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martes, 19 marzo, 2024
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Caballos en praderas magentas: Ernesto Lumbreras

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Por: Armando Salgado •

La Gualdra 347 / Poesía / Entrevistas

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Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966), es integrante de una tradición literaria que se hace presente en la región occidente del país, donde el estado de Jalisco ha destacado en la formación de escritores de talla nacional así como en la consolidación de talleres literarios épicos en la zona, siendo un motor para la enseñanza de la escritura donde figuras emblematicas siguen siendo hito en la literatura mexicana actual. Particularmente Ernesto Lumbreras es un poeta que ha incursionado en distintos géneros, mantiene comunicación con distintas generaciones de poetas, y entre los temas que aborda canaliza la realidad discursiva entre hechos poéticos y otras maneras de reinterpretar la poesía, siempre con maestría. Sin duda, Ernesto Lumbreras seguirá haciendo escuela, compartiendo lo que va redescubriendo y su poesía quedará en la memoria de muchas generaciones presentes y venidaderas. Cabe mencionar que desde el 2009 circula su antología Intersecciones. Doce poetas peruanos (Calamus-INBA). Es autor del libro El ojo del fulgor. La pintura de Arturo Rivera (CNCA, 2001). En el 2013 publicó Coordenadas para una inminente catástrofe. Cinco pintores mexicanos (Filodecaballos). Ha traducido del italiano los libros Museo de sombras de Gesualdo Bufalino (Aldus, 2009) y Antes no había nada. Después comencé a imaginar mi propio jardín de Chiara Carrer (Petra Ediciones-Conaculta, 2015). Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2004.

 

Amando Salgado: Tu trabajo poético, ensayístico y como antologador es indiscutible: ¿cómo escribir distintos géneros cuando es común que un escritor se especialice en uno solo, dejando de lado la posibilidad de ser polígrafo?

Ernesto Lumbreras: Casi a la par que publicaba mis primeros poemas, en la Guadalajara de mediados de los ochenta, también aparecieron mis primeras reseñas y mis primeros ensayos. Elías Nandino, sin ser un poeta crítico, nos estimulaba a pensar lo que leíamos y escribíamos, a examinar la tradición y el entorno de la literatura, a trazar paulatinamente nuestro árbol genealógico. Ya en la Ciudad de México, Huberto Batis, en el suplemento Sábado de Unomásuno, ponía como condición para publicarte un poema, demostrar que podías comentar y argumentar la lectura crítica de un libro vía la escritura de una reseña literaria. Con esos antecedentes, con esas enseñanzas, la escritura de poemas ha corrido en línea paralela con mi trabajo de crítica literaria y, tiempo después, de crítica de artes visuales. Aunque tengo trabajos de narrativa y teatro, inéditos y publicados, no me considero un polígrafo o un escritor todo-terreno.

Los pocos libros de poesía que he publicado, seis al día de hoy, se han escrito con demora y paciencia: la poética de la estalactita. El ritmo de los artículos y de los ensayos es otro, enmarcado en circunstancias prácticas y programables: textos de ocasión o solicitados con motivo de una efeméride o de una exposición en puerta. Aunque puedo reconocer, tal vez como una situación inevitable y fuera de control, el trasvase de las aguas líricas en mis indagatorias críticas y de reflexión, el uso de las analogías y los símbolos para abordar una obra de arte, un libro o un fenómeno literario.

 

AS: En tu hacer hay varios libros de poesía y ensayo: ¿podrías decirnos cuál libro tuyo nos recomendarías más, y qué razón te une a él (siempre hay grandes historias personales de por medio), ¿sugieres leer tus libros de forma cronológica?, ¿qué otros títulos has publicado?, ¿en dónde podemos hallarlos?

EL: Salida por la tangente: mi libro favorito nunca lo escribiré. Desde mi total subjetividad, la aproximación más encomiable a tal imposibilidad es El cielo (FCE, 1998), volumen que se publicaría en otro momento en la reunión Caballos en praderas magentas. Poesía 1986-1998 (Aldus, 2008), con una presentación del siempre recordado Eduardo Chirinos. En el rubro del ensayo, La mano siniestra de J.C. Orozco (Siglo XXI, 2015) es el volumen de mi bibliografía con mayor número de reseñas, en un momento que las publicaciones periódicas tienen casi abandonado este género de crítica literaria. Me atrae más, en un primer acercamiento a la obra de un autor, leerlo por saltos y al azar, toda vez que soy un convencido de que no aplica la teoría de la evolución en la escritura poética. Mis dos recientes libros son Los que dijeron las estrellas en los ojos de un sapo (Bonobos, 2012) y Tablas de restar (UAQ, 2017).

