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jueves, 28 marzo, 2024
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La compulsiva obsesión de Balam Rodrigo por la escritura

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Por: Armando Salgado •

La Gualdra 330 / Poesía

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Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, 1974) es un escritor chiapaneco que ha incursionado en distintos temas contemporáneos tales como la fotografía de Diane Arbus, el flujo migratorio de centroamericanos en México, la biología como extensión del lenguaje y la vida cotidiana desde un tratamiento poético de alta factura. Ha obtenido premios por su obra en varias partes del país y se destaca por su asidua colaboración como coordinador en talleres literarios, grupos de escritura y pequeños lugares donde la poesía se necesita más. De hecho así fue como lo conocí en 2009, cuando lo invitamos al aniversario del taller literario de Uruapan al que yo asistí por algunos años. Sin dudarlo, Balam aceptó estar con nosotros y desde entonces entablamos un diálogo constante, pero sobre todo una amistad fraterna.

Armando Salgado: Balam Rodrigo, tal como se te conoce comúnmente en los hemisferios de la literatura no sólo mexicana, sino en otras latitudes como España, Chile, Cuba, Estados Unidos, por mencionar algunos países, pero también has andado por todo México. ¿Qué experiencias podrías compartirnos respecto a estos sitios muchas veces lejanos de las grandes ciudades de nuestro país? Sabemos que en estas poblaciones hay personas comunes de gran corazón y que al mismo tiempo son grandes lectores y conocedores de la vida.

Balam Rodrigo: Le debo mi pasión de andasolo (como se llama en Chiapas y Centroamérica a los que vagan, a los trotamundos) a mi padre, ya que él era vendedor ambulante, un comerciante callejero, y toda vez que practiqué con él ese oficio desde mi infancia, me aficioné a vagar, a los viajes, al nomadismo. Así, luego de la publicación de Hábito lunar (Praxis, 2005) mi primer libro de poesía, decidí crear un taller de lectura de poesía para contagiar a más personas de la misma pasión por este género literario. Pero mi idea no fue impartir el taller en las grandes ciudades o urbes del país, sino precisamente en aquellos lugares en los que nunca se hubiera impartido un taller literario. De hecho, el primer lugar en el que impartí mi taller fue en mi pueblo, Villa de Comaltitlán, y luego en otros pueblos del Soconusco, en Chiapas, donde generé una suerte de corredor cultural entre Huixtla, Huehuetán, Cacahoatán y Tapachula, pero luego he continuado mi labor en otros estados y en otros pueblos, principalmente en el istmo de Oaxaca (Tehuantepec, Salina Cruz, Juchitán, Santa María Guienagati), Guerrero (Chilpancingo, Acapulco, Atoyac, Tlapa, Taxco), Sonora (Cajeme, Cocorit, Hermosillo, San Luis Río Colorado), Baja California (Ensenada), Chihuahua (Ciudad Guerrero, Delicias, Meoqui), Colima (Manzanillo, Colima), Michoacán (Uruapan), Sinaloa (Ahome) y Guanajuato (Irapuato), por mencionar aquellos estados y pueblos de México que he visitado varias veces, pero también he impartido talleres en Quetzaltenango, Guatemala y en Medellín, Colombia. En todos esos lugares he podido compartir mi pasión por la lectura de poesía a muchas personas comunes que nunca habían leído ningún libro y con el tiempo algunas de ellas, ya con el desatado fervor de la lectura, han escrito algo, pero principalmente logran crear sus propios encuentros, festivales, corredores culturales, en fin, han generado movimientos artísticos relacionados con los libros en sus lugares de origen, siempre vinculados con otras formas de arte. Mi mayor satisfacción es que en todos esos lugares he cosechado innumerables y entrañables amigos, compañeros de vida, correligionarios de la poesía que me han abierto las puertas de su casa, sus historias, sus inquietudes. No pocas veces he tenido la bendición de ver crecer a estos lectores y acompañarlos en su camino como escritores, lo que me llena de mucho contento.

 

AS: Respecto a tu formación ecléctica, un escritor no se forma solamente en una institución, sino que va recogiendo de la vida las grandes obras: creencias, charlas, hechos y que todo esto conforma la experiencia personal de cada individuo: ¿de qué manera las tierras soconusquenses influyeron en tu formación como escritor?, ¿qué otras vivencias de la infancia detonaron para que migraras a la Ciudad de México y así estudiaras biología?

