Jacinto Pérez era conocido por ser el mejor albañil de la región lagunera, no había alguien en toda la comarca, que pegara los adobes más derechitos y que empedrara las calles con mayor pulcritud que él. El trabajo nunca le faltaba y con el fruto de éste, mantenía a sus 5 hijos y a su mujer Enedina. Un mal día, aconsejado quien sabe si por su compadre o por el mismísimo demonio, que para dar malos consejos los dos eran bastante atinados, decidió comprar en abonos un flamante radio Phillips de bulbos, quesque’ pa’ escuchar los partidos de beisbol que salían por las noches en la estación “la ranchera de Monterrey”. Era la última tecnología en receptores de radio en el año de 1965; y para tenerlo en sus manos, únicamente se había comprometido a pagar semanalmente cierta cantidad durante 5 años, no, todavía no existían esas mueblerías famosas propiedad de un magnate dueño de una cadena de televisión, pero los aboneros que recorrían los ranchos eran más o menos lo mismo. Su mujer nunca se lo pudo perdonar, puesto que el pago semanal que daba por el radio, mermaba significativamente la aportación de Jacinto para el sostenimiento familiar. En la casa del matrimonio, era común escuchar la misma “cantaleta” de Enedina, “ahora le daremos de mordidas al mendigo radio ese”. Cuando los niños tenían hambre, cuando se enfermaban, cuando se les rompían los huaraches o las mochilas, siempre, la respuesta de Enedina era la misma.
60 años después, un paisano de Jacinto, de nombre Alfonso, tuvo una idea poco menos brillante que la del viejo albañil lagunero, aconsejado vaya usted a saber por qué fuerzas malignas y maliciosas, el buen Alfonso Cepeda Salas a quien de aquí en adelante le diremos simplemente “Poncho”, propuso grabar con letras de oro en el muro de honor del senado de la república una leyenda quesque’ pa’ reconocer la valiosa contribución de los maestros al desarrollo nacional. Vaya, tremendo halago para los maestros mexicanos, nunca nadie se había preocupado tanto por nosotros, el buen Poncho sí que sabe lo que los maestros quieren y necesitan, unas letras color amarillo brillante que perduren para la posteridad y que den cuenta de la gran tarea que llevan a cabo los docentes. Dignificar el salario para que los mentores no tengan la necesidad de buscar un segundo empleo o proponer un mejor y más humano sistema de pensiones, sinceramente no es tan relevante como eso de las letras en el muro de honor, o por lo menos no lo consideró así el buen y bien portado Poncho.
El magisterio nacional se encuentra en la antesala del estallamiento a un paro indefinido de labores, con la consigna central de la abrogación de la reforma a la ley del ISSSTE del 2007 hecha por el entonces “presidente” Felipe Calderón Hinojosa, mejor conocido como el carnicero de Michoacán o FECAL para los cuates. Dicha reforma, desaparece el sistema de pensiones solidario e intergeneracional y condena a las nuevas generaciones a pensionarse bajo la modalidad de cuentas individuales, es decir, del 2007 en adelante, todos aquellos que ingresen a trabajar al servicio del estado y que coticen al ISSSTE, solo se podrán pensionar si reúnen cierta cantidad en su cuenta individual y llegado el momento, los trabajadores tendrán que calcular más o menos cuantos años pretenden vivir, para que la AFORE que administra su cuenta individual les dosifique sus pagos mensuales, que, en palabras de las mismas AFORES, si te esfuerzas mucho y le echas ganas al ahorro, puedes alcanzar la grandiosa cantidad de 8mil pesos al mes. Pero eso sí, si vives más de lo pronosticado, cuando se acabe el dinero de tu cuenta, tendrás que rascarte con tus propias uñas si es que aun te quedan fuerzas para hacerlo. Aparte de echarle cuentas para tantearle cuando te vas a morir, de los fondos de tu cuenta individual se tomará una cuota para garantizar que sigas contando con el servicio médico en el ISSSTE. Además, esa mentada ley del 2007, pretende exprimir a los trabajadores hasta su último aliento puesto que establece los 60 años como edad mínima para el retiro.
¿Suena muy rudo todo eso no?, pues así de desolador está el panorama para todos los trabajadores al servicio del estado, incluidos los maestros, a quienes se supone que Poncho debería de defender puesto que él es el “mero mero” del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Pero el buen Poncho es un alumno muy bien portado, seguramente ya hasta se ganó su “estrellita” en la frente por parte del gobierno. Total, para no hacérselas más larga, el asunto es que a Poncho le pareció más trascendental y relevante que el muro de honor tenga unas letras doradas que digan algo bonito del magisterio, así como a su paisano le pareció mas importante comprarse un radio Phillips, como diría Enedina la esposa de Jacinto, cuando los maestros estemos ancianos, enfermos y en la precariedad, seguramente “le daremos de mordidas a esas mendigas letras de oro”.