PERSPECTIVA CRÍTICA
Una piedra en el zapato priísta en su camino a las elecciones de 2018, es el desmoronamiento progresivo de la promesa de ofrecerle al país lo que ellos mismos han denominado “nuevo PRI”.
Lo primero que es necesario comprender sobre dicha promesa, es que se ha venido hilvanando en las últimas décadas y corresponde al “arte priísta” de transformar las calamidades que ellos mismos generan en votos y control de masas. Bajo esta lógica Colosio elaboró su estéril pero famoso discurso del 6 de marzo de 1994, en el cual asoció -al menos de manera implícita- la “sed de justicia y hambre” del pueblo mexicano, con las nocivas prácticas gubernamentales del Revolucionario Institucional. Los pésimos cálculos temporales de Colosio para beneficiarse de la porqueriza priísta al proponerse como el paladín que libraría al país de la maldición tricolor, lo llevaron a romper y confrontarse con la mafia de ese partido que todavía resuelve las diferencias con plomo y se toma muy a pecho la traición de sus condiscípulos. Eso condujo a Colosio primero a la tumba física y finalmente a la tumba del olvido, pues el PRI se encargó de confinarlo al nombramiento de algunas calles, la edificación de insignificantes bustos, y su veneración con las veladoras que cada año le prenden los ilusos que pensaron que Colosio era realmente distinto a Carlos Salinas.
Apenas cuatro años después, Ernesto Zedillo ocupaba de manera improvisada pero todavía dentro de los márgenes delineados por Carlos Salinas de Gortari el lugar previamente designado para Colosio. En el ánimo de no cometer el error de éste al “morder la mano del amo”, Zedillo tuvo el acierto de no retomar su discurso, pero siguió utilizando las condiciones de degradación social que se acentuaban en México para justificar la propuesta priísta de profundizar las políticas neoliberales, sólo que en lugar de poner en primer plano la responsabilidad del PRI por la degradación social, moduló el discurso y se concentró en vender la idea de la mejora social a partir de los acuerdos internacionales en materia económica, la disciplina fiscal interna y la política social. En contraste con los supuestos beneficios que esto generaría para el país, rápidamente comenzaron a pasarnos factura la desregulación, las privatizaciones y las falacias de la “competitividad”, e incluso padecimos aberraciones como el Fobaproa o el apoyo zedillista a las actividades paramilitares en Chiapas y los asesinatos de indígenas, muestra clara de que el sello represor-homicida del PRI no se había alterado.
Luego de la fallida transición a la democracia gracias al Partido Acción Nacional, Enrique Peña Nieto sacó nuevamente de la chistera priísta la promesa de justicia y mejora social, lo cual por una parte se basó en la estela de muerte que el gobierno calderonista dejó con su “guerra contra el narco”, y por otra en el supuesto compromiso de ofrecerle al país un “nuevo PRI”. En términos de esencia y organigrama político la propuesta busca representar a quienes no comulgan con la vieja escuela priísta; quienes no ceden ante la tentación del enriquecimiento y las corruptelas; quienes no se alinean con la faceta conservadora tricolor. En cambio se proponen como sensibles a la variedad social y la problemática que existe en México, y encarnan la vanguardia que por fin concretizará la promesa de mejora social de la mano del Ejecutivo federal.
Luego de medio sexenio presidencial de Enrique Peña Nieto, lo que se ha revelado sobre la nueva manada de priístas es que está constituida (salvo muy contadas y atípicas excepciones) por personas pobremente formadas en política y con evidente insensibilidad histórica, pero confiadas en que al asumirse parte de un “nuevo PRI”, cuentan con una especie de lavado de alma a priori que los libra de los estigmas que su propio partido ha generado a sus integrantes. El sacramento para esta nueva guardia del partido lo llevó a cabo el propio Peña Nieto, quien usó la pila bautismal de Televisa para empeñar su palabra en favor de miembros del tricolor.
Hoy por hoy la promesa del “nuevo PRI” se ve seriamente enlodada, y las baterías mediáticas del duopolio televisivo comienzan a reorientarse para marcar una diferencia entre los priístas corruptos y el propio partido. La tarea no es sencilla, pues se requiere maquillar las ligas con el narco, las mega deudas, los asesinatos de periodistas, el lavado de dinero, la malversación de fondos, el enriquecimiento ilícito, las huidas pactadas del país, y un largo etcétera encabezado por Javier Duarte, Humberto Moreira, Rodrigo Medina, Roberto Borge, César Duarte, entre otros de menor rango. En este escenario es claro también que más que ante un “nuevo PRI”, se estaría ante una reedición del viejo PRI, pues las acciones de los nombres arriba citados se acercan más a las tropelías de personajes como Fidel Herrera o Romero Deschamps, así como a la agenda de Salinas de Gortari, que a las promesas que Peña Nieto hizo desde su “Casa Blanca” y en favor de sus alfiles políticos.
Pese a todo esto la consigna del tricolor es la misma: usar el “arte” de convertir la calamidad en votos bajo la fórmula de simular perseguir y castigar a priístas que han incurrido en delitos (siempre y cuando sea de La Gaviota hacia abajo), y con miras a pulir la imagen del partido de cara a la votación de 2018. ■