BR: Nacer y crecer en la región de Soconusco, Chiapas, me permitió tener una infancia irrepetible: seis ríos atraviesan mi pueblo, la posibilidad de ir de pesca a unas cuantas calles de mi casa, que sólo estaba a una cuadra del campo de futbol, lo mismo que la estación del ferrocarril y el parque central. Villa de Comaltitlán es el lugar de mi niñez, ubicado en la costa, es un pequeño pueblo donde los diarios sonidos de la marimba, la vegetación tropical y exuberante, el rico mestizaje de su gente, las ancestrales tradiciones culturales y también la salvaje y cotidiana violencia costeña, lo mismo que la profunda y arraigada identidad centroamericana, dieron forma a mi imaginario, a mi forma de ser, forjaron mi carácter y definitivamente moldearon buena parte de lo que soy. Sin embargo, mi encuentro con las primeras lecturas de la infancia son las que me marcaron más y me hicieron pensar, ya desde muy pequeño, en la idea de ser escritor, tanto como científico, como futuro biólogo. Gran influencia tuvieron en mí los diversos escritores de los libros de la Biblia, José Rubén Romero, Julio Verne, los autores de la Enciclopedia del Reader’s Digest, Desmond Morris, Leonard Cotrell, Juan Rulfo y Franz Kafka, entre otros, no muchos, pues disponía de pocos libros. Por otra parte, el haber vivido y pasado la infancia, la adolescencia y parte de mi juventud ligadas a la frontera sur de México (pues además de vivir en mi pueblo, radiqué algunos años en San Cristóbal de Las Casas y en Tapachula) me dio un carácter fronterizo, lleno de diversos matices y mestizajes. Esto, debido a que la llamada frontera sur es más impostada que natural, totalmente porosa y casi inexistente, sin embargo, divide a los centroamericanos de México (los chiapanecos) y a los centroamericanos de los otros países, de manera geopolítica y con marcada xenofobia por parte de los centroamericanos de Chiapas, aunque somos la misma gente, con la misma cultura e identidad, pues compartimos los mismos rasgos y características identitarias. De este modo, poco antes de cumplir 20 años migré a la Ciudad de México para estudiar la universidad, huyendo de la violencia que había en Tapachula, una violencia generada tanto por las precarias condiciones materiales en las que vivía mi familia (mis padres, mis siete hermanos y yo vivíamos en un único cuarto de cinco por cinco metros con techo de lámina que rentábamos por unos cuantos pesos y durante mucho tiempo dormíamos todos en el suelo) como por la miserable situación económica y política de Chiapas, con escasas fuentes de trabajo y con instituciones educativas muy limitadas en términos académicos. Mi hermano Canek y yo, animados por mis padres, decidimos migrar a la Ciudad de México, pues estudiar era la única opción para salir de nuestra miseria material. Así, un día de agosto de mediados de los noventa del siglo pasado le pedimos aventón al chofer de un camión que llevaba fruta a la Central de Abastos y nos dejó en algún lugar de la calzada Ignacio Zaragoza, cerca de una estación del metro. Llevábamos nuestras escasas pertenencias en una caja de cartón, de esas de huevo, amarrada con un lazo y una petaca de mezclilla azul que nos hizo mi madre –extraordinaria costurera– con sus propias manos. Eso sí, nuestro verdadero equipaje estaba formada por sueños, por la idea de ingresar a la universidad (la UNAM en mi caso, mi hermano a la UAM) y salir adelante, por nuestra familia, por nosotros, ya que nunca tuvimos más. Ya en la Ciudad de México, mientras estudiaba biología en la UNAM, pude darme cuenta de que los chiapanecos somos más afines y cercanos a guatemaltecos, salvadoreños, costarricences y hondureños, por ejemplo, que a los demás mexicanos. En este sentido, somos los únicos mexicanos que aún voseamos, es decir, que utilizamos el voseo, ese particular pronombre, al hablar, y claro, también al escribir. Nuestro español, el de los chiapanecos, pertenece lingüísticamente al español centroamericano. Pero no sólo eso compartimos los chiapanecos con los otros centroamericanos: también la miseria, las carencias, la violencia, guerrillas, la discriminación contra nuestras lenguas, etnias y pueblos originarios. Todas estas experiencias, sumadas a muchas otras, a las que habría que agregar los diversos oficios que he ejercido, definitivamente han influido en mi trabajo como escritor.

AS: Háblanos de tu carrera literaria: ¿a qué autores recurres de manera constante?, ¿qué otras artes sueles frecuentar para abrevar de ellas?, ¿qué otras cosas comunes hace Balam Rodrigo para escribir?

