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jueves, 28 marzo, 2024
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El encanto de los canes en el arte [Segunda parte]

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Por: Violeta Tavizón •

La Gualdra 329  / Arte / El Templo de las Musas

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En el artículo pasado abordé dos temas que para mí son apasionantes: el arte y los canes. En este sentido, continuando con el periodo barroco, para el siglo XVIII en Europa, los perritos se convirtieron no sólo en mascotas sino en parte del ajuar de las damas de la aristocracia y nobleza. De ahí que muchas de éstas se retrataron con sus animalitos de compañía en su regazo, mostrándole al espectador lo bien cuidados y aseados que estaban, convirtiéndolos simbólicamente en una alegoría de la aristocracia.

En la última etapa del barroco, llamada rococó, uno de los pintores que más retrataron las damas y sus mascotas fue el británico Joshua Reynolds (1723-1792). Principalmente plasmó con su pincel a la aristocracia de su época, con una pintura un tanto achabacanada e idealizada; sin embargo, en muchos de sus retratos utiliza al perro como un elemento que dota a la composición de una atmósfera más humana, más juguetona. Uno de sus retratos más importantes es el de Abington en el papel de Miss Prue.

En otras ocasiones, para la pintura churrigueresca o rococó, la presencia de los perritos dotó de más realismo a la composición, tal como sucede en el lienzo La muestra de Gersaint, de Jean-Antoine Watteau (1624-1721), pintor francés que se dedicó a pintar idílicas escenas en las que el cortejo, la diversión, y el juego fueron los protagonistas. En este sentido, en el cuadro antes mencionado, pinta una galería en la que hombres y mujeres que admiran las obras ahí expuestas, mientras uno de los empleados, simbólicamente guarda en un baúl el retrato de Luis XIV quien recién había muerto. En la esquina inferior derecha, se encuentra un perrito que está en la calle, quitándose las pulgas, dándole al cuadro un sabor más realista y cotidiano.

Gustave Courbet. Buenos días, señor Courbet. Óleo sobre tela. 1854. Museo Fabre, Montpellier.

Gustave Courbet. Buenos días, señor Courbet. Óleo sobre tela. 1854. Museo Fabre, Montpellier.

Del churrigueresco y rococó damos un gran brinco en el tiempo hacia el romanticismo. Esta época se caracterizó por que los pintores plasmaron escenas en dos vertientes, unas aún idealizadas en ambientes exóticos; y otras más realista, idealizadas pero realistas. En este sentido, Théodore Géricault, (1791-1824), aun haciendo gala de su academicismo realizó varias series, una de ellas la dedicó a los animales, pintando leones, caballos, gatos y perros.

Avanzando en el siglo XIX, el romanticismo dio paso al realismo, en el cual se tuvo como premisa mostrar, como su nombre lo indica, la realidad tal y como era, sin adornos, sin idealismos, exhibiendo a través del arte a personajes anónimos y cotidianos. El principal exponente de esta corriente fue el pintor francés Gustave Courbet (1818-1877), quien estuvo fuertemente influido por el ambiente revolucionario de la época. Es muy claro que Courbet era un amante de los perros, en varias ocasiones los retrató ya fuera como protagonistas o como parte de sus composiciones. Para Courbet los perros no son un adorno, son una parte importante de la composición, los dignifica y les da en ocasiones un papel protagónico.

Caminando por este sendero decimonónico, en las últimas tres décadas el impresionismo y post impresionismo rigieron el estilo de vanguardia en la pintura europea. Los pinceles más representativos crearon escenas nunca antes vistas, en las que la luz, las pinceladas libres, y los colores puros se convirtió en un elemento fundamental para sus composiciones. Muchos de ellos retrataron a hombres y mujeres comunes, que no ostentaban ningún cargo público o tenían un lugar en la aristocracia o monarquía. Pintar lo cotidiano es lo que creó una coyuntura en la pintura del siglo XIX.

Algunos de los pintores perrunos impresionistas fueron: Édouard Manet quien pintó a Bob, un bello maltés que con pinceladas yuxtapuestas logra asomarse en el lienzo para ser perpetuado por la mano del artista; Vincent van Gogh también ejecutó varios cuadros con este tema como: el dibujo Niño con perro o el óleo La joven Berthe Morisot y su perro. Otro impresionista perruno fue Auguste Renoir quien retrató en individual a varios perros o en composiciones acompañando a sus amos, tal como en el Retrato de Alfred Berard o Cabeza de perro, en el que se ve a un simpático Spaniel que observa fijamente al espectador, capturado por la pincelada sutil y difuminada del pintor francés.

El arte tiene el encanto de que puede ser estudiado desde un gran repertorio de temas, en este caso, los perros han sido el hilo conductor para que a vuelo de pájaro, de manera muy rápida veamos las distintas etapas del arte, desde la época egipcia hasta el siglo XIX.

Theodore Gericault. Cabeza de bulldog. 1817-1819. Museo del Louvre, París

Theodore Gericault. Cabeza de bulldog. 1817-1819. Museo del Louvre, París

*Curadora.

 

 

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