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viernes, 26 abril, 2024
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Leopoldo de Luis, cien años después. Poeta, crítico y un personaje esencial de la poesía española del siglo XX

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Por: ANTONIO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ* •

La Gualdra 342 / Poesía

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Leopoldo de Luis fue uno de los poetas más interesantes y mejor considerados en el panorama literario nacional. Se trata de un hombre, un artista fiel a sí mismo, que dijo con naturalidad que la poesía parte siempre de la subjetividad y se trata de “respirar por la herida”. Quizás ésta sea la definición que más ha quedado en los estudiosos de su obra a la hora de definir su poesía.

“El poeta devuelve a su pueblo, hecho poesía, lo que su pueblo recibe”, dice Leopoldo de Luis explicando que la poesía es una restitución. También aclara en unas reflexiones poéticas que publicó hace unos años que la poesía es un acto de amor que entiende como una prueba de humildad. Él considera la poesía como algo útil para el hombre porque puede ayudarle a comprender el mundo y comprenderse a sí mismo. Dice que de toda gran obra poética podemos salir mejores y más libres.

            Leopoldo de Luis nació en Córdoba en 1918 y falleció en Madrid en 2005. Su infancia y juventud la pasó en Valladolid y posteriormente se instaló en Madrid. Leopoldo de Luis es autor de 26 libros de poesía, entre los que destacan Alba del hijo (1946), Huésped de un tiempo sombrío (1948), Pájaros imposibles (1949), Elegía de otoño (1952), El padre (1954), Teatro real (1957), Juego limpio (1961), Igual que guantes grises (1979) ‒libro por el que recibió el Premio Nacional de Poesía en 1979‒, Otra vez con el ala en los cristales (1986), Los caminos cortados (1989), Reformatorio de adultos (1990), Aquí se está llamando (1992), Despedida de San Roque (1994), El viejo llamador (1996), Poesía de Posguerra (1997), En las ruinas del cielo de los dioses. Antología 1946-1998 (1998), Generación del 98 (2000), Elegía con rosas en Bavaria y otros poemas (2000), El portarretratos (2000), Cuaderno de San Bernardo (2003), Obra poética (1946-2003) (2003). Es autor de antologías, estudios literarios y ediciones como la de la poesía social o las de Miguel Hernández y Vicente Aleixandre, entre otras. Su obra está incluida en numerosas antologías de postguerra.

            Leopoldo de Luis fue también uno de los críticos de poesía más brillantes de los últimos cincuenta años hasta su fallecimiento, pero es, ante todo, un poeta de la humanidad, en el que están latentes las preocupaciones de los hombres y de su vida en sociedad. Hay a lo largo de su obra un toque de tristeza y amargura, una especie de fatal destino que une al hombre en una común desgracia. La realidad es uno de los temas esenciales de meditación en la obra de Leopoldo de Luis. Para él la poesía no es sólo una forma de expresión, sino la forma de expresar una entrañable realidad humana. Para él la poesía son sensaciones, pero sin despreciar las ideas, y es asimismo la sorpresa subconsciente. Dice el poeta que a todo esto hay que añadirle la emoción, esa emoción que pone la herida. El que esa herida les duela a los demás es el acierto del poeta.

A Leopoldo de Luis se le ha calificado de poeta de lo cotidiano que refleja en sus versos la cruel realidad de cada día. Angel Balbuena Prat escribió que es un renovador del cernudismo y del neobecquerianismo.

 Por su parte, el poeta y crítico Joaquín Benito de Lucas manifestó que Leopoldo de Luis no tuvo que inventar la poesía, sino que poetizó su existencia. La canción poética de Leopoldo de Luis es íntima, pero de resonancias tan humanas que todo hombre la percibe. Hay un sentimiento de amargura por la historia reciente de España, que se identifica con la historia del propio poeta. Se descubre en su poesía un tono ético con el que pretende hacer la vida más digna para todos por medio de una conciencia moral que él quisiera que fuese colectiva. A veces, la condición de la nada lo rodea, y la muerte o la desesperanza toman su propio rostro en forma de vacío existencial. La tradición poética ha hecho mella en Leopoldo de Luis a través de grandes escritores de la talla de Jorge Manrique, Fray Luis de León, Antonio Machado, Miguel Hernández o Vicente Aleixandre. Es decir, poetas de una gran raigambre humana, y además poetas que han sido auténticos maestros en el manejo del lenguaje. De Luis cantó en sus versos al hijo y a la esposa, lloró al padre y a la madre, y ahondó en el dolor humano. Se trata de uno de los poetas más representativos de la poesía española de postguerra, un poeta que cantó con naturalidad y maestría ‒sin avergonzarse‒ al amor doméstico; pero fue además un poeta social, humanista e inclinado a la introspección existencial. La poesía es para él sentimiento y experiencia auténtica. Los temas esenciales que abordó desde que publicara su primer libro ‒Alba del hijo‒ son, entre otros, lo autobiográfico, la enajenación de la gran ciudad, la solidaridad y la condición humana.

