El ansia de establecer para sus argumentos un peso específico contundente y abrumador, está llevando a las “posiciones” que hoy discuten los mejores destinos para México en materia energética, a la expresión de frases con poco sustento real. Por “posiciones” entiéndase, la del Gobierno federal y la de los partidos y grupos de la izquierda. Con ello se crea un clima poco propicio para la discusión racional de la problemática que hoy por hoy enfrentan las dependencias del sector público involucradas en el tema energético.
Obviamente, en esta maraña no es fácil entender a quien le asiste la razón. Pero al menos sí existe la posibilidad de entender mínimamente el sentido tan curioso de la postura del Gobierno federal. Es curioso porque su inclinación tan proclive a darle participación al capital privado lo lleva a hacerse portavoz y abanderado de los empresarios interesados en la extracción de los tan preciados hidrocarburos.
Antes de la iniciativa del presidente, no vimos el menor indicio por hacerse oír a los hombres emprendedores, del dinero y del poderío económico. Ninguna empresa. Ni nacional. Menos extranjera; las poderosas y casi omnipresentes transnacionales. Nunca se han manifestaron por hacernos ver la superioridad de sus métodos de trabajo y estrategias de primer mundo. Poco o nada les interesa eso. Si acaso alguna vez, en nuestro entorno, Rico Mc Slim mencionó a Pemex fue sólo para decir: “súbase todo lo que se pueda, y sin piedad, la tarifa”. Jamás dijo algo que se pudiera interpretar en el sentido de entrarle a los deliciosos y deliciosas “riesgos, inversiones y utilidades compartidas”.
Pero Enrique Peña Nieto, imaginando e interpretando su silencio y las inocultables dotes de los capitalistas para hacer las cosas súper-bien, habla por ellos; y tan solícito, se torna en su representante. Y de manera harto curiosa, digo, el presidente de México, sin aparente sugerencia o presión de por medio, se ubica en el lado del capital privado. Y Pemex, la enorme dependencia de Gobierno federal que encabeza el hombre del mexiquense, dobla las manos casi con gusto. Pemex con su gigantesca infraestructura y con la larga trayectoria de más de 70 años de dirigir la explotación petrolera, acepta los designios del presidente. Sin importar la enorme cantidad de recursos que posee. Recursos económicos y recursos humanos. Se ha dicho que la tecnología empleada por esa dependencia no es todo lo moderno que los tiempos exigen. Claro, claro, entre muchos aspectos, se omite mencionar que Pemex tiene un instituto exclusivo de investigación científica y tecnológica. El Instituto Mexicano del Petróleo (IMP), donde laboran varios centenares de técnicos y profesionales de supuestamente alto nivel. Y la fundación de ese instituto no data de hace unos cuantos años. No; tiene más de cuatro décadas de existencia. Sólo faltaría que ellos, los técnicos, también se unieran al burócrata mayor Emilio Lozoya y aseguraran que para lograr una mayor y mejor “producción” de Pemex, se requiriese con premura, la participación de los paladines y pro-hombres del capital privado.
Es de Los Pinos y con la firma de quien lleva la estrategia más general e importante de Pemex, la de Peña Nieto, donde sale la buena nueva que el afán de ganancia ya no (¡ya no es!) es el motivo supremo de los hombres del dinero. Nada, nada, ahora, se han convertido en apacibles y bondadosos lobitos con piel de cordero: metamorfosis de por medio, adquirieron un alto “sentido social”; y del cielo les vino un visible y responsable “compromiso con la nación”. No lo dicen ellos. Lo dice el que manda al director formal de Pemex.
Con los espejitos deslumbrantes nos argumenta el presidente. La intervención de las empresas privadas y sus enjundiosos dueños y directivos nos dejará un saldo garantizado de 500 mil empleos, recibos de la luz con cantidades reducidas y bombas de la gasolina que apenas marquen unos cuantos pesos. Por supuesto, estos felices pronósticos son del tamaño, la desmesura y la inconsciencia, de las promesas de aquel candidato, del año 2000, Vicente Fox y el crecimiento de 7 por ciento anual.
Jamás serán creíbles porque como cualquiera se imagina, para decir cómo podrían componerse las cosas, en cualquier ámbito y en cualquier actividad, lo más elemental y básico es decir cuáles fueron las causas de lo mal que empezaron a funcionar las cosas. Vaya, una necesaria revisión y diagnóstico.
Lo que falta lamentablemente al documento suscrito por el presidente Peña Nieto en su proyecto de “reforma”. Ni una sola referencia al sindicato y a su nefasta intervención en las operaciones de la empresa paraestatal. Nada sobre el mencionado instituto de investigación, IMP. Nada sobre la inoperatividad de los altos ejecutivos de los primeros y últimos años. Desde Jaime Merino hasta Jesús Silva Herzog y JJ Suarez Coopel.
Los problemas vinieron quién sabe de dónde, y la solución viene envuelta en la magia del papel celofán de un decreto.