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jueves, 28 marzo, 2024
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La contemplación en el arte de Francisco Goitia

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Por: FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ QUIÑONES •

La Gualdra 332 / Arte

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“Más que un caudal de experiencias y nuevos procedimientos técnicos, Goitia deja a su raza y a su época un sentimiento de comunión con el género humano”.[i]

 

 

Cuando la retina trepida al ritmo de las pulsaciones del corazón, y no sólo al compás de la luz, las imágenes que forma ofrecen una realidad impregnada con en el misterio de emociones vitales e intensas. Entonces, la realidad transfigurada y transmitida con esas pulsaciones de vida ya no es un simple remedo de lo que nuestros maravillosos pero limitados ojos retratan. Un artista visual que extiende su mirada con las fibras de su corazón puede percibir y trasmitir inéditas y asombrosas imágenes.

Si bien es cierto que uno de los atributos básicos de un artista es su sensibilidad para interpretar la realidad, física o imaginada, también es evidente que esa sensibilidad se puede depurar con la praxis cotidiana de la creación estética. Eso es justamente lo que Francisco Goitia hizo toda su vida, su estética estuvo regida por un afán de perfeccionamiento que lo llevo a tomarse el tiempo necesario para depurar su arte hasta lograr la quintaesencia que caracteriza a sus obras: el instante preciso de los claroscuros de sus paisajes y la singular fisonomía de sus personajes.

Goitia fue un pintor que, bendecido por la virtud franciscana y guiado por su cristianismo social, tuvo gran empatía con los pobres y marginados. En diversas etapas de su vida, durante su largo y edificante peregrinaje, convivió en la cotidianidad de comunidades indígenas en los estados de México, Guerrero y Oaxaca y pudo así retratar sus emociones más vitales. Su peregrinaje siempre estuvo marcado por una vocación y un método de trabajo de constante autocrítica y exigencia pictórica que con el tiempo lo llevó a transitar el camino de la contemplación. La metamorfosis hacia su capacidad contemplativa inició en su larva de un hambriento esteta nutrido con las obras de los museos. Durante su estancia de 8 años en Europa prefería gastar su poco dinero y su tiempo libre en prolongadas visitas a museos. Después de regresar de Europa, en 1912, sus dolorosas experiencias en la revolución mexicana y su empática convivencia con comunidades indígenas le fortalecieron una ética que consolidó en la práctica de su convicción religiosa, misma que le brindó experiencias místicas que destiló magistralmente en obras, como Tata Jesucristo (1927).

A propósito de Tata Jesucristo, indagar sobre su hechura permite poner en contexto todo lo que se acaba de señalar. Francisco Goitia trabajó durante tres años, por supuesto en diferentes lapsos, en la elaboración de Tata Jesucristo. En 1925, cuando inicia esta obra, tenía 43 años de edad y 13 años de haber regresado de Europa, para entonces era un artista maduro y dueño de la técnica y del estilo pictórico que lo distinguen. Asimismo, su temática pictórica nacional, sin duda influida por sus experiencias en la revolución mexicana, al lado de Felipe Ángeles, así como por sus estancias en comunidades indígenas, gracias a su afortunada colaboración con Manuel Gamio, estaba muy bien definida. Obras como: Paisaje de Patillos (1913), Baile Revolucionario (1913), Paisaje de Zacatecas con ahorcados (1914), El revolucionario (1914), La Bruja (1916), Muchacha indígena con chal bordado (1918-1925), El Indio Triste (1918-1925) y El Velorio (1918-1925), son ejemplos de esas vivencias de Goitia y de su temática pictórica aludida.

Estas obras en su conjunto retratan, sabiamente, emociones del espíritu tan vitales como el drama, la tragedia, la tristeza, la desolación y el sufrimiento. Todas y cada una de estas agitaciones anímicas están destiladas en Tata Jesucristo, un manantial pictórico que refresca y escalda el alma de los atónitos espectadores. Ante el misterio de esta obra que conmueve y agita el espíritu uno se pregunta, cómo logró Francisco Goitia plasmar y transmitir tantas emociones en un simple lienzo. La clave está en la capacidad contemplativa que Goitia siempre cultivó para sumergirse en su arte, hasta lograr conectarse con el momento preciso de la revelación pictórica. De hecho, el singular rostro de una de las mujeres de Tata Jesucristo, “rostro que gime, que solloza y que mira con un gesto de inigualable dolor;” es el resultado de 15 minutos de un apasionado ritual de comunión y revelación, que Francisco Goitia, alentado por el misterio del llanto de su modelo indígena, experimentó y plasmó en Tata Jesucristo, obra maestra que culminó justo en la vigilia del Día de Muertos de 1927.

 

 

 

 

 

[i] Velázquez Chávez, Agustín, “Imágenes. Francisco Goitia”, Revista de la Universidad de México, 1 de marzo de 1937.

 

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