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sábado, 20 abril, 2024
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¿Nada qué festejar?

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL • Araceli Rodarte • Admin •

Parece que en estos tiempos no hay nada más patriótico que renunciar a la celebración de una patria que para muchos, ya se nos fue, ya perdimos.

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“No hay nada que festejar” leí en muros feisbukeros de muchos amigos, en otros, salpicados de la actitud de “a ti te engañaron, yo me sé la verdadera historia”, encontré textos de medios de comunicación que año con año “desmitifican” a los héroes de nuestros libros de primaria. Algunos la emprendieron contra los niños héroes, otros contra el Cura Hidalgo y sus amigos. (Rara vez lo hacen la Virgen de Guadalupe, por cierto).

Empecemos con los niños héroes, cuya existencia, hasta donde entiendo del tema, está asentada en los archivos históricos, cuya participación en la defensa del Castillo de Chapultepec está fundamentada, han sido tristemente difamados de borrachos y cobardes por quienes buscaron combatir las exageraciones con las que exaltaron su ejemplo en nuestras infancias, cayendo en los mismos excesos maniqueos. O héroes o inexistentes, o patriotas o miedosos.

Otros textos de la fiebre “desmitificadora” fueron contra Miguel Hidalgo: que si fue un bárbaro, un salvaje, que si su grito era en favor de Fernando VII, o si ni siquiera hubo tal; que si veía sólo por sus intereses de criollo resentido, que si pretendía la independencia o sólo protegerse de la persecución una vez descubierta la conspiración, etc.

Como hacía Winston Smith en el Ministerio de la Verdad en 1984 de George Orwell, la historia parece re-escribirse continuamente. Y somos testigos del debate académico entre quienes dicen desmitificar la historia oficial y desacralizar a nuestros héroes, y quienes acusan a estos historiadores de sembrar “nuevas verdades” más cómodas para el régimen panista que tanto los consintió.

Lejos de la academia, la ceremonia del grito de independencia es también cuestionada por Juan Pueblo que se niega a asistir a lo que antes constituía la mayor fiesta cívica del país. El Zócalo de la Ciudad de México, al igual que el año pasado, tuvo que ser llenado por “acarreados”, pues ni el grupo Reik, la Banda MS o Belinda fueron capaces de atraer el número suficiente de personas para que el presidente no celebrara en soledad.

A pesar de las variedades, y el espectáculo de pirotecnia, fueron necesarios más de 450 autobuses provenientes de los municipios de simpatía priísta en el Estado de México para dar la impresión de que alguien quisiera festejar con el presidente más impopular de los últimos años.

Había gente también que no era parte de los “transportados” como les gusta llamarlos ahora; sin embargo para ellos la entrada al zócalo capitalino era más complicada, al grado de provocar avalanchas humanas que por momentos rompían los cercos policiacos según narra Juan Omar Fierro, reportero de Carmen Aristegui.

Mientras por un lado se dio el caos, por el otro se llevaron a cabo revisiones exhaustivas hasta en la ropa interior de pequeños, en prevención de un posible niño bomba, o de una nueva generación de niños héroes que ensuciara con sus pañales al comandante en jefe de las fuerzas armadas.

Pero cuando el descontento es tan generalizado, no importan las medidas de seguridad, en algún momento brota la inconformidad. Esta vez tocó a Sofía Castro, quien desde su camioneta escuchó los gritos de “que se baje la princesa”, “que camine”, “por aquí  no pasa”, mientras golpeaban su vehículo y lo llenaban de espuma hasta que el Estado Mayor logró sacarla del incómodo momento.

Los acarreados hicieron lo mejor que pudieron, gritaron “Peña, Peña”, con la fuerza necesaria para contrarrestar los gritos de “eeeh puto” y “asesino” que se proferían contra EPN, pero no la suficiente para evitar el registro de estos gritos en la televisión y las cámaras de celulares de quienes luego subieron los vídeos en las redes sociales.

Y mientras el festejo seguía, Anonymous hackeaba la página de la Cámara de Diputados dejando el mensaje en el que acusaban del “peor fraude electoral en la historia del país, se consuma el peor atropello a la soberanía nacional; las reformas estructurales cuyo propósito fundamental radica en poner a merced de grandes corporaciones transnacionales los recursos del país, haciéndolo un gran negocio para muchos pero no para el pueblo mexicano”

El broche de oro para tan agitada celebración se dio el martes por la mañana, cuando la bandera cayó durante su izamiento, dejando en discusión si esto se trata de un augurio de lo que está por venir, o la imagen más elocuente de lo que está ya sucediendo.

Y quizá por todo esto habrá quien piense que no hay nada que festejar, Por mi parte suscribo lo dicho por Pedro Miguel:

“¿Nada que festejar?

  1. Que nos dieron patria.
  2. Que seguimos en ella, que seguimos siendo ella.
  3. Que la vamos a recuperar” ■
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