo largo de 18 años fustigan insistentemente con una serie de tesis respecto a la corrupción en México, el gobierno y los mexicanos, estaríamos a punto de parangonar al macuspano con Martín Lutero. Obviamente esa no es la intención de Hurtado, él prefiere enumerar una serie de prácticas de gobierno de López Obrador y englobarlas en el término general de “teología populista” cuya conclusión es exactamente la de cualquier teología política: “dado que el pueblo -y solo el pueblo- es la iglesia verdadera, su líder político también debe ser su verdadero líder religioso”. ¿Conclusión? La cuarta transformación es la sustitución del liberalismo de ficción por un reaccionarismo muy real. ■

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