            Concha Zardoya dijo sobre él que “su dicción es sencilla y sus versos son directos, humanos, conmovedores”. Zardoya realizó un recorrido certero sobre su obra para detenerse en la ternura, paternidad, sencillez y belleza de Alba del hijo, o en la meditación otoñal sobre la vida de Huésped de un tiempo sombrío, un libro de corte juanramoniano en el que sobresale su temblorosa melancolía. Los imposibles pájaros es un poemario de dolores y cansancios humanos; Los horizontes es una elegía a los hombres, en el que hace una conmovedora descripción poética de la miseria, la indiferencia y la derrota. Aquí flota el influjo de Miguel Hernández.

El tema de la vida humana como herida inescapable se palpa en Elegía de otoño. El mar, la muerte y los hombres que viajan por vías muertas y estaciones solitarias en las que se descarrilará definitivamente con “aquel tren de juguete de la infancia”.

El padre (1954) es una elegía empapada de amor filial que arrastra al poeta al imposible esfuerzo de luchar con la muerte para arrancarle a quien acaba de llevarse, huyendo como un río. Aparece la humanidad como destino irrevocable. En El extraño (1955), el hombre es un reflejo de la hermosura cósmica. Hay en este libro un interesante canto a la libertad.

El mundo calderoniano aparece en Teatro real (1957). Se trata de un teatro en el que hay disfraces, trucos, fuego de pasiones y muerte. Es el final del rito. Y todo vuelve a empezar en la siguiente función. La danza, la mujer y el amor se convierten en un baile de alegrías, penas y desengaños. Nos soñamos la vida mientras el tiempo nos destruye: “y al despertar es cuando comprendemos/ que era la realidad lo que soñábamos”. Explica Concha Zardoya que se trata de un libro hondo y serio, con palabras responsables, humanas, pero no menos líricas y traspasadoras. La obra se ha estrechado y vale la pena y vale la alegría leerla y vivirla. Añade que Leopoldo de Luis ha representado bien su papel tras haberlo creado no tanto como autor sino como poeta.

Juego limpio (1961) es uno de sus libros claves. El poemario lo protagonizan hombres sufrientes, entre los que se encuentra el poeta. Es un libro de carácter testimonial, una concentración múltiple de significaciones, de cocciones, un mundo de sentido, un cruce de caminos que llevan al meollo radical del hombre histórico.

En La luz a nuestro lado (1964) hay una depuración de su voz y la muerte coincide con el cerco de la soledad. En Reformatorio de adultos (1974), la experiencia existencial alcanza ribetes metafísicos. El trasfondo sociopolítico trasluce la dramática seriedad de la vida humana. Con Igual que guantes grises (1979) obtuvo el Premio Nacional de Literatura. En estos versos defiende la rosa de la vida que habita en el hombre porque está manchado y mancha cuanto toca. El poeta se enfrenta aquí a su propia angustia. El libro está escrito en un tono pesimista. El poeta es un huérfano y todo lo que toca se convierte en cenizas.

Leopoldo de Luis dijo que sin el hombre no hay paisaje, porque él lo descubre, lo contempla y lo nombra. Al final se llega a la conclusión de que el poeta da una lección de ética profunda y que su poesía está fuertemente arraigada en la existencia del hombre y en la temporalidad de lo cotidiano. De Luis subraya que la poesía no suplanta nunca a la vida, sino que debe ser su compañera. La poesía debe reflejar al hombre, debe ser un espejo del hombre, un reencuentro con el alter ego, con el otro yo que siempre somos. Dice que eso hace que la poesía que escribe el propio poeta le produce rubor y zozobra. Rubor, por lo que pueda significar de egocentrismo; zozobra, por la sorpresa del otro yo.

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