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sábado, 20 abril, 2024
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Estado de Bienestar y democracia política sin simulaciones: la solución para México.

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

Las sociedades y economías de la segunda década del siglo XXI se enfrentan a un dilema de grandes dimensiones: resignarse y permanecer  en el modelo y en la ideología que han convertido al mercado en un ideal de la existencia humana, o  salir del paradigma neoliberal para construir una sociedad basada en el acuerdo político, en los derechos y en la democracia. Se trata de un dilema porque el dominio neoliberal que se ha expandido ya por casi 40 años, está siendo cimbrado y cuestionado como nunca, luego de la inmensa y destructiva crisis financiera iniciada en el año 2008.  Por la cantidad de empleos y de riqueza destruidos, por su extensión mundial y por su profundidad en las raíces del sistema financiero, la crisis de 2008 es más grande que la de 1929 pero sus efectos no han sido tan devastadores por la existencia de dos estructuras: el Estado de Bienestar y la democracia política. No obstante ello, han sido precisamente esas instituciones las más cuestionadas desde los mismos poderes que crearon la crisis. Por eso, nada es más importante hoy que la reivindicación simultánea del Estado de Bienestar y de la democracia política. En Norteamérica y Europa se trata de defender ambas conquistas; en México, en cambio, se trata de construirlos y consolidarlos.

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Es un hecho demostrado que las sociedades modernas y libres sólo pueden edificarse sobre un piso firme de derechos y sus obligaciones asociadas. Derechos fundamentales que contribuyen a la paz, a la igualdad, al aseguramiento de la democracia, y sobre todo, a la protección de los más débiles. La izquierda democrática es la izquierda de los derechos fundamentales porque en ellos se expresa el trato que una sociedad le debe a los más débiles. Pero todos los derechos cuestan, nuestras libertades no son gratis. Ahí donde existe un derecho reconocido debe haber un mecanismo que lo haga cumplir, lo vigile y lo repare: y ese remedio tiene un precio, siempre. Los impuestos son indisociables de los derechos, por eso, son una herramienta de lo público y expresan lo que la sociedad está dispuesta a pagar para darse garantías de convivencia, progreso y solidaridad. La rebelión de los ricos ante los impuestos sólo expresa su nulo compromiso con esas garantías.

Nuestro reto mayor es el de construir una sociedad cohesionada, menos desigual, habitable, decente. Somos uno de los países de la tierra en donde la brecha entre riqueza y pobreza es más extrema. Y el solo despliegue del mercado, de sus mecanismos de premiación y estímulo, no sólo ha sido insuficiente,  sino que dejados a su simple y devastador desarrollo, acabaron por agudizarla. La escuela, la salud, el transporte, la habitación, la alimentación, el medio ambiente, deben ser pensados más allá de los criterios de rentabilidad, para convertirlos en el piso de una convivencia social capaz de redistribuir para satisfacer las necesidades primarias y construir ese piso de seguridad material para la vida común.

Hace 70 años, gracias a la acción de la izquierda democrática, las sociedades occidentales en Europa y Norteamérica, escaparon de la guerra y de la depresión crónica, con una nueva visión y una nueva teoría económica (Keynesianismo), que logró un crecimiento sostenido por casi tres décadas mediante la redistribución del ingreso más justa que haya visto la historia humana. Los mexicanos debemos aprender de las lecciones del pasado y repetir el gran esfuerzo de reforma de las sociedades que implicó el Estado de Bienestar y la democracia representativa. Debemos debatir estos planteamientos ampliamente porque, no obstante la crisis financiera, se sigue promoviendo con vastos recursos ideológicos al modelo de “sociedades de mercado”, término equívoco para referirse al capitalismo salvaje, a “la economía que mata” según el Papa Francisco. Ahora se pregona como progreso la existencia de la pobreza en el consumismo, la pobreza con televisión, radio y celular, ese tipo de subsistencia que mantiene a las personas en una condición de vulnerabilidad permanente por el desempleo, los bajos salarios, la informalidad o el ingreso insuficiente.

México es un mal ejemplo universal de ese debate: las tres últimas décadas son las más decepcionantes desde el punto de vista del desarrollo económico en México, al menos desde la Revolución: no se generan los empleos necesarios, se concentra la riqueza, el campo fue arruinado, la violencia y la inseguridad fueron alentados por la corrupción y la impunidad. Y ésa es la fuente principal de la desesperanza, el nutriente del malestar con la democracia. Los resultados que arrojan la edad neoliberal de los últimos treinta años en México y en el mundo, reclaman un llamado a las personas progresistas a concentrarse en abordar los problemas centrales de nuestro presente: la desigualdad, la pobreza, la fractura social y el tipo de democracia que será capaz de elaborar su solución. Sin olvidar que lo primero debe ser limpiar la casa. ■

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