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sábado, 5 julio, 2025
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Derechos animales, perversiones humanas

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte • admin-zenda • Admin •

Uno de los temas que mayor polémica generan a nivel internacional es aquel concerniente a las garantías individuales que todas las constituciones políticas de todos los países incluyen en sus textos. En todos los gobiernos, sean éstos de carácter democrático, de facto, monárquicas o cualquier otro tipo, se contempla un apartado que, aunque sea para taparle el ojo al macho, de alguna manera u otra garantiza los derechos de los seres humanos dentro de los diversos contextos de expresión social que se manifiestan en todos los confines del mundo.

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La humanidad ha desarrollado a lo largo de su historia, basado en el razonamiento de sus más ilustrados pensadores y luchadores sociales, una serie de principios tendientes a garantizar la convivencia pacífica entre todos los individuos que han tenido la suerte de aparecer en la estadística de seres vivos en este planeta, llamado Tierra, que nos da la vida y nos alberga a través de mutaciones genéticas que se han manifestado a lo largo de la evolución de las especies. Sin embargo, esta visión de defensa de derechos se ha dado desde una perspectiva antropocentrista, más que geocentrista. Si bien es cierto que nos conmovemos ante el sufrimiento humano, no se nos estremece un mínimo el corazón cuando contemplamos la crueldad, que esos mismos seres ejercen contra la naturaleza y las otras criaturas vivas que en ella sobreviven, difícilmente, en un entorno que debiera ser compartido en armonía (bueno, chambona e hipócritamente mucha gente se deshizo y sigue deshaciéndose en llanto al ver en caricatura la muerte de la mamá de Bambi, o la del perro Akita en aquella película estelarizada por Richard Gere, Siempre a tu lado -Hachi, a dog´s tale-).

Resulta lamentable seguir viendo las prácticas de algunas asociaciones cinegéticas o de algunos mal llamados “cazadores” que se dedican al asesinato a mansalva e indiscriminado de algunas criaturas de la naturaleza que tienen la mala fortuna de encontrarse a merced de sus instintos asesinos, en la mayoría de los casos sólo por el placer de privar de la vida a cualquier criatura. También, se sigue observando con tristeza la captura de especies, algunas de ellas en peligro de extinción para comercializarlas en circos, zoológicos, casas particulares o lugares públicos para exhibirse como fenómenos o para hacer funciones de ornato.

Otra desdichada practica, ésta muy común en nuestro entorno, es la de reclamar un mal entendido “derecho de vía”  de un impresionante número de conductores en nuestros caminos federales, estatales y vecinales, que por el sólo hecho de sentarse detrás de un volante y tener un acelerador a su disposición, se sienten facultados para arrollar cualquier especie viva que se atraviese en su camino; sin importar que sean animales domésticos o aquellos de la fauna silvestre. Para las personas con un gramo de sensibilidad, es causa de tristeza extrema observar nuestros caminos llenos de cuerpos arrollados de animales indefensos. Sobre todo, cuando en más del noventa y cinco por ciento de los casos estos arrollamientos pudieron ser evitados. Pero el instinto asesino de los insensibles e insensatos conductores sigue ahí…

Otras prácticas muy socorridas en estos entornos son las peleas de gallos –nada más degradante para la especie humana que participar en estos ritos- y la mal llamada “fiesta brava” donde un grupo de sádicos se ponen de acuerdo para torturar a una noble bestia hasta la muerte ante el delirio de una chusma alcoholizada que corea con frenéticos oles las suertes de un tamalito asesino que hace “suertes” con diversos paños y al final, con el acero. Hay una gran polémica al respecto sobre si esto es arte o un acto de barbarie (En lo particular, debo reconocer que algún tiempo acepté estos espectáculos como una parte de una nefasta tradición ibérica que de algún modo llevamos en nuestros principios formativos. Pero nunca es tarde para recapacitar. Por eso, sin hacer llamados a nada, sólo pongo a consideración un examen de conciencia de aquellos taurófilos que con sus cuotas de entrada siguen manteniendo vivo este espectáculo miserable).

¿Será posible que podamos reconsiderar un amor a la naturaleza más allá del egoísmo y el hedonismo humano, posturas éstas que demeritan cualquier llamado a la vida armónica de las especies y reclamar una actitud civilizada por parte de su principal depredador?

Lo peor del caso es que este tipo de conductas se transmiten a las nuevas generaciones a través de una mal entendida superioridad de especies reclamada indebidamente por los seres dizque humanos que pueblan varias partes del planeta, dejando para su imitación la ignorancia, la estupidez, la insensatez y la insensibilidad. Las cartas están echadas, ¿será demasiado tarde?

¿Existirá la forma de eliminar este menosprecio y falta de respeto que los seres humanos sentimos por la naturaleza y por las otras especies? Ojalá pudiéramos tener argumentos afirmativos en este sentido, pero ante la insensibilidad y falta de tacto de las autoridades, la ciudadanía y lo peor de todo, de los niños de hoy que constituyen las bases de nuestra futura sociedad, el panorama resulta aterrador, no solo para las especies agredidas sino para la misma especie (in)humana. Por tal razón, no es de extrañar por qué hoy día se ha perdido todo principio de respeto y compasión hacia la vida humana en todos los confines del planeta.

Es tiempo de reconsiderar que flora y fauna constituyen la base de la vida futura de nuestro planeta y debemos aceptar que los seres humanos nos hemos constituido en un desgraciado accidente de la tierra y que si lo analizáramos desde un punto de vista bíblico, encontraríamos que en aquel fatídico sexto día, ocurrió el gran pecado de Dios. ■

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