ías intensos hemos vivido en nuestro país, septiembre nos tomó la palabra y se convirtió, de una forma extraña y maravillosa, en el mes de la patria. Primero Oaxaca y Chiapas fueron golpeados por un sismo de 8.2 grados en la escala de richter, 12 días después, cuando se cumplían 32 años de aquel otro sismo de 1985, uno de 7.1 azotó nuevamente la capital del país y los estados de Puebla y Morelos. Lo demás lo sabemos perfectamente porque a diferencia del 85 hoy estamos perfectamente interconectados, con el riesgo siempre latente de que al haber semejante flujo de información lleguemos a un punto en el que nos encontremos desinformados.
Solidaridad es la palabra clave de estos días, el trending topic de la vida real; la grandeza de los mexicanos ha quedado más que demostrada, los jóvenes, rompiendo todas las expectativas de los sociólogos que les califican como la generación indiferente, han tomado el control de las más difíciles situaciones, han sido sensibles y activos, generosos y eficaces para mostrar su empatía y solidaridad con los cientos de miles que han caído en desgracia al perder sus bienes o, peor aún, perder uno o más seres queridos.
Los noticieros de televisión, las portadas de los periódicos y, sobre todo, las redes sociales nos han permitido vivir de cerca la historia de cientos de héroes anónimos, gente común, que sin más puso su vida al servicio de los otros, sin buscar reconocimiento, sin tomarse la foto, sin esperar nada han sabido sumar fuerzas para hacer más llevadera la experiencia del sismo y sus terribles consecuencias. No cabe duda que las tragedias sacan lo mejor de nosotros. Es lamentable que tengan que suceder desgracias como esta para que nos demos cuenta del enorme potencial que tenemos como nación, pero lo importante es que el gigante ha despertado.
En medio de tantas y tantas imágenes de solidaridad no han faltado quienes han pretendido lucrar, de una forma mezquina y sin escrúpulos han aprovechado la situación para beneficio propio. Desde aquellos medios de comunicación que manipulan la información con tal de ganar rating o los que aprovechando el caos se dan al robo y la rapiña o los gobiernos que detienen o desvían la entrega de víveres o los políticos que buscan posicionar su imagen en vistas a las próximas elecciones. Resulta repugnante ver como se suben los precios de los productos o se condiciona la entrega de ayuda.
Pero la buena noticia es que son minoría, apenas un puñado casi imperceptible frente a los cientos de miles de ciudadanos que se han volcado a ayudar. A lo largo y ancho del país son sobradas las muestras de solidaridad, todos están aportando. Mientras escribo esto puedo ver desde mi ventana a un grupo de estilistas que, improvisando en la plaza una estética, ofrecen sus servicios a la gente que pasa, lo recaudado, dicen, será para los damnificados por el sismo. Es extraordinario ver estos gestos de solidaridad y las formas tan creativas que tenemos los mexicanos para hacer palpable nuestra cercanía.
No cabe duda que las tragedias nos hacen sacar lo mejor de nosotros, un sentimiento de cercanía y fraternidad ha invadido nuestros corazones, nos estamos demostrando que somos fuertes, capaces de grandes hazañas; sin duda que tan nobles sentimientos no se reducen a una simple filantropía, el pueblo de México es un pueblo de fe, una fe enraizada en las mismas entrañas de nuestra historia.
Ahora el reto es mantener esta unidad y capitalizar nuestra fuerza hacia proyectos que nos hagan crecer como País, que nos lleven a superar las espirales de corrupción y violencia, que tanto daño nos han hecho, que dejemos de ser indiferentes en temas de política y participemos con inteligencia y sabiduría, que no permitamos más que un grupo decida el presente y el futuro de nuestra gran nación.