 

AS: El dolor en la frente es un movimiento poético que permite sensibilizar a la población en torno a la violencia actual y sus consecuencias, ¿en qué consiste esta acción poética?, ¿cuál debería ser el compromiso de los lectores ante estas circunstancias?

EL: En el 2016, en un curso de la Divina Comedia en Oaxaca, recortamos versos del canto XXXIII del Paraíso, en especial los tercetos del inicio del mismo que es un bellísimo elogio a la virgen María. Esos versos, nos los pegamos en la frente y salimos a las calles, nos sentamos en las bancas del parque, tomamos un café en los portales, abordamos el transporte público para regresar a casa… Más allá del desconcierto de las personas que se toparon con nosotros, varios leyeron esos endecasílabos prodigiosos de Dante. ¿Qué pasó después? La poesía no cambia nada, simplemente sucede, simplemente se aparece según la frase tan citada de Auden. A partir de aquella experiencia, y coincidiendo que durante el mes de mayo impartía un taller de lectura y escrituras poéticas, mi grupo salió a la calle con los rostros de los tres estudiantes de cine de Guadalajara —desaparecidos y masacrados por los narcos—, con el propósito de compartir un dolor, pero también, de exhibirlo y denunciarlo públicamente a los ojos de quien quisiera verlo. A esa imagen de los jóvenes, cada portador incorporaba una palabra o una frase breve que resumía un particular duelo y una manera especial de verbalizar el terror y el deseo de justicia.

 

AS: ¿Qué opinas sobre la relación constante entre arte, literatura y realidad social?, ¿qué sugerencias podrías compartirnos para escribir poesía que cuestione los hechos actuales sin que deje de ser artística?

EL: Es un tema fascinante, con puntos ciegos y zonas de confort. En todas las coyunturas históricas, la necesidad y la tentación de realizar ese cruce entre poesía e historia resultan inevitables. La guerra civil española, la segunda guerra mundial, la revolución cubana, la guerra de Vietnam, los movimientos estudiantiles del 68 —y las barricadas y los cazuelazos que vinieron después— inundaron la literatura de panfletos líricos que fueron celebrados en su momento en plazas, reuniones clandestinas, campus universitarios y cafés. Como el tema de la rosa y el de los ángeles, el tópico político posee, desde antes de abordarlo, un catálogo de lugares comunes amén de una retórica mesiánica, políticamente correcta, militante de la causa, sentimental y casi siempre exenta de sentido del humor. El Neruda político es un plomo. Me atrae más la liviandad de Parra o la de Zurita. Prefiero el escepticismo de Zaid, la mordacidad de Lizalde o el humor de los poemínimos de Efraín Huerta a todos los versos “cargados de futuro” y de actualidad de nuestra poesía mexicana. Por otra parte, todo en su lugar, valoro el panfleto y el performance políticos como vehículos de divulgación efectiva de una lucha o una causa. Pueden ser más efectivos que la oratoria o que las pintas, llegado el caso.

Ernesto Lumbreras. Foto Cortesía del poeta

Ernesto Lumbreras. Foto Cortesía del poeta

AS: Es conocida tu labor en la coordinación de talleres literarios. Respecto a los talleres, en ocasiones son los primeros espacios para socializar lo que se escribe; hubo talleres emblemáticos como los que impartió Juan José Arreola y Elías Nandino, escritores jaliscienses al igual que tú; ¿qué opinión tienes sobre el quehacer en los mismos, y qué autores sugieres cuando impartes alguno?, ¿qué otras recomendaciones le compartirías a quien desea escribir poesía?

EL: Estoy convencido que hay un conjunto de saberes, destrezas y mañas del oficio del poeta que sí pueden ser trasmisibles. También, como punto de partida, conviene desterrar ciertos clichés: el mito del poeta bohemio a la espera de la colaboración externa, musa o demonio; la equivocada impresión de que el lenguaje de la poesía es consustancialmente divagatorio y abstracto; la negativa del rigor, el estudio y la disciplina para reconocer el oficio, las herramientas y materiales poéticos.

Por otra parte, desconfío de los talleres que duren más de 10 sesiones. Corren el riesgo de convertirse en tertulias, lo que no está del todo mal. El mérito mayor de un coordinador es ubicar, al momento de revisar trabajos de creación, ciertos indicios de una voz, o de un estilo en potencia, o de una cosmovisión que asoma la nariz en esos versos tímidos y erráticos. A partir de ese hallazgo tan deseable, el coordinador puede ahorrarle al aprendiz de poeta años de trabajo un tanto a ciegas con la recomendación de dos o tres poetas de su mismo temperamento o tradición que le abrirán caminos para sus posteriores viajes a tierras incógnitas e indómitas.