BR: Entre los autores que debo mencionar, por principio, están todos y cada uno de los escritors de los libros que conforman la Biblia; luego, José Rubén Romero, autor de La vida inútil de Pito Pérez, el primer libro que leí; quienes escribieron y recopilaron el poema de Gilgamesh; Juan Rulfo, con sus decisivos Pedro Páramo y El llano en llamas; T.S. Elliot y su extraordinario poema Tierra baldía; Jorge Luis Borges, sus poemas, cuentos, ficciones y ensayos; Stephen Jay Gould, grandísimo paleontólogo, erudito en materia de arte y posiblemente el mejor divulgador de la ciencia; João Guimarães Rosa, a quien debo tanto en el sentido estético y neologista; Fernando Pessoa, con su inigualable Libro del desasosiego; Amin Maalouf, autor de las novelas Samarcanda y León El Africano; Tahar Ben Jelloun, uno de mis maestros definitivos, autor de Harrouda, El niño de arena”, La noche sagrada, El hombre quebrado, entre otros, pero su novela La reclusión solitaria es, quizá, la que me animó por primera vez a escribir poesía; Juan Bañuelos, con su Espejo humeante y El traje que vestí mañana; Óscar Oliva y su tremendo Estado de sitio; Roberto López Moreno y la múltiple voz poética de sus cuentos, ensayos, libros de poesía, canciones, poesía vanguardista, experimental, sonora, de la negritud, etc., creo que López Moreno es quizá el escritor más prolífico, interesante y menos leído de Chiapas; y otros muchos, cientos de autores y libros me han influido, pero mi padre, un gran ser humano, a quien le interesaban más las historias, la imaginación, los sueños y el futbol que lo material, fue una influencia decisiva y determinante para mí, por lo que define mucho de lo que ahora soy, también, como escritor. Entre las cosas comunes que hago y que relaciono con la escritura están mi desmedida pasión por la comida, por conocer de primera mano las gastronomías locales de los lugares a los que viajo; el futbol es otra de mis grandes aficiones, de hecho prefiero ver un buen partido de futbol que reunirme a platicar de poesía con otros escritores del lugar en el que vivo actualmente; estar con mi mujer y con mis hijos, en casa, tomar café con pan, a la manera chiapaneca, es algo de lo que más disfruto, lo mismo que platicar con mi familia de lo que soñamos, es una tradición muy arraigada entre nosotros, sumamente importante.

 

AS: Sabemos que publicar el primer libro es el paso más complejo de un escritor, ¿fue difícil publicar tu primer libro de poesía, Hábito Lunar?, ¿cómo llegaste a él?, ¿qué reflexiones le compartirías a una persona que quiere ver materializados sus textos?

BR: Debo mencionar que mi primer libro de poesía aún no está publicado, y es anterior a Hábito lunar que, efectivamente es el primero que me publicaron. Originalmente Hábito lunar formaba parte de otro libro mío, Larva agonía, era una sección de este libro. Sin embargo, dado que no tenía ni la menor idea de a quién pedirle que publicara mis primeros libros, le tomé la palabra a Mario Nandayapa, poeta chiapaneco, que me sugirió enviar a concurso algunos poemas míos. El certamen en cuestión eran los Juegos Florales de San Marcos 2004, en Tuxtla Gutiérrez, que además llevaban el nombre de Raúl Garduño, como un homenaje a este gran poeta. Así que tomé una parte de Hábito lunar y se la envié a Mario por correo electrónico, junto con mi plica, para que las metiera a concurso y me tocó la bendición de ganar el primer lugar. Cuento esto porque pasado algún tiempo, la escritora Claudina Domingo a quien conocí en 2004, durante una lectura de poesía en Xochimilco, me presentó con Carlos López, escritor y editor guatemalteco, y por más señas director de la editorial Praxis, a quien leí parte de Hábito lunar; luego de leer mi libro completo y de comentarme que “mi voz” le parecía muy centroamericana, el maestro Carlos me dijo que quería publicar mi libro, que finalmente vio luz en diciembre de 2005. Así se dio la publicación de mi primer libro, y si algo tengo que compartirle a una persona que tiene el interés de ver materializados sus textos, sus poemas, es que no piense en términos de “poemas” o “textos”, sino que se proponga escribir libros y probablemente, no sólo publicará poemas en un futuro, sino que construirá una obra conformada por uno o más libros.

 

AS: Para alguien que se acerca por primera vez a tu obra, ¿cómo sugieres abordar tus libros, de manera cronológica, hay algún orden particular para acercarse a distintos momentos creativos?, ¿dónde podemos encontrarlos?

