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viernes, 29 marzo, 2024
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Un ejemplo de cultura viva

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

A pocos años de cumplir dos siglos como la más grande representación de teatro popular religioso en México y posiblemente del mundo, las Morismas de Bracho volvieron a escenificarse como arquetipo de la fuerza vital que subyace en el alma del pueblo para dar vida al ideal que rompe las cadenas de lo ordinario y llama a la rebelión para hacer la fiesta.
La “batalla cósmica” como ha sido sugerida por algunos estudiosos, constituye una poderosa muestra del arrojo popular por mantener una tradición que es resultado de una migración que llegó para quedarse en el imaginario colectivo, a pesar de los horrores del pasado y la incertidumbre ante futuro.
Por encima del temor generalizado ante la falta de dinero, al alcoholismo que silencioso avanza al interior de la Cofradía y al peligro latente de la seguridad, la irreverencia se hace visible en su realización, donde el sentido de la familia cobra un significado fundamental por su copiosa participación y su peso generacional.
Más que la foto, pagar el cartel, presidir el desfile y promover un nombramiento al interior del Congreso, las autoridades podrían profundizar en el fortalecimiento de las Morismas de Bracho como un factor sustantivo para fortalecer el tejido social del pueblo zacatecano, a través de la reflexión antes y después de la fiesta, y en un necesario ejercicio de generosidad, mejorar las instalaciones y el museo comunitario de Bracho, lugar donde se escenifica la guerra campal, la gran obra teatral de actores sin formación, que de generación en generación son guiados por su fe, llevados por un difuso entramado de culturas distintas que han tejido un sincretismo propio, henchido de furia y belleza campal.
El patrimonio cultural intangible cobra aquí un valor inaudito, el pueblo dentro de en un sistema social, asume como propia esta manifestación, al asignarle un significado en su mundo de representación simbólica que le permite transformar la represión en reconvención para la esperanza, el vejamen en estallido jubiloso, la afrenta en fiesta de celebración para perpetuar el origen del “nosotros”, para muchos, el pronombre del progreso.
Este valor dentro del sistema de significación, es el que impulsa a los distintos grupos sociales que integran la sociedad, a que sean poseedores y portadores de una cultura distintiva, de la que, Guillermo Bonfil Batalla estableció como esencial para la vida de los pueblos y las regiones que son portadores orgullosos de su identidad y sus costumbres.
A lo largo de la historia mexicana, el patrimonio cultural de los pueblos conquistados y sometidos a nuevos rigores formativos, ha dado lugar a re-significaciones y reconquistas de sus patrimonios culturales en un trayecto complejo de oposiciones para legitimarlos, nada simples en un esquema constante de incomprensión de sus distintas culturas, colmadas de ricos acervos que hacen de México un país singular.
Asistir a la fiesta de las Morismas de Bracho de Zacatecas, significa atestiguar el arrojo y el asombro de una representación teatral que da cuenta de una batalla ajena a nuestras raíces, que trajeron a estas tierras los conquistadores españoles para propagar la fe cristiana y que a fuerzaencontró eco en la sensibilidad de los lugareños, que le añadieron su propia cosmovisión con uningenio inaudito y espectacular para transformarla.
En su libro Moros y Cristianos, Alfonso Alfaro en el pasaje Una metáfora de la Conquista, página 31 apunta que las poblaciones amerindias asistieron atónitas en el Siglo XVI al colapso de un mundo. Los amos del universo, las fuerzas que le daban vida, se hundieron con él. La lucha entre dos civilizaciones –que parecían tener como trasfondo el enfrentamiento entre los espíritus tutelares de ambas- fue para ellos una experiencia terrible e inmediata.
Cuando los vencedores llegados desde el Guadalquivir y sus hijos comenzaron a realizar ante los ojos de los indígenas y los mestizos una ceremonia espectacular, brillante y emotiva, cuyo tema era justamente la lucha entre dos pueblos por el honor de sus respectivos señores sobrenaturales, los habitantes de este suelo deben haber experimentado una intensa fascinación.
Ese duelo mortal parecía haber tenido lugar, en unos sitios desconocidos (Europa, el Mediterráneo), tan lejanos e imprecisos para ellos, como el mismo espacio sideral donde moran los espíritus, pero mostraba claras semejanzas con el enfrentamiento que los amerindios habían experimentado en carne propia.
Independientemente del impulso que recibieron por parte de una pastoral evangelizadora que recurría al teatro sagrado como uno de sus principales instrumentos, ¿Qué deseo más natural que adoptar el juego y la fiesta de los señores, de asimilarlos y hacerlos propios en un momento en que los americanos estaban a la búsqueda de lenguajes vivos, de fórmulas inéditas para sellar los vínculos recién adquiridos con los nuevos protectores que les habían otorgado el bautismo?
¿Qué recurso más eficaz para superar la incomprensible catástrofe de la Conquista, que conjurarla por la palabra y el rito, intentar asumirla aludiéndola de manera indirecta y atribuyéndole un sentido?… ¿Qué mejor manera de no enquistar un dolor oscuro y viejo, de no convertirlo en ponzoña anidada que reinterpretarlo a través de un esquema coherente e integrador, acorde a las nuevas realidades?
Alfonso Alfaro cierra su texto con la pregunta: ¿Qué mecanismo más sutil para dar cuenta de una derrota que encontrar la manera de quedar situado entre los vencedores?….
El mérito de este anatema está cifrado en la creatividad del pueblo, que marginado por muchos años, ha sido capaz de adaptarse a su realidad con estoicismo, al reinterpretar con optimismo su cultura, con una fuerte necesidad de reforzamiento de lo local, mucho más ahora, en que la diáspora del caos debilita peligrosamente el tejido social.
La fiesta es una de las formas elementales de la vida colectiva de los pueblos, la encontramos con distintas acepciones como vivir la fiesta, santificar la fiesta, aguar la fiesta, celebrar la fiesta, guardar la fiesta, organizar la fiesta;la idea de ruptura, es indisociable de la fiesta. En franca apelación al pensamiento freudiano “la fiesta es un exceso tolerado e incluso ordenado”, “es la violación solemne de una prohibición”, lo que implica en palabras de este autor, la anulación momentánea del tiempo social que regula la vida del grupo y de ahí que posea un tiempo propio, un tiempo místico e intemporal, el tiempo de la libertad creadora.
Con reconocimiento a cada uno de los integrantes de las Morismas de Bracho.
Ánimo y fortaleza para todos.

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