Su eficacia radica en que de un sólido mineral y de una intensa actividad como escritor, ensayista, catedrático, diseñador de sus propios libros, viajero constante, es reflexivo profundo, y tiene una actitud inalienable: es zacatecano, es más, -aún mejor- del mero Fresnillo y circunvalaciones.
Ganador múltiple de certámenes mundiales de ensayos y publicaciones resueltas a justificar el afán prudente de sorprender a los más cautos y exigentes, Gonzalo es considerado uno de los mejores escritores del mundo y eso es orgullo para Zacatecas y nuestro país y mientras el opera nuevos hallazgos a través de la investigación literaria histórica, su rigor ensambla, da ejemplo, da certeza y eso concilia, acendra, amolda.
Alumno del finado David Ojeda Álvarez, lo conmemora ganando espacios, invitado como jurado, como exponente, como juez en mesas centrales donde escritores y humanistas que son del bramido, la mucha hombría y el hallazgo, la novedad editorial, ahí Lizardo descara a los tunantes y granujas, expone a los heroicos y su redacción siempre es brillante, deslumbra con antiguos juicios, les da cause, enormidad, nos cautiva.
Como maestro armoniza con las nuevas generaciones en su querida UAZ dándole más que prestigio mientras los tugurios y cuchitriles se quedaron con sus léperos y langarotas blasfemando que de nada servía seguir educando al alumnado si continuasen las pandemias, las violencias atroces, los discursos políticos que arroparon el ultraje, la pillería institucional y Lizardo ha reivindicado el gozo de enseñar dando resultados, orientación y dirección como advertencia de ese modelo a seguir en el futuro.
Eso es lo mejor de este escritor tan ducho y entendido: está cimentando las nuevas bases de un modelo que nada prohíbe, que deja desandar el libre pensamiento y hay rigor, hay entendimientos, hay tolerancia y beneplácito porque los calzones estén bien amarrados y no se salga ningún suspiro desorientado que desaconseje la autonomía centavera, la canongía universitaria irrelevante ante las crisis presupuestales tan comunes y ordinarias.
Ahí está la maravilla en manos de la gente: libros, fotografías alucinantes, pinturas y dibujos desalmados, colores placenteros, cátedras en universidades de la vieja Europa, crónicas espectaculares en sus visitas a los países soñados y es el más despreocupado porque su visión satisface al curioso, nos acostumbra a conferir, soltar la imaginación, apropiarse del mundo.
Gracias Gonzalo Lizardo, la otra vez fue alucinante verte con tus seres queridos en la librería del señor José de Jesús Sampedro con el que colaboras asiduamente en su revista y su sombrero de mago con conejos, ahí estabas presentando tus nuevos libros de la narrativa tonificante anudando los sonidos mesurados del optimismo y la buena narrativa, de las historias donde el amor nunca se cansa y soporta magnitudes, noblezas, distinciones.
Ya está: los escritores zacatecanos son de una magnitud muy bien entrenada: Sigifredo Esquivel Marín, Javier Acosta, Yamilet Fajardo, Carmen F. Galán -excelentes trabajos en conjunto- el multicitado Mesías Juan José Macias, Arturo Burciaga y tantos otros de esta generación a la altura de Mauricio Magdaleno, Tomás Mojarro, Roberto Cabral del Hoyo, Fayad Jamís y un largo etcétera laborioso y popular.
Filósofo, narrador, exuberante, ese es Gonzalo, orgullo y valentía, envidiable y compartido, nunca a mitad de precio, más bien, con la alta claridad que escurre imágenes y textos de la valía humana que lo postula.