BR: Los libros de poesía que he escrito no han sido publicados en estricto orden cronológico según los escribí, sino de forma azarosa y aleatoria, por diversos motivos, principalmente porque una vez que termino un libro lo dejo “reposar” varios años, en promedio cuatro o cinco, antes de publicarlo. Por ello la cronología de escritura de mis libros de poesía tampoco coincide con el año de publicación de aquellos libros de los que han sido tomados poemas para, por ejemplo, las antologías de mi poesía editadas a la fecha. Dejaré aquí una suerte de cronología de escritura de cada uno de mis libros de poesía con las fechas aproximadas (años) en que los concebí, escribí o retomé: Hábito lunar (2002-2004); Larva agonía (2002-2004; originalmente Hábito lunar formaba parte de este libro); Poemas de mar amaranto (2003-2005); Marabunta (2003-2010); Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles (2003-2007; 2016); Bitácora del árbol nómada (2004-2006); Silencia (2005-2006); Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (2005-2006; 2009); Libelo de varia necrología (2005-2006); Desmemoria del rey sonámbulo (2006-2007; 2010); Colibrije (2006-2008; 2011); Icarías (2007); Iceberg negro (2007-2008); Cantar del ángel con remos en la espalda (2011-2012; inédito); Braille para sordos (2011-2012) y Libro centroamericano de los muertos (2014). Vale mencionar aquí que incluso mi primer libro de poesía se encuentra inédito, así como otros tres libros más de poesía que esperan su debido tiempo y momento de publicación, ello, sin incluir mi obra exclusivamente narrativa (ensayo, novela, cuento, crónica, etc.), que se encuentra inédita casi en su totalidad y está formada por varios libros. Los libros de poesía Logomaquia (Puerto Rico, 2012), Libro de sal (México, 2013), El órgano inextirpable del sueño (antología poética 2005-2015) (Guatemala, 2015), El corazón es una jaula de relámpagos (antología poética 2005-2015) (España, 2015), Bardo. Pequeña antología (Chile, 2016) y Silbar de mirlos para la hermosa (México, 2016), corresponden a libros antológicos o reuniones de mi poesía. Respecto a los momentos creativos particulares en mi obra, estarían dados por ciertos golpes de dado estéticos que, considero, pueden hallarse en los siguientes libros, enlistados en orden de publicación: Libelo de varia necrología (2006), Silencia (2007), Icarías (2007), Iceberg negro (2008), Bitácora del árbol nómada (2011), Braille para sordos (2013), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles (2016), Marabunta (2017 y 2018) y Libro centroamericano de los muertos (2018). En estos libros pueden advertirse algunos cuantos machetazos que le he dado a la realidad con la lengua para intentar hacer hablar al silencio. Y como siempre, me he quedado ido, mudo, cercenado, tajado por el tiempo, que es el machete más filoso, y al que no he logrado sacarle ni una sola chispa. De mi obra posiblemnte no sobreviva casi nada con el paso del tiempo, quizá uno o dos versos, pero sería pedir mucho.

 

AS: Chiapas se ha caracterizado por escritores de alta factura literaria y reconocimiento nacional, tal es el caso de Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Eraclio Zepeda, Óscar Oliva, entre otros: ¿qué leer de estas generaciones, qué otros autores debemos hallar en el sur de México para conformar un mapa literario más extenso en esta geografía tan diversa y polifónica?

BR: De Chiapas aún falta por leer y conocer más la obra poética de Armando Duvalier, Daniel Robles Sasso, Joaquín Vázquez Aguilar, Roberto López Moreno y revalorar lo escrito por Juan Bañuelos, cuya poesía testimonial es más actual ahora que cuando la escribió. Otros poetas de Chiapas que debo mencionar son Roberto Rico, Máximo Cerdio, Armando Sánchez, Eduardo Hidalgo, Ignacio Ruiz Pérez, Luis Arturo Guichard, Víctor Cabrera, Víctor García Vázquez, Mikeas Sánchez, Ruperta Bautista, René Morales, Fernando Trejo y Jorge Chaleco, que tienen una obra poética madura y propositiva. De otras latitudes del sur de México mencionaría a José Díaz Cervera, Wildernain Villegas Carrillo, Manuel Iris y Daniel Medina, de Yucatán; a Ramón Iván Suárez Caamal, Javier España y David Anuar, de Quintana Roo; a Jorge Cocom Pech, Sergio Witz y José Landa, de Campeche; y a Teodosio García Ruiz, Francisco Magaña, Níger Madrigal, Audomaro Ernesto y Beatriz Pérez Pereda, de Tabasco.