 

AS: ¿Hay alguna anécdota que te recuerde de forma constante la importancia de continuar escribiendo?, ¿recuerdas cuál fue el primer libro que te haya marcado?, ¿cuál es tu decálogo como poeta?

EL: Mi primer poeta fue mi abuelo. Su nombre era ya un destino manifiesto para nombrar el mundo: Juan Bautista Saldaña. Con él aprendí los nombres de los cerros, las lomas, las cañadas, los potreros o los arroyos de la región. Eran pequeños poemas lo que me revelaba: plan de barrancas, arroyo de las torcazas, potrero de la uña de gato. Recuerdo esto y me doy cuenta cuánta sensatez tenían los insensatos dadaístas al afirmar que la poesía se encontraba sólo en un porcentaje en los poemas. Para bien o para mal, elegí la poesía de las palabras escritas. No he meditado un decálogo, ni siquiera un trío de principios como los que calibró en su juventud el siempre viejo y taimado Ezra Pound. Pero bueno, podría comenzar con este: Al poema no le sirve tu sinceridad. Cédela a la hora de tu diván.

 

AS: El cine: detonante activo en muchas personas: ¿qué cine prefiere Ernesto Lumbreras?, ¿qué películas nos recomendaría?, ¿qué otras pasiones tiene que le permitan andar con plenitud en este viaje literario de la vida?

EL: En 1989, cuando llegué a la Ciudad de México, veía unas 10 películas semanales en promedio. Por unos meses escribí una columna de crítica de cine en El sol de México que pedantemente titulé “Los 400 golpes”. Luego, a mediados de los noventas, cambié a otra demencia igualmente adictiva y fascinante: el teatro. Me tocó ver algunos montajes de Ludwig Margules que me volaron la cabeza como antes lo hicieron películas como Andréi Rubliov o Stalker de Andréi Tarkovsky. Quizá me debo un cine club personal donde programaría cintas que abonaron tanto a mi educación sentimental como a un posible gusto estético, no sé, películas de Robert Bresson, Claude Chabrol, Víctor Érice, Ettore Scola, Win Wenders, Woody Allen…

 

 

Diálogos de la Choca y la Xtabay transcritos

por la mano de Pierre Choderlos de Laclos

 

1

−Me gustaría hacerte el amor bajo una cascada, de noche, en el trópico fosfórico, cuando el jaguar sale a cazar estrellas fugaces en el ojo de jade de un cenote.

−Yo pensaba gozarnos, aquí y ahora mismo, en este plantío de cacao donde el sol, entre el follaje del palo mulato, se muere por espiarnos. ¿O será el jaguar mismo, regresando con nuestra piel cortada, hecha trizas por sus garras y colmillos, el que nos contempla inmóvil y agazapado entre el pastizal de pará?

 

2

−Anda, haz un intento por describirme tu orgasmo de hace unos minutos.

−Mmm… Algo como zapotes negros y maduros cayendo —de la rama más alta— sobre baldosas de mármol.

 

3

−Boca de caníbal, la tuya y la mía. Se olvida de todas las palabras, la muy perversa y ciega de toda sílaba, la muy insaciable de iras nupciales.

−Cuando no tiene bocado entre sus dientes, balbucea sonidos ininteligibles, de bestias cruzando un río de aguas turbulentas.

 

4

−Como en el poema de Villon, inclinada, entre mis piernas, bebes de mi coño añorando “morir de sed junto a la fuente”.

−O tal vez resucitar, amor mío; en ese manantial tuyo hay dátiles, reflejos de una estrella supernova y música de laúd.

 

5

Como si fuera un manjar de dioses, niña mía, esas descargas de semen en mi boca se originan del régimen franciscano de mi amante: naranjas verdes, agua con piloncillo y carne de lagarto durante una luna. ¡Y nada más!

—¡Ese hombre venera tu placer! Lo he visto en su miseria caminar por el pueblo —trapos con huesos, nervadura tensa y ojeras de funerario—, acompañado de una sombra difusa y esquiva. ¡Pero qué sonrisa de obispo! Sabe, a cabalidad, que en casa lo aguarda, vestida con paños de Bruselas, una vampira mercurial con la cena servida y la alcoba oliendo a vetiver.

 

De Tablas de restar (UAQ, 2017)

 

 

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