 

AS: Recientemente obtuviste el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con el Libro centroamericano de los muertos, el cual refleja una realidad vetada respecto al flujo migratorio de centroamericanos al cruzar por México; sé que parte de infancia la viviste atravesando ríos entre Chiapas y Guatemala, y que tu padre fue un gran ser humano que ayudó a hermanos centroamericanos. Respecto a esta poética, ¿es un proyecto más amplio a partir de este título?, ¿es otro momento creativo en tu trayectoria como poeta?  

BR: La idea que subyace a la escritura de Libro centroamericano de los muertos es cercana a la manera en que Edgar Lee Masters escribió Spoon River Anthology o en la que Luis Miguel Aguilar concibió su Chetumal Bay Anthology. Sin embargo, lejos de utilizar únicamente el epigrama funerario y las tipologías más conocidas del género, en Libro centroamericano de los muertos, como en Marabunta (el primer libro de mi trilogía centroamericana), incluyo historias personales, familiares, cercanas, decididamente testimoniales, que se relacionan con los y las migrantes centroamericanas (más de 300) que vivieron en casa de mis padres en Villa de Comaltitlán, y a quienes ellos ayudaron lo más que pudieron durante su paso por mi pueblo mientras migraban. A partir de la muerte de mi padre en 2009 decidí retomar la escritura de mi trilogía centroamericana, con el firme propósito de escribir al menos un par de libros que le gustaran a mi padre, y que fueran entendidos tanto por él como por cualquier otra persona, particularmente quienes puedan reflejarse en los poemas de carácter testimonial de Marabunta y Libro centroamericano de los muertos. Además de contar las historias personales y familiares relacionadas con el trabajo de mi padre como vendedor ambulante que cruzaba, a veces a diario, el río Suchiate, la frontera México-Guatemala para comerciar su productos en las calles de varias aldeas y pueblos de Guatemala, y en los que aparecen las miserias, las violencias, la terrible realidad de quienes viven al día en la frontera sur, decidí incluir las historias de aquellos migrantes que formaron parte de mi familia en el pueblo, lo mismo que contar las historias de distintos migrantes que murieron en México y que fueron enterrados en fosas comunes en calidad de desconocidos. Es por ello que Libro centroamericano de los muertos es un río cuyas aguas están formadas por los y las migrantes que murieron en México durante su éxodo para intentar llegar a Estados Unidos, de tal manera que intento unir el río Suchiate y el río Bravo con otro río: uno que está formado con algunos de los miles de migrantes centroamericanos muertos y que eran originarios de Nicaragua, Honduras, El Salvador o Guatemala. Libro centroamericano de los muertos es un testimonio poético que evidencia a México como el más grande e infame cementerio de Centroamérica: 120,000 centroamericanos y centroamericanas muertos o desaparecidos en los últimos veinte años en nuestro país. Finalmente, quiero comentar que en Libro centroamericano de los muertos establezco un diálogo palimpséstico con la obra Brevísima relación de la destruición de las Indias de Fray Bartolomé de Las Casas, de la cual extraigo fragmentos, a manera de epígrafes en el libro, pero interviniéndolos, adaptándolos y reactualizándolos, de manera que la destrucción de las Indias viene a ser la destrucción de Centroamérica, o más bien, viene a ser la destrucción de los hijos e hijas de Centroamérica. Lo más triste e infame del asunto es que en casi 500 años la barbarie contra los indígenas de la Nueva España que denunció Fray Bartolomé de Las Casas es sumamente actual, pues el genocidio contra las personas que migran por nuestro país es infinitamente peor. Y estos mis libros de poesía no hacen otra cosa que dar testimonio del tiempo y del momento que me ha tocado vivir: hacer poesía con las sílabas del horror. Pero he terminado ya, mi trilogía, aunque más me gustaría que la terrible situación que viven los que migran, cesara, vaya, si todo fuera como poner punto final a los versos de un libro. Ahora estoy metido en la escritura de otros libros, de otros temas, de otros géneros literarios, de otras maneras. Espero que mi padre, donde quiera que esté, sepa que escribí sus libros, sus poemas, las historias que él vivió, que me contó, y aquéllas que mi familia y yo vivimos, lo mismo que tantas otras. Ojalá que sirvan, al menos, para darle un machetazo de filosa humanidad poética al inmenso y parasitario tronco de la ignominia que crece frente a nosotros y pareciera abarcarlo todo.

 

 

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